treinta.

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—Ya hablé con ella, va a llegar a las diez —la tomé de los cachetes y la besé—. Te vas a ver bien chula.

—No sé por qué era necesario que me maquillaran, amor —respondió—. Nadie me verá.

—¿Apoco no querrás enseñarle a nuestros hijos lo hermosa que se veía su madre el día que se convirtió en profesionista?

Sonrió y sus ojos se iluminaron.

—Y te dejé un regalo en la sala, ¿ya lo viste?

Sus ojos se abrieron y me soltó para correr hacia la sala.

—No corras en las escaleras, Maressa, te vas a caer —dije siguiéndola—. Además, descalza, ¿cuántas veces te voy a decir?

—¡Gabriel! —la escuché gritar emocionada.

Cuando bajé, ahí estaba sosteniendo el vestido.

—¿Cuánto te costó esto?

Alcé los brazos.

—Lo que haya costado, mi amor —respondí—. Solo sé que nunca nadie se podrá ver tan bien como lo harás tú hoy.

Sonrió y corrió a abrazarme.

—Es un vestido hermoso, mi amor, gracias por consentirme tanto —besó mi mejilla.

—Te lo mereces, mi chula —ahora besé yo su frente—. Hoy no hay nada que debas sentir más que felicidad por tu trabajo.

Brincó emocionada.

—¡Me tienes que aplaudir mucho, eh? —me señaló.

—Hasta tus profesores se quedarán sordos de lo mucho que gritaré —respondí tomándola de la cintura—. Parecerá que habrá cincuenta personas ahí aplaudiéndote, a la verga.

—Mientras estés tú, perfecto.

Recargó su frente en mi mandíbula.

—Gracias, mi vida —me dijo—. Ya quiero que escuches mis agradecimientos.

—¿Entonces si son sobre mí o no?

—Un poco sí.

Sonreí.

—Así fueran solo dos líneas, estaría feliz, mi cielito —respondí—. Pero ahora mismo tengo que irme ya.

Asintió.

—Por favor, llega temprano —me pidió—. Solo tú puedes calmarme los nervios.

—Andaré diez minutos antes, vas a ver.

La tomé de la barbilla y la besé.

—Me mandas fotos, ¿eh? —pedí—. Quiero ser el primero en verte arreglada.

—Así será.

—Te quiero muy feliz, Mar —la miré a los ojos—. Este ha sido un trabajo de años y sé cuánto te ha costado, así que hoy nada de sentimientos negativos.

—Lo juro.

Sonreí y volví a besarla. Tomé las llaves del coche.

—Entonces ahora vuelvo, amor.

—Te ves muy guapo —me halagó—. Te verás muy bien con ese disco.

—Gracias, mi chula.

La canción con Junior había ganado muchos números y hace unos días, me informaron que podríamos recibir un disco de oro. Lo cual me resultaba absolutamente ridículo.

Cuando Maressa se enteró, se puso a llorar:

—¡No te rías! —me pegó.

—Es que ni siquiera yo estoy llorando —dije riendo—. ¿Por qué tú sí?

—Es que esto es todo lo que habíamos soñado antes.

Sonreí y sentí mi corazón brincar al saber que estábamos tan unidos que nuestros sueños eran los mismos.

—Mi cielito —dije con ternura para sentarme junto a ella en la cama—. Ven acá.

La abracé y ella continuó llorando en mi pecho.

—Tú te mereces todo esto —dijo tomándome de las mejillas—. Y si por mí fuera, te lo hubiera dado desde el primer día que empezaste.

Salí de mis pensamientos al recibir un mensaje de que ya me estaban esperando.

—¡Adiós! —me despedí caminando hacia la puerta.

—Llegas temprano, Gabriel.

Asentí y salí de ahí. Manejé rápido hacia el estudio.

—¡Ay, compa! —dijo Junior apenas me vio—. ¿Qué tal, eh? Humilde.

Sonreí al ver el disco a su lado y todos los fotógrafos frente a él.

—Así nomás —contesté acercándome para ver con detalle—. Pues hay que festejar, ¿no?

—Ni modo de dejarlo así, sería una grosería.

Reí levemente. Nos acomodamos para las fotos y después de grabar un par de videos, estábamos libres.

—¿De aquí a dónde? —me preguntó Junior.

Miré el reloj y aún tenía suficiente tiempo para tomar.

—Pues unos traguitos para festejar, ¿no? —sugerí—. Pero solo un rato porque tengo un compromiso importante con Mar.

Asintió.

—Además, quiero hablar de otras cosas que se me ocurrieron contigo y te van a ayudar.

—Vamos pues.

Acordamos el lugar y unos momentos más tarde ya estábamos en el bar.

Las horas pasaron y la estaba pasando tan bien, además de que estaba muy emocionado por el disco y los proyectos en los que me incluyó Junior.

—Te pasas de verga, ¿eh? —dije riendo.

—Yo nada más digo.

Vi a uno de los amigos de Junior levantarse.

—¿Qué? ¿Ya tan rápido? —pregunté.

—Ya es tardísimo, tengo que recoger a mi novia, quedé en llevarla a comer y ya voy tarde.

Abrí los ojos de más y empecé a sudar.

—¿A comer? —pregunté asustado—. ¿Pues qué hora es?

Busqué mi celular y recordé que lo había dejado en la camioneta. Por eso la alarma no me había alertado de que era hora de irme.

—Son las cinco, wey —respondió Junior divertido—. Menos mal que solo fueron unos traguitos.

Mierda, la presentación de tesis de Mar empezaba a la una. Ni siquiera alcanzaba a llegar a la fiesta porque yo solo reservé  de dos y media a seis.

—Maressa me va a matar —dije tan asustado que quería llorar.

Mis nervios se tensaron.

—Tenemos que irnos ya.

fendi;gabito ballesterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora