veintiseis.

3.2K 238 42
                                    

—¿Por qué no quieres que te ayude? —me preguntó con su brazo en el volante—. ¿Pues qué tanto le vas a decir o qué?

Sonreí.

—Nada, Gabriel, pero si entras conmigo te vas a pelear con él.

—¿Y tú crees que si después me lo topo no le diré algo?

—Pues no —me acerqué para besarlo—. Porque yo ya estoy contigo.

—Es que ese pinche wey es bien metiche, no sé qué verga tuvo que meterse.

—¡Ey, Gabriel! —lo regañé—Ha sido muy lindo aceptándome en su casa, no tenía a dónde ir.

Suspiró y bajó la mirada.

—Perdóname, mi chula, al chile me arrepiento a diario —continuó diciendo—. Va a pasar el tiempo y te pediré perdón a diario.

—Si yo misma no te estoy torturando con eso, deja de hacerlo tú.

Lo volví a tomar de la cara para besarlo.

—Déjame entrar contigo —volvió a pedir—. Es que estoy seguro de que te va a decir que no te vayas.

—¿Y?

—¿Qué tal que sí te convence?

—¡Gabriel! —me quejé sonriendo—. ¿Cómo crees?

—Mar, ¿qué tal si en este tiempo descubriste que no te gusta tanto estar conmigo?

Lo miré con ternura.

—¿Que me guste más que vivir con el amor de mi vida? —tomé sus cachetes—. ¿Que con mi mejor amigo?

Sonrió y se sonrojó.

—Está bien, chula —dijo feliz—. Vendré por ti en una hora, ¿sí?

Asentí. Bajé mis maletas y me acerqué para besarlo.

—Ahora te veo, mi amor.

Entré a la casa y no veía a Óscar por ningún lado, agradecí porque no sabría cómo decirle que estaba por irme.

Comencé a guardar mi ropa y maquillaje en cada una de mis maletas. Tampoco era demasiado.

—¿Ahora qué verga?

Volteé tras escuchar, ahí estaba Óscar recién salido de bañar y solo con una toalla amarrada a la cintura.

—¡Tapate! —dije tapándome los ojos.

—Ay ya, Marissa —entró a la habitación—. ¿Por qué verga estás llevándote tus cosas?

Suspiré y me destapé los ojos.

—Gabriel y yo hablamos y...

Rodó los ojos.

—¿Regresaste con ese pendejo? —asentí con miedo—. No mames, Mar.

—Llevamos cinco años juntos, obvio no nos íbamos a dejar.

Solo negó con la cabeza enojado.

—Pues despídete ya.

Abrió sus brazos y me acerqué para abrazarlo. Tenerlo semidesnudo me tenía temblando.

—Te voy a decir algo que se quedará nada más entre nosotros dos, ¿eh? —dijo en mi oído.

Asentí.

—En algún momento, ese wey te va a volver a fallar...

Intenté separarme para quejarme, pero me apretó un poco más.

—Y en ese momento, quiero que recuerdes que aquí va a estar tu pendejo esperándote para enseñarte cómo te deben tratar.

No dijo más, me dio un beso en la mejilla y se fue. Me quedé en shock por unos segundos y preferí seguir guardando para salir de ahí rápido.

Al terminar, le mandé un mensaje a Gabriel de que estaba lista y veinte minutos después ya estaba afuera.

—Hola, mi amor —me recibió y a la par tomó mis maletas.

Cuando terminó, estaba por subirme al auto pero Óscar volvió a salir.

—Adiós, Mar.

Sonreí y salí del coche para correr a abrazarlo.

—Nada más te fuiste y no me dejaste abrazarte —dije en sus brazos—. Gracias por recibirme, Óscar.

—No hay de qué, mi niña.

Sonreí y me separé de él para regresar al auto.

—Vámonos, mi amor —dijo Gabriel al subirme.

Apenas arrancamos, él no decía nada, solo me miraba de reojo.

—¿Andas muy feliz, no? —me preguntó.

—Pues porque ya vamos a casa.

—¿Sí o por qué ese wey te dijo de mi niña?

Rodé los ojos.

—Ay ya, Gabriel —dije molesta—. Si quieres pelear desde ya, avísame y me regreso.

Su mirada inmediatamente cambió y negó con la cabeza.

—No, no ya, perdón Mar.

—Es que no sé qué traes —respondí—. ¿Te dijeron algo?

Evitó mi mirada y se centró en el camino.

—¡Gabriel!

—Es que el mismo Óscar me dijo que estaba seguro de que a ti ya te estaba gustando él y que ya no le batallara.

Me quedé callada.

—Al chile, el día que me dijo eso, me puse a llorar bien pedo con el Nata —me contó—. Más porque varios me dijeron que te vieron con él y pues me lo confirmaban.

No supe qué decir. Me quedé asimilando hasta que llegamos.

Se estacionó afuera de la casa y me miró:

—Pero tú nunca tienes nada que decir —dijo triste—. A veces me aterra que lo que te haya hecho regresar conmigo fuera mera costumbre y que en realidad sí hayas sentido cosas por Óscar.

Lo miré arrepentida y cuando iba a contestar él salió del auto.

Salí rápido para alcanzarlo y lo detuve en la puerta.

—Mi amor —volteó y lo abracé.

Besé su mejilla repetidas veces.

—Ni siquiera el día que no llegaste, te dejé de amar —dije en su oído—. Yo te lo dije ese día y te lo diré siempre, no habrá día en que yo no te pertenezca.

—Yo sé, pero me da miedo que un día de plano te aburras.

—¿Cómo me voy a aburrir de estar con mi mejor amigo y el amor de mi vida? —respondí—. No hay nadie que me haga tan feliz como tú.

Puso sus manos en mi cintura abrazándome de vuelta.

—Y el hecho de habernos separado solo me hizo confirmar que con quien más feliz soy es contigo.

Volví a besar su mejilla y lo vi sonreír.

—Me encanta que me digas así, mi chula —susurró—. Ahora dime que me amas.

—¿Que te amo? —asentí—. Pues te amo, Gabriel Ballesteros.

Me tomó de las piernas y me cargó atada a él.

—Ahora sí vamos a reconciliarnos como se debe —dijo feliz—. Te voy a enseñar quién te extrañó más.

Carcajeé.

—¡Gabriel! —golpeé su hombro.

Así, en la noche más feliz de mi vida, finalmente pude dormir tranquila y con la paz que solo siento junto al amor de mi vida.

fendi;gabito ballesterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora