cuarenta y cinco.

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Me quedo viendo el mensaje por unos largos minutos, incapaz de apartar la vista de ese número desconocido, sin siquiera una foto de perfil. Era un contacto que jamás había visto antes.

Frunzo el ceño, dudando, pero al final decido presionar el enlace. El nombre de Gabito aparece en la pantalla y una sonrisa se escapa de mis labios al ver su rostro en el video.

"Perdona si te estoy llamando en este momento
Pero me hacía falta escuchar de nuevo
Aunque sea un instante tu respiración..."

El sonido de su voz me estremece. Lo extrañaba tanto. Apenas puedo contener la emoción cuando su carita aparece en la pantalla, tan cerca pero a la vez tan lejana.

"Disculpa, sé que estoy violando nuestro juramento
Sé que estás con alguien, que no es el momento
Pero hay algo urgente que decirte hoy..."

Muerdo mi labio, luchando contra el nudo en mi garganta. No podía más. No quería seguir escuchándolo, no cuando estaba tan lejos de mí, en todos los sentidos. Tan inalcanzable.

"Me estoy muriendo, muriendo por verte
Agonizando, muy lento y muy fuerte..."

Un suspiro se me escapa, tembloroso. No sabía si llamar a la psicóloga o intentar marcarle a Gabito, si es que aún no me tenía bloqueada. La última vez habíamos decidido dejar todo atrás, ¿por qué estaba ahora tan tentada a volver a ser la loquita que no puede soltar?

¿Quién habría enviado esto? Y justo hoy, en el peor día de mi vida. Me sentía tan sola, y lo peor era que sabía que me lo había ganado.

La canción se detuvo de golpe. Una llamada entrante interrumpió el video:

Número desconocido.

Un escalofrío recorrió mi espalda. Rechacé la llamada rápidamente, pero al instante otra empezó a sonar.

Número desconocido.

Tragué saliva. Esta vez, mi dedo dudó sobre la pantalla, y antes de que pudiera decidirme, una llamada de mi papá apareció en la pantalla.

Lo que me faltaba... Suspiré y llevé el teléfono al oído.

—¿Bueno?

—Maressa, ya quiero que dejes de jugar.

Frunzo el ceño, confundida.

—¿De qué hablas?

—Tu mamá está preocupada por ti—me interrumpió con voz áspera—Yo te lo advertí, te fuiste y no puedes regresar.

—¡Yo nunca pedí volver! —le espeté—Solo quería a mi mamá.

—¿Y por qué no lo pensaste antes de largarte?—me recriminó—Muy fregona, ¿no? Solo vienes cuando te conviene.

—¿Por qué se portan así? Son mis papás.

—Solo te estoy pidiendo que dejes en paz a tu madre—su voz estaba cargada de resentimiento—No quiero hablar contigo. Si te llamé es para que no la molestes más.

—¿En serio no les importa nada?—pregunté, mi voz quebrándose—Ha pasado más de un año, papá, sin que siquiera me pregunten si sigo viva. ¿Tan poco les importo?

Las lágrimas ya resbalaban por mis mejillas mientras las palabras salían como un hilo frágil.

—Aquí no guardamos rencores—contestó con una frialdad que me heló—A ti te importamos igual de poco cuando te fuiste con el primer pendejo que encontraste.

—¡Papá! Ninguno de ustedes quiso ayudarme. Gabriel fue el único que estuvo ahí para mí—le reclamé, ahogada en mi llanto—¿Por qué no pueden al menos preguntarme cómo estoy?

Me sequé las lágrimas rápidamente.

—Ninguno vino siquiera a acompañarme cuando recogí mi título—sollozaba—No les pedí dinero, nunca quise nada más que su compañía.

Mis labios temblaban, sintiendo el rastro amargo de mis lágrimas.

—Solo quería a mis papás...

—Los perdiste el día que dejaste esta casa—me respondió con voz gélida—No vuelvas a llamar.

La línea quedó en silencio. Me quedé paralizada, con el corazón roto en mil pedazos. Quería correr a esos brazos que alguna vez me dieron consuelo, pero ya no me pertenecían.

Número desconocido.

Rechacé la llamada otra vez, esta vez más furiosa que triste. Mis manos temblaban, y sentí cómo la ansiedad comenzaba a arrastrarme. Sabía lo que venía.

Me puse el abrigo apresuradamente, intentando salir de ahí. Respiraba con dificultad, con las piernas y manos temblando incontrolablemente, mientras las lágrimas seguían cayendo.

Apenas crucé la puerta del edificio, lo vi. Gabriel estaba de pie junto a su auto, mirando su teléfono con el ceño fruncido. Había flores en el asiento delantero.

Alzó la mirada y, al verme, una ola de alivio y tranquilidad me envolvió.

—Mar...—susurró, con un tono suave, analizando mi rostro.

No pude hacer otra cosa que correr hacia él. Lo abracé con todas mis fuerzas, pegándome a su pecho. Mis manos dejaron de temblar en el instante en que sentí su beso en mi cabeza.

—Mi niña—suspiró contra mi cabello—Cómo te extrañé, puta madre.

fendi;gabito ballesterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora