Capítulo 27

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Bajo su techo y comiendo en la misma mesa con todos ellos, Úrsula experimentó algo que anheló con una inhumana desesperación durante toda su vida:

Convivir con una familia normal.

Y no era solo que fueran normales en el sentido de que se comunicaban con palabras y no con gritos, que los padres no fueran los enemigos con los que era mejor no compartir contacto visual, que nadie llegara borracho y violento a las tantas de la madrugada y que la casa no apestara alcohol, sino que todos allí se respetaban y se querían.

Úrsula estaba fascinada. Genuinamente fascinada y un poco celosa. Con frecuencia pensaba en lo fácil que debió ser crecer allí y sintió una envidia insana apabullante por Diana, por la vida que tuvo. Hubiera querido estar en su lugar. Era su sueño desde que tenía uso de razón. Se asentó allí por Lucio, para cuidarlo y asegurarse de que se recuperara, pero se quedó por como la hacían sentir todos en casa y porqué, aunque fuera solo por unas horas, podía imaginar que esa era su realidad.

En ningún otro lugar en el mundo había sentido que podía bajar la guardia y vivir con tanta despreocupación.

Esteban padre estaba encantadísimo con su presencia en la casa y siempre insistía en hablar con ella. Esteban José contaba historias estúpidas y siempre tenía un comentario gracioso en la punta de la lengua. Santiago era muy atento y servicial, y le daba los informes más detallados sobre Lucio y sus actividades cuando ella no estaba para verlo. Y también estaba Johana, la madre, que todavía la miraba con recelo, pero no había sido desagradable en ningún momento.

En realidad, todos parecían quererla. Y eso era un hecho sorprendente porque su presencia nunca había caído tan bien en ninguna otra parte.

Le gustaba estar allí. Su excusa era Lucio, pero sus razones eran otras.

Sin mencionar el hecho de que, por supuesto, de esa manera podría estar con Diana. Hablaban poco y se miraban mucho. Coexistían pacíficamente en el mismo territorio, por decirlo de alguna manera. Y, a pesar de que fueron hechas para ejercer en la otra una aversión tan aplastante a la que nunca sobrevivirían estando separadas, Úrsula debía reconocer que era agradable estar con ella.

Ni siquiera quería ahondar en las razones que la hacían pensarlo. Por muy amigable, noble y desinteresada que Diana fuera con ella, Úrsula se resistía a dar una imagen errónea que le permitiera pensar que estaban haciéndose amigas.

Pero, y en nombre de lo que hacían Diana y su familia por Lucio, estuvo dispuesta a ser amable. Ahuyentar a su ex novia obsesionada y patética solo había sido una pequeña muestra de su agradecimiento.

Cuando volvieron a hablar de eso —no es que a Úrsula le interesara, pero era eso o tener que releer los interminables y aburridos apuntes que le habían prestado para estudiar—, le alegró descubrir que Irene ya no había intentado volver a buscar a Diana.

—Creo que te tiene miedo —murmuró Diana con cautela cuando terminó de contar su historia. Miraba a Úrsula de reojo—. No podrías haberla asustado más si hubieras tenido un cuchillo de carnicero.

—De nada —respondió Úrsula, fingiendo desinterés. Continuó mirando y acariciando a Lucio, pero la delató su pequeña sonrisa.

Diana reflexionó por unos segundos. ¿Era ese el momento indicado para invitarla a almorzar? Su padre se lo había pedido a ella. Y Diana sabía que, aunque lo mataran las ganas y estuviera en su legítimo derecho por ser el dueño de la casa, él no la invitaría.

Decidió que podía esperar un poco más.

—¿Y cómo te va con Álvaro? —preguntó porque la mataba la curiosidad. Úrsula pasaba tanto tiempo en su casa que, entre sus visitas a Lucio y la universidad, Diana dudaba que le quedara mucho tiempo para estar con su novio.

La estrella y la luna | GLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora