Capítulo 36

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Diana pasó de enloquecer por cada segundo que no estaba al lado de Úrsula a desear no volver a encontrársela nunca más. Saber que debía regresar a los entrenamientos de vóley para verla tres veces por semana solo la puso de muy mal humor.

Llegó a plantearse el renunciar al equipo y darle su puesto a alguien más. No era indispensable ni nada por el estilo, podía hacerse a un lado y todo seguiría como siempre. ¿No decía Úrsula que con ella sola tenían mucho más que suficiente? Pues le daría la oportunidad de demostrar que estaba en lo cierto.

Sin embargo, no lo hizo. Se dio la oportunidad de pensar las cosas con la cabeza fría y se dio cuenta que debería dar más explicaciones de las que les gustaría. ¿Qué pensarían Marcos y Lucia? ¿Y sus compañeros de clase? Y ¿qué culpa tenían sus compañeras de equipo de que las inmadureces de Úrsula? Además, sus padres estaban orgullosos por su clasificación —ya hasta estaban comentando la posibilidad de ir a verla— y no quería decirles que pensaba bajarse del avión —en sentido literal— porque se había involucrado —un eufemismo para no dar demasiados detalles vergonzosos— con la persona incorrecta.

Por lo tanto, cuando Gianella escribió un mensaje —un saludo acompañado de una hora, fecha y lugar— fue la primera en leerlo y asegurar que se presentaría. Y lo cumplió, puntual, como siempre.

La actitud enfurruñada con la que se apareció en las canchas fue una sorpresa para todas. En Úrsula era una cosa común, usual, la novedad —y lo que pondría a todas en alerta máxima— era que tuviera buena cara, pero ¿en Diana? Eso las descolocó.

Alicia fue la valiente que se acercó primero para saludarla. Le dio un ligero apretón en el hombro y Diana se forzó para sonreír.

—¿Qué tal?

—Bien —dijo Diana. Sentía la boca reseca, extraña. Hablaba muy poco desde que pasó lo de Úrsula—. ¿Y tú?

Enseguida, Alicia empezó a contarle vagamente los pormenores de sus vacaciones. Diana la escuchó sin escuchar porque no podía importarle menos cualquier cosa que su compañera tuviera que decir. En realidad, toda su atención estaba puesta en las recién llegadas: Dalila y Úrsula.

Ninguna le dedicó más que una segunda mirada. Aunque, al menos, Dalila tuvo la decencia de saludarla con un ligero movimiento de cejas. Era mucho más vergonzoso fingir que no la había visto. Diana apenas se inmutó.

Hugo Suarez llegó veinte minutos tarde, pero no se disculpó. Las hizo juntarse en las bancas y Diana acabó sentada entre Gianella y Alicia. Úrsula estaba en los asientos de arriba.

—¿Cómo están, chicas? ¡Me da gusto que nos volvamos a ver las caras! ¿Qué tal las vacaciones? —preguntó el entrenador. Todas respondieron al unísono: «Bien» y él ensanchó mucho más su sonrisa, si es que eso era posible—. Me alegro por ustedes, me alegro mucho.

»No creo que sea necesario que se los recuerde, pero ya saben que vamos a la nacional. Tenemos que entrenar mucho a partir de ahora y creo conveniente que añadamos un día más, así que ahora entrenaremos tres veces a la semana. ¡Tenemos que darlo todo! El nuevo rector está muy interesado en que dejemos el nombre de la universidad en alto y va a brindarnos todo su apoyo. En realidad, estamos en conversaciones para...

Hugo Suarez se deshizo hablando un buen rato. Dijo tantas cosas que Diana apenas pudo recordar la mitad. Pero entendió, a grandes rasgos, que muy probablemente tendrían un nuevo entrenador que les ayudaría a pulir todo lo que Hugo ya les había enseñado.

Úrsula no pudo contener un sonido de incredulidad cuando lo escuchó. No había nada que Hugo les hubiera enseñado porque todas allí habían aprendido a jugar vóley en el colegio. Él solo las reunía, las hacía dar vueltas alrededor de la cancha y se llevaba el crédito por todos sus logros.

La estrella y la luna | GLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora