treinta y ocho.

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Juro que estábamos a punto, pero su celular sonó.

—¡Puta madre!—me quejé.

—La boca, Gabriel—me regañó mientras iba por su teléfono.

—Ya te dije que me regañes por eso cuando ya tengamos hurquillos.

Rodó los ojos y negó mientras contestaba.

—¡Hola!—respondió animada—Bien, todo bien, gracias—siguió—No, Oscar, todo bien.

Otra vez ese pinche wey, me recosté en el sillón de nuevo escuchando.

—No, no te preocupes, ya sé qué ejemplares mandaré.

Sonreí, se la peló.

—Sí, por la noche, pero si quieres comemos juntos.

Tapé mi cara con el cojín. Maressa nunca me dejaba ganar.

—Aquí te veo, bye.

Suspiré.

—¿Gabriel?—la miré—Gracias por tu ayuda, me iré a bañar.

No esperó más, el mismo tono frío, como si no hubiéramos estado a punto de besarnos.

Miré la mesa y ahí estaban los ejemplares que elegimos. Les saqué foto a cada uno de ellos.

Mi Mar tenía que ser elegida sí o sí. Mi chula se merecía ese lugar, pero ya sabía cómo era la elección de personas en ese tipo de puestos, siempre con ventaja monetaria.

Cuando Maressa había intentado antes, yo era quien la consolaba por días porque no entraba. Después nos enterábamos de que los hijos de alguna persona importante habían sido elegidos.

Lo bueno es que ahora Mar podría tener ventaja, además de ser muy buena en lo que hacía.

"Ey, wey. Tírame un paro"

Hice un par de llamadas y ya tenía todo listo.

Apenas salió Mar de la casa, corrí al coche y manejé a casa de Nata.

—No mames, Gabo, cada vez te la mamas más pendejo—dijo apenas se subió.

—No te cuesta nada.

—¿Qué verga voy a hacer yo en una pinche librería?—preguntó—¿Sabes cuánto leo yo? Ni una puta hoja.

—Tenemos que convencer a la editorial de que elijan a Mar—dije—De verdad que es muy buena.

—Pues déjala que la elijan sola, ni te quiere esa morra.

—Siempre eligen gente acomodada, wey.

Así todo el camino, Nata se la pasó renegando hasta llegar. Pedimos ver a la encargada, quien, al saber quiénes éramos, aceptó darme una cita.

—En la empresa estamos anonadados—dijo cuando entramos a la oficina—¿Qué hacen aquí?

—Yo vengo a pedirle un favor.

Me miró esperando respuesta.

—Mi mujer acaba de terminar la carrera en todo esto y hoy me contó que se abrió un puesto aquí.

Asintió.

—Mire, yo sé al chile cómo funciona todo, ella no sabe que yo estoy aquí—seguí—Pero sus trabajos son dignos de ser aceptados, de verdad que son muy buenos, yo se lo aseguro.

Saqué mi celular para mostrárselos. Se acercó para leer.

—Estás bien pendejo—me susurró Nata negando.

fendi;gabito ballesterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora