cuarenta y seis.

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—¿Pero por qué lloras, pues? —me pregunta mientras frota mi espalda.

—Es que te extrañaba mucho, pensé que ya no nos íbamos a ver nunca más.

Lo escucho reírse.

—Cómo eres exagerada, Maressa —besa mi cabeza.

Yo no me separaba de él, estaba abrazada y no quería soltarme. Era como si fuera un regalo del cielo por el mal día que tuve.

—Ya estoy aquí, chula, no te preocupes.

Suspiro mientras comienzo a tranquilizarme. Todo el asunto con mis papás y el trabajo se me había olvidado, y ahora estaba más aliviada de lo que había estado desde hace meses.

—¿Por qué no me contestabas, eh? —me susurra divertido, peinándome mientras aún me abrazaba.

Me río levemente, limpiando un poco mi cara.

—¿Eras tú? —pregunto—. Es que me dio miedo.

—Tuve que ir a comprar un nuevo número porque me daba miedo que en el normal me tuvieras bloqueado.

—¿Cómo crees?

Me separa y ve mi cara con ambas manos en mis mejillas, me analiza y niega con la cabeza.

—No, a mí no me mientes, tú ya traías algo.

Limpia con sus pulgares mis mejillas.

—¿Qué te hicieron, mi amor? —pregunta en voz baja, intrigado.

Niego y sonrío aún con los ojos llorosos.

—¿A dónde ibas? —mira extrañado hacia la calle.

—No, a ningún lado.

Asiente con el ceño fruncido y mira hacia mi puerta.

—¿Me dejas pasar o qué?

Sonrío y asiento para caminar nerviosa hacia la casa de nuevo. Nada se sentía real. Estaba segura de que si nos volvíamos a ver, habría peleas o nos evitaríamos.

—Pasa —digo haciéndome a un lado.

Veo cómo analiza cada centímetro de la casa con sus manos en los bolsillos. Me miró brevemente por el espejo de la sala y me asustó verme. El maquillaje corrido, los ojos negros y el pelo despeinado.

Me siento frente a él en el sillón; baja su mirada y se sienta a mi lado.

—¿Cómo has estado, Mar?

—Bien, con mucho trabajo —sonrío.

—Sí, me imagino. Cada semana entro a la página a ver los artículos y todo lo que subes.

Lo miro unos segundos sorprendida.

—¿En serio?

—Pues claro, pagué la suscripción a esa madre nada más para poder leerte.

Me río por lo bajo mientras siento un cúmulo de emociones en mi estómago.

—Y cada semana que actualizo veo si aunque sea escribes algo para mí, y nada —dice burlón.

—No he tenido mucha inspiración para eso —suspiro.

Me ve unos momentos y después mira más la casa.

—¿Estás sola? —asiento—. No mames, Mar, yo estaba seguro de que estabas viviendo con el Oscar.

Frunzo el ceño.

—¿Por?

Me mira unos segundos sin saber qué decir y niega.

—No sé, pero yo no te hubiera dejado así solita si hubiera sabido —dice molesto—. ¿Cómo crees?

Lo miro confundida.

—Pues no sé, yo pensé que era obvio que estaba viviendo sola.

Niega con la cabeza, su gesto cambia a molestia.

—Pero está bien, la verdad es que ya aprendí a acoplarme a todo —contesto.

Suspira y asiente.

—Gab, ¿por qué viniste?

Lo miro nerviosa.

—No te estoy corriendo ni nada, pero la última vez parecía que no querías que nos volviéramos a ver.

Niega y lleva una mano a mi mejilla.

—¿A poco tú me crees capaz de querer eso, Mar?

Niega.

—Tú podrías hacer y deshacer, y yo siempre terminaría aquí buscándote.

Sonrío y siento mi estómago dar un vuelco. Por fin, después de meses, siento algo.

Estaba apagada desde esa llamada.

—¿Pero por qué ahorita?

—Ya no me quería quedar con las ganas, pues.

Se recarga sobre sus rodillas, viendo la mesita del centro.

—No sabes cuántas veces he venido, pero siempre me quedo afuera —confiesa—. Algunas veces me quedaba más tiempo a ver si salías y nos veíamos, pero no pasó.

Relamo mis labios y me acerco un poco más a él.

—Pero hoy salió mi canción y, la neta, quería asegurarme de que la escucharas —seguía sin verme—. Bueno, que no te quedara duda de que es para ti, Mar.

Sonrío al verlo ahí. Jamás pensé que lo tendría ahí, sin querer verme, sonrojado y con sus manos escondidas en su chamarra.

—¿La escuchaste?

Niego. Me mira y de nuevo ve mi cara.

—¿Qué estabas haciendo?

—Qué chismoso —me río, pero él no.

—Maressa—dice serio—Qué tienes? Tú ya estabas llorando desde antes, qué pasó?

Bajo mi mirada y juego con mis pies.

—¿Terminaste con el Oscar?

Frunzo el ceño y lo veo.

—Él y yo no estábamos juntos —respondo confundida—. De hecho, la vez de nuestra última llamada fue la última vez que lo vi.

Veo que mira el piso y se le escapa una mini sonrisa. Me dan ganas de reír, pero me detengo. Después se recarga todo en el sillón y me ve.

—¿Por qué estabas llorando?

—Mejor voy a poner la canción, ¿sí?

Me ve, analiza mis ojos y asiente. Me levanto a buscar el control, después me siento junto a él y la busco en YouTube. Apenas la pongo, siento a Gabriel jalarme del brazo y pegarme a su pecho. Subo mis piernas al sillón, quedando acurrucada.

fendi;gabito ballesterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora