dieciséis.

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Calculé que Gabriel llegaría en la noche, así que desde la mañana fui a comprar los ingredientes para nuestra comida favorita.

Cuando regresé, me bañé y me puse el vestido que compré un día antes. Me veía muy bien. Procedí a maquillarme y peinarme para después terminar de cocinar.

—¿Ya llegó? —preguntó Óscar cuando contesté.

—No, pero no creo que tarde mucho.

—¿Y si le marco a Nata y le pregunto discretamente?

—¡Sí, sí! —dije rápido— Ve y me dices.

Colgó y sonreí ansiosa. Óscar me volvió a llamar.

—Dijo que ya terminaron y que ya no estaba con él, recién se fue —dijo apenas contesté—. No debe tardar en llegar.

—Entonces, adiós adiós.

Colgamos y yo me quedé sentada en la sala esperándolo.

Me encantaría decir que, como pensé, Gabriel llegó a los minutos. Pero no fue así.

Cené solita. En medio de flores y cartas de amor para alguien que ni siquiera recordó que hay alguien esperándolo.

Ni siquiera contesté las llamadas de Óscar, me avergonzaba decirle que tenía razón y mi novio no lo recordó.

Comencé a llorar solita en medio de ese gran comedor. Extrañaba a mi novio, no a quien se había convertido.

Entré a Instagram y, como no encontré nada en las historias de Gabriel, entré a las de sus amigos. Ahí sí estaba, tomando.

Dejé todo ahí y me fui a dormir. Ya entendí.

Yo ya no hacía falta ahí.

fendi;gabito ballesterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora