veintidos.

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Así fue, llevaba una semana recibiendo regalos diarios de Gabriel.

Como hoy que Óscar estaba furioso porque Gabriel había llenado la entrada de flores y regalos.

—¿Qué le pasa al pendejo de Gabito? —me despertó.

—Ay, no —me quejé tapándome con las cobijas—. ¿Qué hizo?

—Llenó toda la entrada de flores —dijo enojado.

Lo miré confundida, pensando que había estado con otra.

—¿Y por qué te enojas?

—¡Pues, ¿quién va a limpiar?! —gruñó.

Rodé los ojos.

—Yo.

Asintió molesto y salió. Sentí que era urgente salir de la casa de Óscar.

Bajé para ver, y como dijo, todo estaba lleno. Una carta estaba en el centro:

"En nuestra primera cita llevabas una blusa negra y una falda de mezclilla. En cuanto te vi, mi corazón se aceleró por lo guapa que te veías. Recuerdo sentir que eras demasiado para mí, y después lo comprobé.

Hasta hoy en día, sigo pensando que eres demasiado para mí y para cualquier mortal. Eres un ángel, Mar."

Qué tonto era, sonreí mientras leía.

Comencé a recolectar los ramos cuidadosamente para no dejar un desorden. Los subí todos a mi coche para después empezar a hacer mi maleta.

—Mar, voy a pedir de... —Óscar entró pero se detuvo al verme empacar—. ¿Te vas?

—Ya no quiero molestar —contesté apenada—. Tú me aceptaste temporalmente y siento que estoy abusando.

Su cara cambió a arrepentimiento.

—¿Es por lo de esta mañana? —me preguntó—. Te juro que no me molesta que estés aquí, es por el otro pendejo, pero no es por ti.

—Yo sé, no es por eso —le sonreí—. Pero de todos modos, no quiero aprovecharme.

Se sentó en la cama viéndome.

—Quédate, ándale —tomó mi mano—. Contigo aquí me siento menos solo.

—Es que no quieres aceptar que te dé renta, ni me dejas cooperar con nada, es como si me estuvieras manteniendo.

—¿Y qué tiene de malo?

Lo miré dudosa.

—Siento que ya estoy molestando.

—¿O es porque ya vas a regresar con ese wey?

—No, no, pero...

—No te vayas, Mar —dijo exagerando, lo que me hizo reír—. Me divierto mucho contigo, ándale.

Y me quedé.

Al otro día, Gabriel llegó desde la mañana.

—Por favor, Mar —se quejó.

—Shh, Óscar está dormido.

—Óscar está dormido —me imitó y me golpeó en el hombro—. Pues que se entere que ya llegó tu wey.

—Tú y yo no hemos vuelto.

—Pues no nos falta mucho, mi chula.

Rodé los ojos.

—Entonces, ¿me vas a dejar llevarte a desayunar o no? —negué—. ¿Por qué?

—Te conozco perfectamente, salir de aquí contigo es prácticamente regresar.

—Pues porque no te resistes a mí—respondió divertido—Ya, Mar, llevo casi una hora rogándote, ya hubiéramos terminado de comer.

Sonreí levemente.

—No, Gabriel.

Bufó desesperado.

—Bueno.

No dijo más, se dio la vuelta. Abrí la boca sorprendida.

¿Tan rápido?

Pensé que insistiría más, obviamente pensaba ir. Me decepcionó verlo irse.

Qué tonta soy, tuve que haber dicho que si desde el inicio.

Me senté en el sillón triste. Escribí en el chat de Gabriel:

"Hola, ¿quieres regresar? Si quería ir 😟"

Pensé en enviarlo, pero rápidamente eliminé la idea. Si no se quiere esforzar, allá él.

Me puse a ver nuestros vídeos, vídeos de Gabriel montando y otros tantos haciendo tonterías. La verdad es que lo extrañaba mucho y mi pancita seguía emocionándose de solo verlo.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos por el timbre. Fruncí el ceño, esperando que no fuera uno de los amigos de Óscar, ya que aún estaba en pijama.

Pero era alguien más.

Gabriel estaba allí con bolsas de comida.

—Si no quisiste salir a desayunar conmigo, comeremos aquí —dijo sonriendo—. Tú adentro y yo afuera.

Sonreí, quería comérmelo a besos.

—¿Cómo?

—Yo me quedaré aquí afuera desayunando y tú en la puerta y así hablamos sin que salgas de la casa.

Sonreí, salí y lo tomé del brazo para llevarlo hacia el coche.

Desayunamos juntos en el coche, charlamos como no lo hacíamos desde hace meses.

—Pues sí —rió.

Se detuvo un instante para mirarme.

—Qué guapa estás, Marissa.

Me sonrojé y bajé la mirada.

—Ya, mi amor, perdóname —tomó mi cara entre sus manos—. De verdad estoy arrepentido.

No supe qué contestar. Claro que quería volver, pero él tenía que demostrarme que esto era lo que quería.

Bajé la mirada hacia sus labios, lo notó y se acercó a mí.

—Dame un beso, al menos, ¿sí? —susurró muy cerca de mis labios—O no extrañas que te bese?

Aguanté todas mis ganas y retrocedí.

—No, Gabo —dije seria—. No debe ser tan fácil, quiero ver que te esfuerces o que de verdad me hagas saber que quieres esto.

—Pero sí lo quiero, mi amor —tomó mi mano—. ¿O tienes alguna duda? Te he venido a ver a diario.

—¿Qué pasará si volvemos y a la semana se te pasa toda la emoción? —pregunté—. Quiero que estés comprometido de verdad.

Suspiró y asintió mientras se acomodaba la gorra.

—Está bien, mi amor —contestó—. Pero entonces me tendrás aquí a diario hasta que digas que si, ¿eh?

Asentí.

—¿Ya no me harás show para salir? —negué—. Bueno, mi vida, ya me tengo que ir al estudio.

—Que te vaya bien.

Sin pensarlo, me acerqué y  le di un beso en la comisura de los labios.

—Con eso me conformo —dijo, a lo que sonreí.

fendi;gabito ballesterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora