Capítulo 33

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Estuvo a punto de morir cuando se abrió la puerta.

La expresión de Úrsula se relajó cuando la reconoció. Solo un poco, claro. Solo porque la conocía y sabía que llegaría. No porque realmente se muriera de ganas por verla y hubiera hecho un par de preparativos para recibirla.

Se hizo a un lado para dejarla pasar y, en cuestión de segundos, Diana estuvo dentro y la puerta se cerró. Se miraron.

—Ho-hola —murmuró Diana con voz temblorosa. Úrsula sonrió al notar lo nerviosa que estaba.

No eran amigas, así que no podían saludarse con un beso y un fugaz abrazo. No eran novias, así que no podían besarse o decir «Feliz día, mi amor. Estoy cada día más enamorada de ti».

—Hola —respondió Úrsula. Miró hacia las escaleras y añadió—: Lucio está arriba. ¿Le trajiste algo para comer?

—Ah, sí... —Diana se quitó la mochila y corrió el cierre. Las manos le sudaban mucho y no tenía nada que ver con el calor—. Le compré un paté y... —Le entregó la lata con cuidado—. Santiago te manda esto, dijo que por la amistad. —Puso una pequeña caja de Bon o Bon en sus manos. Úrsula estaba impresionada—. Compré helado y... —Sacó otra caja y la puso encima del rumo que había en las manos de Úrsula. Diana se resistió a mirarla a la cara.

—¿Y ese quién lo manda? ¿Esteban José?

—No-no... Él dice que está corto de presupuesto, pero va a hacer bolos para el fin de semana por si quieres ir... Pero ese lo mando yo.

—Ah. —Úrsula se quedó callada y luego sonrió—. ¿Por la amistad y los buenos momentos? —preguntó con ironía.

—Por bonita.

Úrsula sonrió mucho más, si eso era posible. Relamió la satisfacción en sus labios mientras miraba a Diana.

—Gracias —dijo, mirándola de esa manera que sabía que la volvía loca—. Puedes ir subiendo a mi cuarto. Ahorita te alcanzo.

Diana se fue y Úrsula se quedó sola en la sala. Ya se imaginaba que no llegaría con las manos vacías, pero el halago le había superado. Úrsula se río mientras lo llevaba todo a la cocina. ¿Qué se comería primero? No tenía ni idea, pero no planeaba dejar que nada se desperdiciara.

Regresó a su habitación con las manos tan llenas que Diana —que estaba sentada de una manera para nada relajada— tuvo que levantarse para ayudarla. Eran muchas cosas.

Lo pusieron todo sobre la cama y luego Úrsula se echó a un lado para darle la primera cucharada al helado. Lucio maulló en protesta cuando su tranquilidad fue interrumpida por su dueña, pero a Úrsula no le importó. Dio otra enorme cucharada mientras Diana la miraba. Úrsula volvió a relamerse los labios.

—¿Quieres ver una película? —preguntó.

Desde que tenía uso de memoria, Úrsula se había asegurado de tener todo tipo de comodidades en su habitación. Sus padres habían cedido sin mayores pretextos y habían cumplido cada uno de sus caprichos, era por eso que tenía una cama de dos plazas, aire acondicionado, una televisión de pantalla plana colgada en la pared, un ropero empotrado, su propio baño y todas las comodidades con las que cualquiera pudiera desear.

Diana estaba fascinada y cohibida. Tenía la sensación de que estaba en una habitación muy lujosa de hotel. Su propia habitación era más pequeña y, aunque estaba más ordenada, no tenía manera de rivalizar con ese mini palacio. Le asaltó la preocupación de que Úrsula nunca se hubiera sentido a gusto allí. Úrsula casi tuvo que obligarla a sacarse las zapatillas, subir las piernas a la cama y ponerse cómoda.

La estrella y la luna | GLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora