veinticuatro.

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Suspiré mientras entraba con el regalo en la mano. Hoy era la fiesta de cumpleaños de la mamá de Gabriel y había sido invitada. Yo era muy cercana a ella, por supuesto que estaría ahí.

Además, quería saber de él. Porque desde hace unas semanas, desde esa última conversación, parecía que había desaparecido. No había recibido ni una llamada ni se había aparecido por la casa. Además, dejó en visto mi mensaje de "Hola, Gab. ¿Cómo amaneciste?"

—¡Mar! ¡Qué gusto! —me saludó la señora al verme—. Pensamos que no ibas a venir.

Sonreí y la abracé.

—¿Cómo me iba a perder su cumpleaños?

—Le preguntamos a Gabriel y dijo que lo más seguro es que no vendrías.

Fruncí el ceño.

—¿Por?

—No le agradó mucho la idea de que te invitara —ouch, pensé—. Dijo que teníamos que superar que ustedes ya habían terminado.

Negué.

—No le hagas caso.

—Además, dijo que no sabía si a tu pareja le agradaría la idea de que estuvieras aquí —siguió—. ¿No se molestó, ¿o sí?

Volví a fruncir el ceño. ¿Qué tanto había dicho este hombre?

—No tengo pareja —contesté, y vi inmediata felicidad en la expresión de la mamá de Gabriel.

—¡Yo sabía! —dijo contenta—. Por supuesto que ustedes van a regresar.

Sonreí.

—Ven, déjame ayudarles.

Me tomó de la mano y me llevó hacia una de las mesas. Solo estaba Gabriel junto a una de sus primas. Él estaba en el celular.

—Miren quién llegó.

Automáticamente, Gabriel alzó la mirada y se quedó serio al verme. Su prima me saludó sonriendo.

—¡Mar! ¡Cómo te extrañábamos! —dijo levantándose de su asiento—. Ya no nos abandones tanto tiempo.

—Yo los extrañaba más —la abracé.

—La sentaré aquí junto a ustedes —dijo la mamá despidiéndose—. Cuídenmela.

Me senté al lado de la prima de Gabriel, a tres asientos de él.

—¿Qué? ¿No la vas a saludar? —le preguntó.

Él asintió y se acercó para saludarme con un beso en la mejilla.

—¿Qué pasó, Mar? —dijo dándome la mano—. ¿Cómo has estado?

—Bien, gracias. ¿Y tú?

—Bien —contestó de forma seca, sonrió y volvió a su celular.

Estaba por preguntarle más cosas, pero su prima me interrumpió al hablar conmigo. Así estuve durante una hora hasta que finalmente tuvo que levantarse para ir al baño.

—Deja el celular, te vas a quedar ciego —le dije bromeando.

—Tengo trabajo —contestó.

Suspiré y me senté a su lado.

—¿Cómo has estado?

—Bien, todo bien —asintió.

—¿Estás enojado? —pregunté—. Es que hace mucho que no te apareces por la casa ni me has mandado...

—No, ya no lo haré, Maressa —contestó—. Ya aprendí.

—¿Aprendiste qué?

—A dejarte en paz —siguió—. Está claro que tú ya no querías estar conmigo.

Rodé los ojos.

—¿Por qué dices eso? —me quejé.

—Mar, estuve yendo a verte diario, a llenarte de cosas, a idear regalos para que vieras cuánto te quiero —siguió—. Y, ¿para qué?

Lo miré.

—Para que en realidad tú supieras desde el inicio que estabas comenzando a querer a Óscar.

Negué.

—Las cosas no son así.

—Y exactamente eso es lo que más me enoja —dijo—. Que solo lo niegas, pero no eres clara, no dices nada más. ¿Me quieres o no?

Me quedé en silencio.

—Ya al chile, me cansé.

fendi;gabito ballesterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora