treinta y siete.

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Una mañana más preparando el desayuno, esperando que Maressa quisiera desayunar conmigo. Era bastante aleatorio; cuando desayunábamos juntos, ella ni siquiera hablaba. Yo hacía preguntas y ella asentía o negaba con la cabeza.

—Gabriel—su llamado me sacó de mis pensamientos.

La miré y sonreí al verla con el vestido rosa que tanto me gustaba en ella.

—Dime, mi cielo.

Me miró seria. Bufé.

—Ya, dime, Mar.

Bajó la mirada al piso. Por un instante, al verla tan nerviosa, pensé que me diría que me extrañaba.

—Es que quería pedirte un favor.

Apagué la estufa e inmediatamente centré mi atención en ella.

—Lo que quieras.

—Estoy postulándome para un puesto para publicar en una editorial—no me diría que me extrañaba—Necesito recomendantes y no conozco a nadie—rió nerviosa.

Sonreí con ternura al verla tan nerviosa.

—Mi papá no me habla y pues ya no hay más—siguió—Bueno, puse a Oscar pero me piden a otra persona.

Sudé frío. Todo iba tan bien. Pero pensar que Oscar había sido su primera opción antes que yo, me dolió.

—Solo te llamarían para saber sobre mí y cómo trabajo, ¿puedo ponerte?

Asentí rápido.

—Ni siquiera gastes tiempo preguntando, Mar—respondí—Pon mi nombre y si necesitas cualquier otra cosa, dime cómo puedo ayudarte.

Negó.

—Solo necesito eso.

—¿Puedo saber qué empresa es?

Asintió y vi cómo sus ojos se iluminaron.

—¿Recuerdas la editorial de la que te hablé antes de que me graduara?—asentí—Ahí, pero igual no quiero ilusionarme, es muy improbable, muchos se postulan y...

—Ey—la interrumpí—Te vas a quedar, no creo que encuentren un perfil tan bueno como el tuyo, mi chula.

—¿Ay, de verdad lo crees?—preguntó—Toda la universidad mi sueño ha sido entrar ahí.

—Mar, yo más que nadie, que me he leído todo lo que escribes, sé que si alguien merece entrar eres tú—respondí—Y si no te eligen es por pendejos.

Rió y rodó los ojos. Asintió.

—Te hice el desayuno, ¿quieres?

Me miró dudosa pero después suspiró y se sentó. Me apresuré en servir, pero rápidamente noté su mano y piernas temblando.

—Mar—detuve su rodilla—¿Qué traes?

—Es que de verdad me tiene muy nerviosa—respondió—Nos piden algún producto de nuestra autoría y yo llevo días escribiendo, pero nada es tan bueno.

Me senté a su lado, aliviado porque ahora entendía por qué no había querido comer nada conmigo y solo pedía comida a domicilio por días.

—¿Quieres enseñarme alguno?

Rió y negó.

—Son más de 8 mini novelas y seguro no tienes tiempo.

Negué.

—Justo hace un rato me acaban de cancelar todo—mentí—Anda, ve por ellos y muéstrame.

Me miró dudosa.

—Solo porque necesito opiniones.

Asentí. Apenas salió de la cocina, texteé en el chat de mi manager:

"Amanecí extremadamente enfermo, no podré ir hoy. Mañana prometo ponerme las pilas, yo creo que iré al hospital. 🤒" 09:42 a.m

Todo es por una buena causa. Pronto apareció Mar y, como dijo, tenía mucho papel en manos.

—¿Seguro?—preguntó y asentí.

Puso todos sobre la mesa. Me apresuré en mover nuestros platos.

—Vamos a dividirlos, mi amor—dije esperando que no me regañara por el apodo.

Así era cuando entregábamos juntos sus exámenes para la universidad. Maressa me enseñaba todos sus borradores, los dividíamos y nos quedábamos hasta tarde leyendo.

—¿Este es de amor, drama, comedia o qué?

Así, acomodé sus 10 minilibros por categorías. Me puse mis lentes y comencé.

—Ey, yo voy a leer pero a ti te quiero desayunando que ya me imagino que tan mal has comido.

Así fue. Unas buenas horas tarde en terminar cada uno y en el proceso poner notas de post-its en ellos.

—Terminé—le anuncié a Mar quien me esperaba en la sala.

—Dime.

—¿Cuántos puedes mandar?

—Dos.

Asentí y sonreí.

—Yo creo que en cuanto lean estos dos, querrán publicarte inmediatamente—dije feliz—Están bien buenos a la verga y eso que a mí no me gusta leer, chula, pero no quería que se acabaran.

Mar sonrió al ver los libros que seleccioné.

—Ay, Gabriel, ¿estás seguro?

Me recosté en el sillón junto a ella.

—¿Qué te preocupa?

—Que si no quedo, ya no podré volver a entrar, será muy difícil—respondió.

Ambos mirábamos a la tele apagada.

—Si quiero que algunas de mis publicaciones tengan fama, debe ser ahí.

Suspiré.

—¿Si te tiene muy agüitada eso, verdad?—asintió.

Casi inconscientemente ambos nos giramos quedando cara a cara.

—¿Te acuerdas cuántas veces me quedé en la biblioteca de tu universidad esperándote?

Sonrió.

—Pobre, siempre salíamos de ahí tardísimo.

—Había veces que me aburría y leía uno que otro de los libros y artículos de ahí—le confesé—Pero siempre creí que aún así los mejores libros que había leído te tenían como autora a ti.

Se sonrojó. Por primera vez en meses, me miraba fijo, como si intentara memorizar mis ojos.

—Estos dos libros nada más me han confirmado que nunca leeré algo mejor de alguien más—seguí—La única capaz de superar mis libros favoritos eres tú misma.

Sus ojos se cristalizaron.

—Ya, Gabriel—limpió rápido sus lágrimas—Eres un tonto.

—Mándalos ya, anda, Mar—la animé—Me va a dar coraje ser el único en leer lo bonito que escribes.

Me miró unos instantes y asintió. Estuvimos así, solo mirando los ojos del otro.

—Ya no aguanto, chula.

Tomé su mentón.

—Déjame besarte, te lo ruego.

No dijo nada, solo se acercó poco. Nuestros labios estaban a punto de rozarse.

fendi;gabito ballesterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora