treinta y cuatro.

3.4K 337 84
                                    

—De verdad, no tengo ganas, Oscar.

—No me interesa, arréglate y en una hora paso por ti—respondió—¿Cómo verga no vas a festejar?

—¿Y quién va a festejar?—pregunté triste—Solo tú y yo, a nadie más le importa.

—Pues con eso tenemos, chula.

Cerré los ojos al escuchar el apodo con el que se refirió a mí.

—No dejaré que te deprimas, Mar—dijo triste—Vamos, por favor.

Suspiré. No tenía nada más que hacer, más que llorar como lo había hecho desde ayer que regresé de gritarle a Gabriel frente a todos.

—Está bien, en una hora te veo.

Alardeó feliz para después colgar. Me metí a bañar rápidamente y cuando salí, bufé. No tenía ni una sola prenda en la habitación de invitados.

Ayer apenas llegué, me encerré y no he salido en lo absoluto. Mucho menos saldría después de la escena de Gabriel por la noche.

—¿Mi amor?—escuché—¿Si estás aquí, verdad?

Forcejeó la puerta varias veces pero tras no poder abrir debido al seguro, se rindió.

—Yo sé que me estás escuchando, mi chula—el ruido de la madera me hizo saber que estaba recargado en la puerta—Me siento muy culpable y yo sé que nada de lo que diga lo va a poder arreglar, porque ¿cómo vas a perdonar algo así?

Me solté a llorar de nuevo mientras abrazaba una almohada.

—Mi amor, así tu discurso no hubiera tenido siquiera mi nombre, yo hubiera querido llegar. No vuelvas a pensar así. Eres lo más preciado que tengo.

Estaba por abrir, pero miré mi vestido, arrugado y que ahora representaba el día más triste de mi vida. No lo merecía.

—No sé, mi chula, estoy bien desesperado porque siento que prácticamente te perdí. Y no tengo idea de cómo arreglarlo.

Me senté en el piso frente a la puerta, pensando que del otro lado estaba la única persona que podía calmarme. No obstante, era la misma persona que me tenía así.

—Yo te conozco, mi chula, y eso es lo que más me duele, que yo sé cómo estás ahorita—suspiró—Como me encantaría que me dejarás aunque sea consolarte, mi amor.

Rodé los ojos mientras continuaba sintiendo lágrimas cayendo.

—Ahora sí me la pusiste difícil—dijo triste—Pero no me voy a rendir, eh, mi amor, yo sé que algo de amor por mí queda ahí y yo haré que crezca, no me importa, para eso tienes mucho novio.

¿De qué me sirve? ¿De qué me sirve tenerlo si solo es cuando le interesa a él?

Ni modo, tendría que salir. De puntitas y con cuidado, abrí la puerta. Me asomé por las escaleras y no escuché ningún ruido. Por favor que siga dormido.

Fui a la habitación que compartíamos y abrí la puerta poco a poco. Ahí estaba dormido, suspiré y avancé de nuevo con cuidado al clóset. Saqué ropa y caminé a la puerta, pero antes de irme, me detuvo su voz.

—¿Vas a salir?

Volteé a verlo y tenía también los ojos hinchados. Solo asentí.

—¿Puedo saber con quién?—lo miré seria—Con el Oscar, ¿verdad?

—Gabriel, sin ser grosera, pero ¿qué te importa?

Me miró serio y yo solo me di la vuelta. Corrí a maquillarme y me puse un pequeño vestido rojo y apretado.

fendi;gabito ballesterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora