Capítulo 32

842 67 14
                                    

El curso de verano se abrió a finales de enero. Úrsula hubiera dado cualquier cosa para ahorrarse la molestia de ir a la universidad en esa temporada. Hacía muchísimo calor y el aire acondicionado del salón que les habían designado no funcionaba y tenía que tolerar clases aburridísimas de Estadística con más de treinta grados en el ambiente. Era un calvario. El infierno en la tierra. Se quejaba de eso cada vez que tenía la oportunidad. Sus amigos estaban cansados, pero Diana siempre la escuchaba con atención.

Iba a su casa cada vez que se le presentaba la oportunidad, lo que generalmente ocurría —cuánto menos— tres veces por semana. Incluso se bañaba allí y había empezado a dejar su ropa en el cuarto de Diana, que se había convertido en su segundo hogar.

Era una relación rarísima que los tenía a todos a la expectativa, incluso a ellas mismas. Diana abrazaba su presencia con devoción y Úrsula la acunaba en su pecho, dejando que escuche los latidos de su corazón. Nunca hablaban de lo que eran o lo que podrían o querían llegar a ser, se abstenían de las conversaciones difíciles por temor. Era la garantía de que todo les saldría mal.

Pero ellas eran felices.

La familia se había re acostumbrado a su presencia en la casa. No fue un proceso complicado porque Úrsula ya se había hecho un lugar. Ellos la querían porque era encantadora. La única que guardaba ciertas reticencias fue Johana, que todavía miraba a Úrsula con recelo, aunque eso nunca le impidió ser amable.

Lucio, por otro lado, había empezado a perdonar a Úrsula. Todavía se resistía a sentarse sobre sus muslos y dejar que le acariciara el lomo, pero al menos ya aceptaba la comida de su mano. Úrsula estaba contenta de su progreso y presumía de que, y a pesar de los supuestos intentos de Diana por enemistarlos, volvían a ser inseparables.

Eran, por decirlo de alguna manera, una familia disfuncional.

A pesar de las advertencias de sus amigos y de su propio instinto de conservación, Diana estaba muy contenta. El pecho se le hinchaba de felicidad cada vez que Úrsula se aparecía en su casa para quejarse del clima, abrir las ventanas, acercar el ventilador a la cama y luego acurrucarse a su lado. Jamás se imaginó que algo como eso fuera a suceder, a veces incluso se pellizcaba la piel para asegurarse de que no estuviera soñando despierta. Úrsula la descubría y se reía y esa era la garantía perfecta de que nada de aquello estaba sucediendo en su mente.

—Estás medio mal de la cabecita, ¿no? —le preguntó un día, haciendo círculos con su dedo alrededor de su oreja.

—No, esa eres tú —respondió Diana, tomándole la mano e intentando bajarla.

Úrsula se resistió y tuvieron una pelea que acabó con Lucio escondido debajo de la cama, a Úrsula sentada sobre el regazo de Diana y a Esteban José, bastante ofuscado, tocando la puerta y recordándoles que él estaba en la habitación de al lado, intentando estudiar, y luego advirtiendo en voz mucho más baja que Santiago y Johana también estaban en la casa.

—No estamos haciendo nada —murmuró Diana, colorada de solo imaginarse de lo que su familia estuviera pensando. Ella todavía tenía la decencia para respetar el techo bajo el que sus padres y hermanos dormían—. Entra a ver si quieres.

—No seas enferma, yo no quiero ver esas cochinadas —replicó Esteban José con enfado—. Compórtate o la vieja te va a prohibir que te quedes con Úrsula en el cuarto y con la puerta cerrada. Y ya, cállense.

El chico se fue casi arrastrando los pies. Después de su año sabático, estaba preparándose para postular a la universidad. Había descartado la psicología cuando se adentró en la bibliografía de su madre y ahora se le había metido en la cabeza ser nutricionista. Úrsula fue la primera en reservar su cita.

La estrella y la luna | GLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora