Capítulo 31

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A pesar de los méritos que hacía Úrsula para tener su amor otra vez, Lucio no cedió.

Y ella realmente lo estaba intentando todo. Le compró muchos regalos, juguetes y todo tipo de comida. Aunque Lucio los recibió todos, no permitió que Úrsula le pusiera un solo dedo encima. Huía cada vez que notaba sus intenciones. Úrsula se frustraba.

—Ahora estamos en las mismas.

—Yo era su mamá favorita —respondió Úrsula. Diana la miró de reojo, esperando que se diera cuenta del significado de lo que había dicho. Úrsula o no lo sabía o no le importó o estaba demasiado desanimada para pensar en eso.

Diana tomó valor.

—Creo que prefiere a su tío —dijo, refiriéndose a Santiago—. Está con él todo el día, pero a la hora de dormir se viene a mi cama.

—¿Duerme contigo?

—Sí, se podría decir. Pero no le gusta que lo toque.

Úrsula no se ufanó como habría hecho en otras ocasiones. Su propio orgullo estaba herido por la indiferencia del gato al que amaba como a un hijo.

—No entiendo por qué está así. Ya antes lo había dejado de ver por meses y no se resentía tanto.

—De repente esta vez pensó que lo abandonaste.

—O tú le llenaste la cabeza de tonterías. Seguro que le hablaste mal de mí a mi Lucio.

—Yo no le dije nada. Él solito se da cuenta de las cosas, ya está grande.

Se enfrascaban en ese tipo de discusiones con frecuencia. Era divertido para Diana porque así, Úrsula se reía. No se lo había dicho explícitamente, pero Diana estaba segura de que lo necesitaba. Sabía que su casa era su infierno en vida y la casa de Diana se había convertido en una especie de lugar seguro.

Esteban José bromeaba con frecuencia —y en voz muy alta— diciendo que Diana ya se la había robado. Úrsula lo encontraba muy divertido y nunca lo contradecía. Y luego de que hubiera avergonzado a su hermana mayor, Esteban José se dirigía a sus padres para sugerirles que fueran a arreglar con los padres de Úrsula. Su padre se reía y su madre lo mandaba a estudiar. Diana pensaba que sus padres la interrogarían cualquier día de esos, era justo que preguntaran sobre la relación que mantenía con Úrsula, estaban en su derecho, pero no ocurrió.

Una tarde, Úrsula llegó a la casa con un arnés y una correa para Lucio. Ya había pasado una semana y no había tenido muchos progresos con Lucio. Tanto así que, cuando consiguió que aceptara sus caricias, estuvo a punto de llorar por la emoción que le abrumó el corazón.

—Te vamos a llevar a pasear, gato obeso —le dijo mientras, y con mucho cuidado, le colocaba el arnés sobre el lomo. Era la primera vez que le ponían algo como eso y estaba muy inquieto. A pesar de que Diana temía que Úrsula resultara herida de cualquier manera, eso no ocurrió.

—¿Vas a sacar a pasear al gato?

—Sí.

—¿Cómo a un perro? —preguntó Diana.

—No veo la diferencia. —Ciertamente tenía algo de razón: Lucio era tan grande que bien podía tener el tamaño de un perro de raza pequeña—. Y tú también nos vas a acompañar.

—¿Yo?

—Claro —respondió Úrsula con seguridad—. Tú también eres su madre. Cumple con tus funciones.

...

Fue una de las cosas más raras que Diana había hecho en su corta vida. Nunca antes se le había pasado por la cabeza la idea de salir a pasear con un gato, como si se tratara de un perro. Y era demasiado evidente que era algo nuevo para toda la gente a su alrededor porque todos se les quedaban mirando.

La estrella y la luna | GLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora