Capitulo 13

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El campus era tan grande que resultaba sencillo tomar la dirección equivocada y perderse. La visita del día anterior solo les había proporcionado un conocimiento superficial de la universidad porque, además de la entrada principal y la pileta, ellos no conocían nada. Tuvieron que pedir indicaciones y luego seguir a un grupo de estudiantes que parecían más familiarizados con el entorno.

Llegaron a la zona deportiva después de una pequeña caminata. Las otras universidades ya estaban por allí. Diana tragó saliva e intentó aparentar normalidad. No podía dar el mensaje equivocado frente a toda esa gente.

Había tres canchas y mucha gente asegurándose de que todo estuviera en orden. Diana y el resto fueron a sentarse en las gradas de la cancha del medio, donde la red de vóley ya estaba preparada y dos equipos se encontraban calentando para tener el primer partido. Tenían que prestar mucha atención porque serían sus rivales en el futuro.

Tendrían dos partidos ese día, uno en la mañana y otro en la tarde. La hora no estaba precisada con exactitud, pero una cosa era segura: estarían allí gran parte del día. Esa realidad desanimaba a buena parte del equipo —que había confiado en que tendrían un tiempo libre para conocer la ciudad—, pero no lo suficiente para que las acongojara. Después de todo, habían ido allí para jugar y, sobre todo, alcanzar uno de los cinco cupos para llegar a la etapa nacional.

Las gradas se fueron llenando de deportistas, profesores y demás estudiantes con el paso del tiempo. Diana acumuló nerviosismo mientras esperaba, impaciente. Una parte de ella, quería que el evento empezara de una vez; la otra, quería huir de allí.

Siempre había sido así. Su emoción —que era mucha— luchaba constantemente contra su pánico. Arrastraba desde la secundaria un miedo irracional a jugar en competencias, a ser observada, estudiada por decenas de personas. Se le revolvía el estómago de solo pensar en estar en la cancha y que todo el mundo esperara verla equivocarse para juzgarla.

—¡Diana! ¡Hola!

La aludida se sobresaltó y le dio un susto de muerte a Alicia, que estaba sentada a su lado.

—¿Qué pasó? ¿Estás bien?

Habían llamado la atención de las personas a su alrededor. Diana sintió que sus mejillas quemaban.

—No, no es nada —respondió. Levantó la cabeza con lentitud y buscó a Leila en las gradas. La encontró parada, junto al resto de su equipo, a un par de asientos de distancia. Le sonrió y levantó una mano, muriéndose de la vergüenza.

No iba a gritar, bajo ninguna circunstancia. Ya tenía demasiado con haberse convertido en el centro de atención por unos breves segundos.

—¿Y ella quién es? ¿La conoces? ¿Es tu amiga? —inquirió Alicia, extrañada. No había tardado mucho en encontrar la dirección a la que los ojos de Diana miraban.

Leila movió el brazo con vehemencia mientras sonreía de oreja a oreja. Diana pensaba que tenía demasiada energía y que era pecado que alguien tuviera tanta alegría a esa hora de la mañana.

—La conocí ayer —murmuró Diana. Agitó su mano, despacio, para no ser descortés. Para su buena suerte, el árbitro pitó el silbato y las barras de ambas universidades estallaron en aplausos y gritos. El partido iba a empezar y Diana tenía una excusa para dejar de prestarle atención a Leila. Leila también se sentó.

Alicia estaba poco más que sorprendida. Diana definitivamente no era de esas personas que se acerca a otras para presentarse y ofrecer una amistad. No pudo evitar interesarse. ¿Había algo más detrás de eso? ¿Sería algo que a Lucía le interesaría saber? Tenía que averiguarlo.

—¿La conociste ayer? ¿Cómo?

Úrsula, que lo había visto y escuchado todo desde su lugar, al lado de Alicia, intervino. Tenía la obligación moral —casi biológica— de hacerlo. Haría cualquier cosa dentro de sus posibilidades para incordiar la existencia de Diana.

La estrella y la luna | GLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora