Camelia estaba decidida a enviarle al diablo, a rechazar su obscena propuesta, ya que al fin y al cabo la estaba citando en un lugar a solas y si alguien les sorprendía no le salvaría el que sus familias fueran cercanas. Había estado en cientos de ocasiones a solas con Carlo, pero tanto los sirvientes como sus hermanas o su padre, sabían perfectamente que estaba en su compañía. En cambio ahora, el duque la citaba de forma clandestina cuando bien podría haberla resarcido de su acuerdo o simplemente limitarse a una conversación mientras paseaban por el jardín. ¿Tal vez no quería que le vieran acompañado de ella? No tenía sentido, en ese caso habría pospuesto su deuda efímeramente y en cambio, se atrevía a citarla a escondidas sin ningún acompañante salvo ellos a riesgo de que ella pudiera tramar una trampa y someterle a un matrimonio indeseable.
—No le tengo ningún miedo, lord Guicciardini. ¿Y usted? No teme que pueda hablarle a alguien de nuestra cita y se vea obligado a casarse conmigo? —exclamó usando la misma lengua.
Estaba claro que si algún invitado tenía un oído agudo, no captaría en absoluto su conversación y quizá por eso se atrevió a hablar en un tono alto y claro.
Gabriele hizo un mohín con los labios tratando de contener una risa inesperada.
—Me detesta o eso dice, así que casarse conmigo sería lo último que me esperaría de usted —dijo muy seguro.
—¿Ni por evitar que se case con mi hermana? Creo que no me conoce lo suficiente, lord Guicciardini. No seré yo quien evite ir a su cita, pero tal vez debería pensar detenidamente si presentarse o no... —Camelia se marchó sin esperar una respuesta por su parte, hacía demasiado tiempo que no hablaba con el conde di Santis, siempre le había parecido un caballero lo suficiente soberbio y estirado para evitarle, en cambio su hermana Isabella era tan dulce que lo compensaba.
La viuda di Santis hablaba de forma animada junto lady Lucía, desde la muerte de la madre de Camelia, se habían unido tras su pérdida y ahora eran íntimas amigas, puede que no lo hubieran expresado en voz alta, pero ambas deseaban que el conde eligiera a lady Valentina como esposa y teniendo en cuenta lo hermosa que era la dama, era más que probable que esa unión se llevase a cabo más temprano que tarde. Se preguntó si ahora que el nuevo conde di Santis había vuelto de sus largos viajes, pensaba asentar la cabeza o más bien sería de la condición del duque y frecuentaría prostíbulos de forma continuada.
¿Que más le daba a ella? Suficiente tenía con su propia vida y la de su hermana para preocuparse por las futuras alianzas de otros.
—¡Oh querida! —anunció la condesa viuda—, que grata sorpresa nos habéis dado con esta estupenda escapada campestre y lo que amaba vuestra madre este lugar—, sin duda debe estar muy feliz de que nos reunamos aquí y sobre todo si hay alguna noticia estupenda que vuestro padre desee anunciar sobre alguna de vosotras. —Su voz evidenciaba que aguardaba el anuncio de un compromiso y que ese era el motivo de dicha reunión campestre.