Capítulo 37

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—No —advirtió Camelia antes de que Carlo hiciera algo que no tendría solución alguna—

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—No —advirtió Camelia antes de que Carlo hiciera algo que no tendría solución alguna—. Lo último que necesito es que ese inútil de tu primo piense que te lo he contado para que lo obligues a casarse conmigo como si esa hubiera sido mi finalidad desde el principio. No gracias. No le daré esa satisfacción de creer que siento algo que no sea indiferencia y repulsión ante su absoluta falta de deferencia.

—¿Como puedes pensar que no haré nada después de su atrevimiento? —exclamó con enfado Carlo.

No le culpaba, su relación con Carlo era fraternal y comprendía que se preocupase por su honor, pero en cierta medida, ella acudió a esa cita clandestina así que no pensaba excusarse por su parte de culpa en aquello.

—Es su palabra contra la mía, ¿Crees que no se jactará diciendo que soy una farsante y que me he inventado esa calumnia solo porque no quiero que se case con mi hermana pequeña? Lo más probable es que le crean, su ducado le otorga esa clase de preferencia ante la nobleza y eso me asquea aún más. Además, todos se preguntarán porqué estaba a solas con él a esas horas de la mañana y sin compañía, lo que hará que mi padre me entierre en un convento por el resto de mis días y con razón. Así que no. No harás ni dirás nada de esto a nadie, pero ese canalla no le tocará un solo cabello a Georgia.

Camelia percibió como Carlo mantenía una respiración agitada tratando de controlarse y seguramente, las imágenes de su primo besando a su hermana o a ella misma se cruzaban por la mente sintiendo unos deseos frenéticos de propinarle más de un puñetazo a su pariente a juzgar por como apretaba los puños con firmeza.

—Había asumido que ella se casaría con él. Incluso ya tenía pensado partir en cuanto se celebrase la boda durante una larga temporada porque no soportaba la idea de verles juntos en público, pero anoche... mientras hablábamos algo en mi interior se reavivó con más firmeza que nunca y esta mañana cuando desperté y no le vi en la alcoba el terror inundó todo mi cuerpo, pero esto... que planee casarse con ella y al mismo tiempo trate de deshonrarte. Soy consciente de los rumores que se ciernen sobre él, pero no pensé que fuese tan canalla para tramar algo así.

—Y por eso tienes que declararte a mi hermana hoy mismo —dijo Camelia abruptamente.

La contrariedad en el gesto de Carlo le dejó momentáneamente mudo y durante un buen rato, trató de buscar una excusa para no hacerlo, argumentos válidos para negarse a aquella petición, aunque todos ellos solo eran fruto del miedo al rechazo. ¿Por qué se iba a conformar esa dulce y hermosa joven con él, que solo heredaría un vizcondado pudiendo tener a un duque?

—Creo que mi hermana está enamorada de ti, Carlo. Siempre lo ha estado. —Es cierto que no tenía la seguridad y que no podía saber si aquel sentimiento era una ilusión infantil por la constante presencia de Carlo en sus vidas o si realmente era algo más.

O quizá estaba equivocada y Georgia lo rechazaría sin miramientos, pero al menos, Carlo pasaría el resto de su vida sabiendo que ella nunca sintió lo mismo que él. Fuera cual fuese el resultado, él debía sincerarse con sus sentimientos y revelarle lo que sentía para que su hermana pudiera elegir de forma consecuente.

—No es posible. No... solo lo dices porque es...

—No tengo ninguna necesidad de mentirte Carlo. Es cierto que sería inmensamente feliz si te convirtieras en mi hermano de verdad, aunque siempre te he considerado como tal, pero hace varios días Georgia y yo tuvimos una discusión poco agradable. Lo reconozco, fue culpa mía, me excedí demasiado con mi temperamento, pero créeme que durante esa disputa, mi hermana me dijo algo que me hizo pensar que sus sentimientos hacia ti no son igual que los míos. Dime, ¿Que te asusta? ¿Que te rechace? ¿Que elija a ese inútil por encima de ti? Si no haces nada ahora mismo la habrás perdido para siempre y pasarás el resto de tu vida preguntándote que habría ocurrido si me hubieras hecho caso.

Probablemente a Carlo no le gustó que ella tuviera razón y por ese motivo la observó durante unos instantes fijamente y la señaló con el dedo como si la estuviera culpando de la vocecita interior que había en su interior. No dijo nada. Tampoco la rebatió. Simplemente emprendió camino hacia la casa para entrar por la puerta principal y Camelia escuchó los cascos de un caballo que se acercaba a gran galope, solo necesitó alzar la vista para ver a lo lejos al dueño de sus pesadillas para huir en dirección contraria hacia sus aposentos en el desván.

Subió rápidamente la escalera de servicio, se adentró por los pasillos que conducían a la escalera de caracol que llevaba a ese lugar y en cuanto cerró la puerta se dejó invadir por el olor a polvo y humedad.

Sentía el corazón acelerado, su pulso era más que errático y el bombeo la hacía tener su pecho agitado. Si. Era el dueño de sus pesadillas, pero ¡Maldito fuera! Eran unas pesadillas ardientes que amenazaban con arrasar todo su cuerpo en llamas incandescentes.

 Era el dueño de sus pesadillas, pero ¡Maldito fuera! Eran unas pesadillas ardientes que amenazaban con arrasar todo su cuerpo en llamas incandescentes

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