cuarenta y siete.

1.9K 286 59
                                    

Vida
Devuélveme mis fantasías
Mis ganas de vivir la vida
Devuélveme el aire

Cariño mío, sin ti yo me siento vacío
Las tardes son un laberinto
Y las noches me saben
A puro dolor

Me recargué en su pecho, sintiendo su calor bajo mis manos temblorosas. Intentaba llorar en silencio, pero el día se sentía tan pesado que mis sollozos se ahogaban en el silencio, como si incluso el aire quisiera aplastarme. Yo me sentía pesada. Mis pensamientos, mi cuerpo... todo era un peso que no lograba soltar.

Llevaba días sin compañía. No recuerdo si quiera la última vez que alguien me había preguntado si estaba bien. Y si alguien lo había hecho, no era quien me importaba.

No era el amor de mi vida.

—¿Y? —susurró en voz baja, cuando la canción terminó, su respiración cálida rozando mi oído.

No me atreví a mirarlo. Finalmente, después de tanto tiempo, estaba con mi persona. Con quien me hacía sentir viva. Quería aferrarme a él como si mi vida dependiera de eso, pero al mismo tiempo, tenía miedo. Miedo de que, al verme tan rota, decidiera alejarse

¿Cómo pude sobrevivir sin quien fue mi otra mitad por años?

—Mar, mírame.

Niego con la cabeza, ya hecha un mar de lágrimas.

—Mar, te hablo, mi amor —susurra en mi oído—. ¿Qué pasó?

Mi pecho dolía de la vergüenza. ¿Por qué no podía esperar a que se fuera antes de colapsar así? No quería que me viera en este estado, tan frágil, tan vulnerable.

—¿Por qué no quieres verme?

—Me da pena —respondo, llorando.

—¿Cuándo te he juzgado por algo, eh? —su voz baja y cálida me envolvía, intentando calmarme—. ¿Qué tienes?

Me cubrí la cara, escondiéndome más en su pecho, sintiendo que me derretía en sus brazos.

—Perdóname —le susurró entre llantos—. Perdón.

—Mar, ya, mi amor —su mano recorría mi espalda en círculos lentos, reconfortándome—. Fuimos los dos, yo también me pasé de verga, no te culpes así.

—Me da mucho miedo que creas que estoy loca por ponerme así y te vayas otra vez.

Suelta una suave risa, llena de ternura, y apoya su frente contra la mía.

—¿Cómo crees, mi corazón? —me susurró tan cerca que sentí su respiración entremezclarse con la mía—. ¿Todavía no te das cuenta de lo pinche aferrado que estoy a ti?

Mis labios temblaron, relamiéndolos mientras trataba de calmarme, pero era imposible. Mis emociones seguían siendo un remolino.

—Pero te conozco, Mar. No es esto —peina mi cabello con suavidad—. Cuéntame, ¿qué pasó?

Me apreté más a él, envolviendo mis brazos alrededor de su espalda como si pudiera fundirme en su ser, buscando consuelo en el único lugar donde me sentía segura.

—¿O no quieres?

—Es que no sé por dónde empezar... pero no quiero asustarte —dije con la voz rota, alzando mis ojos para mirarlo.

Su expresión cambió. En cuanto me vio, su mirada se llenó de una mezcla de miedo y preocupación. Baja la mirada a mis manos temblorosas y las tomó con suavidad. Sabía que él podía sentir mi corazón acelerado, mi respiración entrecortada, cada fibra de mí enredada en esa ansiedad que me comenzaba a atacar.

—Mar, respira —me pide, tomando mis manos y poniéndolas entre nosotros—. Respira, mami, ahorita pasa.

Él sabía perfectamente bien cómo tratar con mi ansiedad, aún cuando no comprendía del todo de qué se trataba. De tantas veces que me ocurrió durante la carrera, Gabriel había memorizado cómo calmarme.

Me concentro en sus ojos y trato de respirar junto con él. La ansiedad me estaba atrapando en el momento más preciado para mí, y me odiaba por eso.

—¿Qué, mi amor? ¿Qué es? —me pregunta, intentando descifrarme—. ¿Soy yo? ¿No querías verme todavía?

—Sí quería, pero es que... —comencé a sollozar—. No sé, yo estaba acostumbrada a que cada noche llegaba contigo y te contaba todo. Y ahora que te vi, colapsé porque...

Mi respiración se volvió más pesada. Sentí que el aire no me llegaba, que el mundo se comprimía a mi alrededor. Gabriel me rodeó con sus brazos, me abrazó fuerte, arrullándome mientras me susurraba palabras tranquilizadoras.

—Mis papás me hablaron hoy —solté de golpe, después de varios minutos de silencio. Sentí cómo su cuerpo se tensaba bajo el mío—. Yo los busqué... Sé que fue una estupidez, pero son mis papás...

—¿Te trataron mal? —preguntó en un tono serio.

Asentí, sin poder hablar.

—Llamé a mi mamá porque estaba en crisis. Estoy yendo a terapia, lo sé. Sé que tengo que aprender a regularme sola, pero... solo quería a mi mamá. ¿Qué tiene de malo eso?

—Nada, mi amor —dijo, apartando un mechón de cabello de mi rostro—. ¿Qué te dijo?

—Que yo me quise ir, que ya no la buscara... Luego me llamó mi papá, y me dijo que ya no tenía familia ahí, que no los buscara más.

Lo vi endurecerse. Sabía que estaba molesto. Podía sentir su enojo contenida, su frustración.

—Perdón —le dije, mirándolo con ojos tristes—. Ha sido todo tan pesado... No sé cómo manejar esto...

—No te disculpes, Mar —dijo, acariciando mi mejilla con una ternura que me derritió por completo—. Ha pasado muchísimo tiempo desde que te fuiste de ahí. Y yo que he estado contigo en todo este proceso, puedo decirte que has crecido un montón..

Lo miro, escuchándolo atentamente.

—Y nada más ahorita, que solo te dejé de ver meses, me sorprende cómo has crecido. Todo lo que escribes, y que te hayas acoplado solita a vivir en un lugar distinto.

Limpia mis lágrimas con ternura.

—No dejes que te tumben todo lo que has hecho. Eres maravillosa de pies a cabeza, Mar —me sonríe—. ¿O por qué crees que me tienes tan enculado?

Sonrío junto con él, relajándome un poco.

—No, mi amor, no les creas —me abraza, envolviéndome—. ¿Cuándo no has podido tú, eh? Y no digas que ha sido por mí, porque quien me ha sostenido a mí también has sido tú.

Frota mis brazos, reconfortándome.

—Ay, mi niña, para mí te sigues viendo tan chiquita, que me emperra que te traten así —besa mi cabeza—.

Me dejé abrazar, cerrando los ojos, absorbiendo ese momento de paz. El peso se levantaba de mis hombros, al menos por un rato.

—Te he extrañado un chingo, pero no sabía cuándo era el momento de regresar. Quería que ambos tuviéramos espacio, pero pues ya estuvo, ¿no?

Sonreí, las lágrimas aún frescas en mis ojos.

—A mí me sirvió todo esto para darme cuenta de que por quien yo hago todo y por quien todo tenía sentido es por ti —me separo un poco para verlo. Podía jurar que mis ojos brillaban—. Yo sé que no va a pasar rapidísimo, pero... ¿podemos al menos intentarle, no?

Vi cómo su sonrisa se agrandaba, y sentí que lo malo comenzaba a desvanecerse. En su lugar, el amor lo reemplazó.

—O bueno, si tú quieres...

No lo dejo seguir. Lo tomo de la cara y lo beso.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 06 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

fendi;gabito ballesterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora