Capítulo 21

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Lucio se acercó corriendo a Úrsula cuando la reconoció. El gato saltó por entre los asientos hasta que sus patas delanteras se hundieron en el muslo de Úrsula. Úrsula lo acarició con frenesí, haciéndolo maullar de disgusto. Pero Lucio no se fue.

Diana lo observó todo en silencio. No quería interrumpir el momento, aunque se moría de ganas por acariciarlo. El gato era adorable y daban muchas ganas de tirar de sus orejas o rascar debajo de su barbilla.

Pasados unos segundos, Úrsula rebuscó entre su mochila —que estaba en sus pies—y sacó una lata. La abrió mientras Lucio olfateaba con desesperación e intentaba meter su hocico en ella. Úrsula lo mantuvo a raya con una mano, pero él estaba muy impaciente.

—Eres un muerto de hambre —le dijo, medio enfadada. Úrsula dejó la lata en el asiento de al lado y Lució no demoró en ir tras ella. Como no había mucha gente, había el silencio necesario para que pudieran escucharlo comer.

—Está muy gordo, parece un cerdito —dijo Diana, mirándolo. Nunca había tenido un gato como mascota, solo un par de perros. El último de su camada murió después de doce años de acompañarla y le había roto el corazón.

—No le hagas caso, mi amor. —Úrsula le acarició el lomo a Lucio. El tono de su voz sugería que le estaba hablando a un bebé—. Ella está celosa porque tú si tienes para comer...

Diana, lejos de estar ofendida, contuvo la risa. Su mirada se mantuvo en el gato y en la mano que lo acariciaba. Úrsula volvía a tener las uñas largas y bien pintadas, parecían de revista.

A Lucio no le tomó más que un par de minutos dejar la lata impecable. Úrsula la retiró y, después de que el gato se limpiara las patas, se echó sobre el asiento. Mostró su enorme panza. Diana no pudo contenerse y lo acarició.

—¡Ay! —Retiró la mano y chupó la herida inconscientemente. Úrsula se estaba riendo a carcajadas mientras Lucio la miraba con fiera indignación.

—Por babosa.

—¡Pero si se deja agarrar de otras! —protestó Diana sin ocultar su indignación. Le ardía la piel. Era la primera vez que un gato la mordía.

—Es que presintió tus malas vibras —respondió Úrsula mientras cargaba al gato y lo llenaba de besos en la frente, felicitándolo por su acción.

El gato aprovechó la primera oportunidad para escabullirse asientos más arriba, quedando fuera de su alcance. Lucio miraba a Diana de la misma manera que Úrsula alguna vez la había mirado. Le desconcertó la similitud y lo miró aún más fijamente, perdió el sentido. No se dio cuenta de lo que su acompañante estaba haciendo.

—Trae para acá —dijo Úrsula bruscamente.

—¿Ah?

—Tu mano. Trae —ordenó Úrsula con fastidio. Diana la obedeció, medio dudando, y Úrsula cerró los dedos en su muñeca. Apretó con fuerza y luego levantó las cejas al ver la piel lastimada—. No llores —advirtió con hartazgo.

Diana apenas cayó en cuenta que Úrsula había sacado una botellita de alcohol de otro de los bolsillos de su mochila. Sabía que no era lo más prudente, pero no se atrevió a cuestionar los métodos de Úrsula. La estaba cogiendo con fuerza e intentar zafarse solo le habría ganado un par de burlas.

Úrsula echo sin miramientos el alcohol y Diana respiró hondo al sentir el escozor. La dolorosa sensación se fue después de unos segundos y Úrsula le soltó la muñeca.

—Gracias —murmuró Diana, mirándose la herida. Al menos había dejado de sangrar.

—No es la gran cosa, pero es para que aprendas a no ser tan idiota la próxima vez —respondió Úrsula.

La estrella y la luna | GLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora