Capítulo 23

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—¿Qué-mierda-quieres-ahora?

Escuchó que Álvaro respiraba hondo y por primera vez deseó que se atorara con su propia saliva y se muriera de una sola vez. Estaba siendo un novio asfixiante y absolutamente insoportable. Ella solo quería paz, ¿era tan difícil para él entender algo como eso?

—Estoy tratando de hablar contigo.

—Estoy ocupada ahora.

—¿Y a qué hora sales de la universidad? Dime. Quiero irte a recoger.

—Voy a salir tarde.

Otra vez, Álvaro respiró hondo. Úrsula reconocía cuando estaba conteniéndose para no portarse como un auténtico gorila.

—No hagas esto más difícil.

—No estoy haciendo nada.

—Pero me estás desesperando. Mira, he sido muy paciente con tus cambios de humor...

—¿Qué cambios de humor? No me trates como si estuviera loca.

—Yo sé todo.

Aquella afirmación era muy graciosa viniendo de él. Úrsula no tuvo ningún reparo en reírse con ganas.

—Mira... —Álvaro estaba perdiendo los estribos. Sabía cuando se burlaban de él—. Sé lo que te está pasando y lo entiendo.

—¿Y qué me está pasando?

—Estás embarazada.

Úrsula se quedó en shock. Se le borró la risa. Se sintió asqueada con la sola idea.

—No hables huevadas.

—¡Sé que lo estás! —insistió Álvaro—. Mi mamá me dijo que algunas mujeres odian a sus maridos cuando están preñadas. —Úrsula sintió que le temblaba el párpado de la cólera—. ¡Y sé que te fuiste a vomitar la vez pasada! Y también tienes esos cambios de humor y esa actitud de mierda que tienes conmigo. Está bien, la odio, pero lo entiendo. Y a pesar de todo, estoy aquí. Así que ya puedes decírmelo. Me voy a hacer responsable.

—Mira, no estoy de humor para tus cojudeces...

—No me lo puedes seguir ocultando más. No tienes que tener miedo, yo estoy aquí para ustedes. —Álvaro sonreía. Se sentía listo. Según él, había descubierto la razón del descontento de Úrsula. ¡E iba a tener un hijo! ¡Un hijo suyo!

—Te juro que no estoy de humor para aguantarte.

—No tienes que seguir fingiendo más. Hoy mismo vamos a hablar con tus padres, les decimos la buena noticia. Voy a dar la cara y le voy a poner mi apellido, no te preocupes por eso.

—Mira, no me hables más. Chau.

Úrsula cortó y respiró hondísimo. No sirvió para mucho, así que fue hacía uno de los baños de la universidad y se lavó la cara. Se miró en el espejo; tenía ojeras. Dormía muy poco en los últimos días.

Su novio siguió insistiendo mientras ella estaba de regreso a casa. No atendió ninguna de sus insistentes llamadas. Le asqueaba la sola idea de estar embarazada de él. Prefería morirse.

Lo único que la hizo asistir a los entrenamientos al día siguiente fue la idea de encontrarse con Lucio. Pero había olvidado comprarle su lata de paté. El gato no se resintió —no demasiado, al menos, porque los guardias se aseguraban de que creciera de los lados—, pero ella si se sintió desanimada. Todo le estaba yendo mal y ya ni siquiera le quedaban ganas de estar molesta.

Cuando terminó la práctica, se arrastró hacia las gradas y se tumbó sin más. No le importó ni un poco que el entrenador se pusiera a dar un par de comunicados o que alguien pudiera verla en una pose tan indigna. Pocas cosas le importaban. Lucio se echó sobre su pecho y, a pesar de que los siete kilos del gato le cortaron la respiración, Úrsula no lo apartó.

La estrella y la luna | GLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora