Capítulo 19

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Apenas terminar un entrenamiento particularmente agotador, Sandra fue a buscarla. A Diana le tomó unos instantes adivinar sus intenciones, pero aceptó ir con ella de todas maneras. Sintió un miserable retorcijón en el estómago mientras la acompañaba hasta el fondo de las gradas, donde nadie podía escucharlas.

Sandra temblaba y Diana la compadecía. A pesar de todo, reconoció su valor y la admiró por eso.

—Tengo que de-decirte algo —murmuró después de unos segundos de silencio. Diana asintió. No podía hablar, sentía que los labios se le habían pegado con cola—. Desde ya, lamento si esto te hace sentir incómoda... Te juro que no es mi intención...

Diana le sonrió con la intención de tranquilizarla —aunque su sonrisa era todo, menos tranquilizadora—, pero Sandra no la estaba mirando. La vergüenza estaba mermando la resolución de la pobre muchacha. Se arrepentía de haber cedido a sus impulsos, pero ya no había vuelta atrás. Y continuó.

—Yo... La verdad es qué... Yo... —Sandra tomó aire. Diana no la presionó. Lo que menos quería era que continuara hablando, pero estaba deseando que terminara de una vez—. Desde que te co-conocí...

A lo lejos, Úrsula las observaba sin otro interés en particular que poder burlarse de Diana más tarde. Toda esa escena la divertía mucho porque sabía que todos los temores de Diana se habían hecho realidad. Dalila, sentada a su lado y preocupada por recuperar el aliento, era casi indiferente.

Solo porque había notado el interés de Úrsula y difícilmente podría pasarlo por alto.

—No pensé que Sandrita pateara para ese lado —murmuró Dalila como si nada.

Úrsula se burló.

—Sociales está lleno de cabras y cabros, todos son espadas de doble filo —respondió Úrsula mientras sonreía. No podía ni le interesaba hacer nada para ocultar lo feliz que estaba—. Te tienes que cuidar de todos y de todas porque nunca sabes de donde va a venir la estocada final...

—Bue, en algo tienes razón —contestó Dalila. Miró a su amiga de reojo. La descarada estaba sonriendo como si le hubieran avisado que se acababa de ganar un millón de dólares—. ¿Qué crees que le diga?

—Qué no.

—¿Tú crees?

—¿No ves cómo está toda incómoda?

Dalila le echó una ojeada por encima del hombro. Le bastó para descubrir que Úrsula tenía razón: no podía verle la cara a Diana porque estaba dándole la espalda, pero los movimientos erráticos de su cuerpo le garantizaban que la muchacha quería, cuanto menos, morirse.

Tuvo que compadecerse de Sandra. Le agradaba, aunque nunca lo hiciera notar.

—Pobrecita.

—Así es la vida —suspiró Úrsula con dramatismo y echó la cabeza hacia atrás para mirar mejor la escena. No tenía ningún escrúpulo ni se preocupaba por eso. Si la descubrían mirándolas, se divertiría mucho más.

Diana, por otro lado, estaba enfrentando el momento más desagradable de la semana. Y eso considerando que hace menos de veinticuatro horas había tenido una conversación muy incómoda con su ex novia. Si le dieran a elegir entre una cosa y otra, Diana respondería que prefería explicarle a Irene —por undécima vez— que no quería tener nada que ver con ella que escuchar a Sandra declarándole sus sentimientos.

Pero no tuvo opción, así que solo tenía que soportar. Habría deseado, al menos, que Sandra eligiera un momento mucho más apropiado. Podría haberla citado en otro momento y Diana aceptaría verla, aunque fuera a regañadientes. No era necesario que lo hiciera en las canchas de vóley con todas sus compañeras rondando por allí.

La estrella y la luna | GLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora