Una Noche de Karaoke
Al día siguiente, después de una intensa jornada en el hospital, los doctores se reunieron en su habitual punto de encuentro para relajarse y disfrutar de una noche de karaoke. Adele llegó al bar, saludando a sus colegas con una sonrisa. Al entrar, se sorprendió al ver a Richard, el nuevo doctor del equipo, sentado en una mesa al fondo.
—¡Rich! —exclamó, caminando hacia él—. No esperaba verte aquí.
Richard levantó la vista y le devolvió la sonrisa, invitándolo a su mesa con un gesto.
—¡Adele! Qué gusto verte. Ven, siéntate con nosotros.
Adele se unió al grupo, donde los doctores estaban charlando animadamente y disfrutando de sus bebidas. Mientras se acomodaba, notó que Rich no dejaba de mirarla. Ella le devolvió la mirada y, con una sonrisa, le preguntó:
—Doctor Rich, ¿cómo se ha sentido en nuestro grupo?
Richard sonrió, dejando su vaso a un lado.
—Muy bien, Ustedes son excelentes en lo que hacen. Sobre todo tú. Además de ser hermosa, eres inteligente y audaz.
Adele soltó una risa suave y replicó:
—Tal vez si no fuéramos colegas, pensaría que me está coqueteando, Doctor Paul.
Richard se quedó en silencio por un momento, tomando un sorbo de su cerveza mientras una música bailable comenzaba a sonar en la pista. Todos los presentes se levantaron para bailar, y Richard se volvió hacia Adele.
—¿Baila conmigo? —preguntó.
Adele lo miró divertida y aceptó.
—Sí, ¿por qué no?
Ambos se dirigieron a la pista de baile y comenzaron a moverse al ritmo de la música. Richard, algo torpe, intentó seguir el compás.
—No soy muy bueno bailando —confesó con una sonrisa.
Adele se rió y, en tono burlón, respondió:
—Lo sé, es típico de ustedes los americanos.
La fiesta se animó aún más, y todos comenzaron a disfrutar al máximo. Richard conversaba con Adele sobre temas muy interesantes, aunque no podía evitar intercalar sus pésimos chistes, lo que provocaba risas constantes en ella.
—Nunca pensé que fueras tan divertido, Doctor Paul —comentó Adele entre risas.
Las horas pasaron rápidamente y la noche comenzaba a hacerse tarde. Adele se puso de pie y, dirigiéndose a todos, anunció:
—Es hora de irnos, chicos. Mañana tenemos que trabajar.
Su equipo asintió y, obedientemente, comenzaron a recoger sus cosas. Salieron del bar juntos, cada uno tomando su propio camino hacia casa, con la promesa de otra jornada de trabajo y, quién sabe, tal vez otra noche de karaoke en el futuro.