Capitulo 39

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La alarma resonó, rompiendo mi tranquilidad, y un suspiro de cansancio escapó de mis labios. Apenas abrí un ojo, intentando convencerme de que podía ignorarla, pero el hospital no esperaba. Me moví ligeramente, y con ese gesto sentí cómo Richard se acomodaba a mi espalda, rodeándome con un abrazo.

—El hospital nos espera... sobre todo a mí —murmuré, aún medio dormida.

—Cinco minutos más... —contestó él, robándome un beso suave que logró arrancarme una sonrisa.

—Voy a ducharme primero, y evitar llegar tarde  —dijo, poniendose de pie.

Me levanté, apenas apoyé un pie en el suelo, un tirón en mis muslos me recordó la intensidad de la noche anterior.

—Oh, maldición... —murmuré, hasta por fin llegar al baño.

Desde allí, escuché la risa de Richard, clara y divertida, mientras el agua de la ducha seguía corriendo.

—Te lo advertí anoche —dijo, alzando una ceja cuando me vio caminar con cuidado.

—No, me arrepiento de nada.

Él soltó una carcajada, y antes de que pudiera responder, me acerqué bajo el chorro de agua, dejándolo correr por mi cuerpo mientras lo observaba. Su mano se deslizó por mi cintura, acercándome a él para darme un beso breve pero intenso.

—Deberíamos darnos prisa. —Me miró con una sonrisa traviesa.

—Tú empezaste.

Salimos de la ducha rich buscaba su ropa mientras yo hacía lo mismo. No demore mucho en hacerlo ya que teníamos el tiempo contado.

—¿Qué pasa? —pregunté, empujando la puerta entreabierta.

Él asomó la cabeza, con algo en la mano que inmediatamente reconocí: mi braga.

—Mira lo que encontré en el suelo —dijo con un tono burlón.

—¡Richard! —exclamé, alargando la mano para quitársela, pero él la llevó a su nariz antes de que pudiera alcanzarla.

—Exquisito... —Lo dijo con tanta naturalidad que sentí cómo mis mejillas se encendían.

—¡Dámela! —protesté, intentando parecer indignada, aunque una sonrisa se asomaba en mis labios.

Él finalmente cedió, mientras seguía riéndose, para por fin salir.

El trayecto al hospital fue tranquilo. Y aunque mis muslos aún protestaban un poco, estaba lista para el día de hoy.

Cuando llegamos, la sala de descanso estaba animada como siempre. Miranda fue la primera en notarme.

—¡Adele! —exclamó, dejando su taza de café para abrazarme. —Por fin, ya era hora.

—Espero que no me hayan reemplazado en mi ausencia —bromeé, devolviendo el abrazo.

—¿Reemplazarte? Nadie como tu —añadió Tony, mientras los demás asentían.

Me sentí cálida al verlos, mi pequeño equipo. Pero el tiempo apremiaba: los nuevos pasantes llegaban hoy, y necesitaba darles la bienvenida.

Cuando salí al vestíbulo, diez pares de ojos nerviosos se fijaron en mí. Algunos ajustaban sus batas, otros miraban sus notas, como si con eso pudieran prepararse para lo que estaba por venir.

—Buenos días. Soy la doctora Adele Adkins, jefa de zona, y cirujana unas de las mejores en el campo.

Mi voz resonó clara, firme. Los vi enderezarse, algunos con la ansiedad dibujada en sus rostros.

Anatomía de un deseo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora