veintitres.

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Tres semanas más y Gabriel iba a visitarme diario. Todos los días con detalles diferentes.

Aún así, no había cedido.

—¿Ya vino hoy ese pendejo? —me preguntó Óscar—. Ayer no se apareció.

—No, pero creo que hoy sí viene.

—Pues ya son las siete, eh —me dijo—. A esta hora ya te había bajado la luna y las estrellas.

—Qué tonto.

—Yo creo que no va a venir voy —siguió—. Además, vi que estaba empedando.

—¿Eres mi amigo o mi hater?

—Soy tu amigo pero hater de ese wey —lo miré divertida—. Ya dile que no vas a regresar con él.

Me quedé callada.

—¿O qué? ¿Apoco sí vas a regresar? —preguntó—. Porque si sí vas a hacerlo, tampoco te mames ya.

—¿De qué?

—El pobre wey viene a diario a verte y tú nada más le dices que no —contestó—. No sé cómo no se ha cansado.

Me quedé acostada en el sillón pensando en que tal vez sí se había cansado. Lleva casi un mes viniendo a diario, cada día con cosas y cartas distintas.

Incluso cuando llegaba muy cansado de trabajar, iba con los ojos cerrados del sueño que tenía, pero siempre se quedaba unas buenas horas a platicar conmigo.

—Ya me voy a dormir —dio un beso en mi cachete—. Tú deberías de hacer lo mismo, ya es bien tarde, no va a venir ya.

Asentí triste. Nos habíamos quedado toda la noche esperando a que Gabriel llegara pero este sería el segundo día sin saber de él.

Fui a lavarme la cara y los dientes. Cuando estaba poniéndome la pijama, el timbre sonó. Fruncí el ceño y me asomé por la puerta, era él.

—Gabriel, es tardísimo y...

—¿Por qué no quieres regresar? —me interrumpió—. De verdad ya no sé qué hacer.

Evidentemente estaba borracho.

—Óscar me dijo la última vez que ya dejara las cosas así y que tú definitivamente no querrías regresar porque lo estaban intentando pero...

Fruncí el ceño y lo interrumpí.

—¿Te dijo eso? —asintió—. No hagas caso, ven.

Entramos a la sala y lo senté en el sillón.

—¿De dónde vienes?

—Fui a tomar pero ni así te olvido, chula —dijo señalándome—. No sé estar sin ti.

Suspiré.

—Si sabes, Gabo, solo que...

—Ya, al chile, Mar —me interrumpió—. De verdad ya no me quieres?

Me quedé callada.

—¿Ni un poquito? —volvió a preguntar—. Porque tal vez todos tienen razón y tengo que soltarte ya.

Ay, no, por favor.

—¿Cómo no te voy a querer, Gabriel? —contesté—. Estás muy borracho, te voy a llevar a tu casa y ahí hablamos, ¿sí?

Asintió.

—Vente.

Caminé junto con él a mi coche, me aseguré de que se subiera bien y me subí pronto para empezar a manejar.

—¿Sabes qué? —lo miré de reojo—. Me la he pasado muy mal.

—¿Por qué?

—Siento que me quitaron a mi compañera de vida —respondió—. Cinco años contigo, besándote a diario y ahora tengo que rogar para que siquiera me dejes abrazarte.

Me quedé en silencio. "Está borracho", me repetía.

—Pero está bien, yo me lo gané, ¿no?

Negué.

—Ya, duérmete en lo que llegamos.

—En serio, Mar —contestó—. ¿Tú también crees que debo dejarte ir?

Suspiré y negué.

—Esto no se ha acabado.

Sonrió al escucharme.

—Entonces, si me sigues queriendo —me molestó.

Se reacomodó en su asiento contento.

—¡A huevo! —gritó emocionado—. Yo sabía, ¿cómo todos ellos te van a conocer mejor que yo, chiquita?

Rodé los ojos y negué.

—Y lo que me dijo Maydon? —preguntó—. ¿Apoco sí es cierto?

—No sé por qué te dijo eso.

—Nada más donde ya se han besuqueado, ¿eh, Maressa? —me señaló.

—Tú y yo no estamos juntos y yo puedo hacer lo que quiera.

Me estacioné y bajé del auto para ayudarlo a bajar.

—Vámonos —dije al abrir la puerta.

—¿Ya se besaron? —me preguntó serio.

Suspiré.

—Gabriel, bájate ya.

—Mar, contéstame —pidió—. ¿Ya se besaron?

—Sí —mentí—. ¿Eso querías escuchar? Ahora bájate.

Asintió y como si el alcohol hubiera desaparecido de su sistema, caminó perfecto hacia la puerta.

—Gracias por traerme —dijo buscando las llaves en el bolso de su pantalón.

—¿Puedes estar solo? —pregunté—. ¿Quieres que te ayude en algo más?

Negó.

—Gracias, Mar, ya te molesté mucho —sonrió levemente—. Puedes regresar.

—Estás borracho, ¿quieres que te prepare algo...?

Negó.

—Mar, ayúdame a dejarte ir, ¿sí? —pidió—. No quiero ser egoísta y  si tú ya decidiste avanzar, tengo que hacerlo también.

No dijo más, entró y cerró la puerta detrás suyo.

Sentí desilusión por creer que esta noche dormiría a su lado.

fendi;gabito ballesterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora