ocho.

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Bajé bostezando las escaleras y cuando llegué a la sala, todo el sueño desapareció en un instante.

La sala estaba repleta de rosas blancas y peonías. En medio, un ramo más grande que los demás con letras grandes que formaban mi nombre.

"Pensé en ti porque me di cuenta de que desde que llegamos a esta casa, ni un solo ramo había conocido nuestro hogar. Te amo, mi chula, a ti nunca te tiene que faltar amor", decía la nota en el centro del arreglo floral.

Salté como una adolescente enamorada, emocionada por el gesto. Pasé mucho tiempo observando cada uno de los ramos de flores, sonriendo por lo feliz que me sentía.

—¡Ay, quién despertó? —dijo mi novio mientras cerraba la puerta.

—Me encantan —corrí hacia él para abrazarlo.

—Hola, mi amor —me abrazó, y en un solo brinco, me subí a él—. Me vas a tirar, chula.

—Tenías mucho tiempo sin traerme rosas.

—Pero mira, ahora te sobran —sonreí asintiendo—. ¿Desayunamos?

—¿Qué quieres? Yo cocino.

—Ah, ¿sí? —preguntó sonriendo mientras caminaba, aún cargándome, hacia la cocina.

Abrí la boca sorprendida al ver que todo estaba preparado.

—¿Por qué andas tan cariñoso, eh? —pregunté arqueando una ceja—. ¿Qué quieres?

Gabriel soltó una carcajada.

—Nada, chula, ándale a desayunar.

Me bajé de él y me senté para desayunar.

—Siéntate, siéntate —dije acercándole una silla junto a mí.

Comencé a comer recargada en su hombro, disfrutando de la calidez de estar juntos.

—Qué feliz andas tú —me molestó Gabriel mientras me limpiaba la boca.

—Me encanta estar así contigo.

Sonrió y dejó un beso en mi frente.

—Sin ninguna preocupación —continué—. Porque así estábamos a diario antes, ¿te acuerdas?

Asintió.

—Pero llenos de deudas.

—Pero ahora ya no, y somos muy felices juntos —le di un beso en su mejilla—. Gracias, mi amor.

—Si sigues así de cariñosa, pensaré que la que quiere algo eres tú.

Sonreí y negué con la cabeza.

—¿Tienes algo que hacer hoy?

—Pensaba quedarme a completar más la tesis y tengo cita con la psicóloga en la tarde.

Asintió.

—Nos quedamos en casa entonces —dijo picando su plato—. ¿O te acompaño a tu cita, te espero y después nos vamos a cenar?

—¿Y si vamos de fiesta?

—¿Traes ganas de salir o qué? —asentí.

—Me la he pasado leyendo mucho, quiero despejarme.

—Bueno, pues, déjame hacer unas llamadas y vemos a dónde vamos.

Asentí.

—Pero antes vamos a dormirnos un ratito.

—¿Traes sueño? —asentí—. Qué rico, yo también tengo ganas de dormir abrazado de mi chula.

Sonreí. Nos apuramos a comer y subimos rápido al cuarto para después acobijarnos y acurrucarnos.

fendi;gabito ballesterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora