cuarenta y cuatro.

2.7K 289 57
                                    

2 meses después

—Perfecto, haré los cambios en eso y lo volveré a traer —me levanto tomando mi artículo.

La jefa asiente sonriendo. Me doy la vuelta para salir de ahí hasta que me vuelve a llamar.

—¿Maressa? —me detengo y la miro—. ¿Por qué no ha venido tu novio a verte?

Trago saliva y siento cómo mis mejillas se sonrojan.

—No, ya no estamos juntos.

Veo cómo frunce el ceño.

—¿Qué? —pregunta, sorprendida—. Por cómo se acercó a mí Gabriel, pensé que estaban hasta casados.

Sonrío, aunque lo que siento es un vacío profundo.

—Cada quien tomó caminos distintos —respondo—. Pero todo bien.

—¿Terminaron bien, entonces?

—Sí, muy bien —miento—. Puedes buscarlo, hay muchos videos de él en conciertos y todo, le está yendo muy bien.

Por primera vez en toda la conversación, sonrío con sinceridad. Me encantaba ver esos videos, me emocionaba verlo feliz, cantando.

—Pues ni hablar, aunque uno quiera algo mucho, a veces todo se acomoda distinto.

—¿Por qué lo dice?

—El día que Gabriel vino a recomendarte, faltó poco para que se me hincara para que te aceptara —responde riendo—. Incluso estuvo llamando varias veces a la oficina para preguntar cómo iba el proceso.

Siento un revoloteo en mi estómago. Esa emoción que tanto extrañaba sentir.

—Lo que sí me aseguró fue que eres la mujer más increíble que ha conocido, y que tenías mucho por escribir.

Sonrío y bajo la mirada al piso.

—Pero desde que estás aquí, no he visto ni un solo libro tuyo de amor.

Ese comentario me cae como una cubetada de agua fría. Me estremecí al escucharlo. Sabía que tenía razón.

¿Por qué escribiría de amor, ahora que lo tengo lejos de mí? ¿De quién más podría escribir?

—Bueno, gracias por venir, Maressa —dice, sacándome de mis pensamientos—. Te veo cuando tengas las correcciones listas.

Salgo de ahí tan pronto como termina de hablar, aguantando las ganas de llorar. Llevaba dos meses viviendo en automático, sin salir, solo trabajando. La oficina era el único lugar al que iba.

Me sentía tan sola aquí. No conocía a nadie. Mi departamento se sentía aún más vacío.

Desde que oficialmente terminó todo con Gabriel, me alejé de Oscar. Las primeras semanas me buscó, pero después, evidentemente, se alejó también.

—¿Bueno? —escucho la voz de mi mamá al otro lado de la línea.

Me suelto a llorar apenas contesta, mientras camino por las calles hacia mi departamento.

—¿Mami?

—¿Qué tienes, mi amor? —pregunta preocupada—. ¿Estás bien?

—Te extraño mucho —respondo casi berreando—. Estoy muy sola aquí.

La escucho suspirar al otro lado.

—Nosotros te dijimos que no te fueras, hija —contesta—. Allá no tienes nada.

—Perdón —murmuro—. Los extraño a todos.

Se queda en silencio unos segundos.

—Ay, Maressa —dice después—. Tranquila, ¿qué te pasó? ¿Por qué estás así?

—No sé qué hacer, mamá —limpio mis lágrimas—. Llevo meses sin sentirme bien ni un solo día.

—No quiero ser grosera, pero tú quisiste irte y ahora mira, todo por no escucharnos.

Me detengo de llorar y frunzo el ceño.

—Ya terminaste la carrera que tú quisiste por aferrada —sigue—. Y ahora mira, como te dijo tu papá, vas a terminar regresando llorando con nosotros.

—Mamá, no es eso.

—Sí lo es, Maressa —responde—. Eres necia y te fuiste. No estarías llorando si te hubieras quedado aquí, en tu hogar, como te pedía tu papá.

—Pero era lo que yo quería estudiar. Ninguno de ustedes me apoyó, mamá —digo con la voz quebrada—. Gabriel fue el único que buscó cómo ayudarme.

Cierro los ojos con dolor al recordar.

—Pues búscalo a él, si tanto te ayudó. Si crees que nosotros te abandonamos, búscalo a él y no a mí.

Escucho que está por seguir hablando, pero la detengo.

—Gracias, mamá —la interrumpo—. Tienes razón, hablamos después.

Suspiro, intentando calmarme.

—Si me hubiera quedado, ahí sí habría sido infeliz —digo impulsivamente—. Solo te llamé porque los extraño.

Hago un puchero, intentando detener mis sollozos.

—Al final eres mi mamá, ¿no? —pregunto—. Y siempre me harán falta, aunque ninguno quiera siquiera contestarme el teléfono.

Dicho eso, cuelgo. Limpio mi cara y me apuro a llegar a mi departamento.

Al final, mi familia, desde hace años, se había reducido a una sola persona: Gabriel.

Y ahora él tampoco estaba...

Apenas llego al departamento, me pongo la pijama y me dirijo al baño para desmaquillarme.

—Puta madre —murmuro, harta de mí misma.

Hacía mucho tiempo que no lloraba y ahora parecía que no podía controlarlo. Después de quitarme el maquillaje y limpiar el rímel corrido, me voy a acostar.

Me escondo entre las cobijas, como si pudiera ocultar lo triste que me sentía, aunque estuviera completamente sola.

Entre mi lloriqueo, mi celular vibra. Rápidamente limpio mis lágrimas y busco el teléfono, segura de que sería mi mamá disculpándose.

Frunzo el ceño al ver que no era así.

Número desconocido.

https://youtu.be/zJjaSSKrjHM?si=qm6SaBMhWZ_vGuVi

19:42 p.m.

Pero con un dedo no se tapa el sol...
19:42 p.m.

fendi;gabito ballesterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora