Capitulo 4

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El sonido de las sirenas resonaba en los pasillos del hospital, un eco incesante que presagiaba el caos que estaba por venir. Adele se encontraba en la sala de descanso, tomándose un respiro tras una cirugía exitosa, cuando el estruendoso bullicio de los médicos y enfermeras corriendo hacia la entrada la alertó. Sin perder un segundo, se levantó y se dirigió a la recepción, donde encontró a Richard, su semblante serio y concentrado.

—¿Qué está pasando? —preguntó Adele, su voz tensa.

Richard la miró, sus ojos reflejando la gravedad de la situación.

—Ha habido un atentado en una escuela cercana. Están llegando muchos heridos, incluidos maestros y niños pequeños.

Adele sintió un nudo en el estómago, pero su entrenamiento y experiencia tomaron el control. Se giró hacia el grupo de residentes que la seguían, esperando instrucciones.

—Necesito que todos ustedes se dispersen y tomen casos específicos. Asegúrense de que cada paciente reciba la atención adecuada. Trabajaremos en estrecha coordinación con las enfermeras y otros médicos. ¡Vamos a movernos!

El hospital entero se convirtió en una escena de actividad frenética. Camillas llenas de heridos llegaban sin parar, el aire se llenaba de gritos de dolor y órdenes urgentes. Adele, con su equipo, se movía entre los pacientes, evaluando rápidamente la gravedad de cada caso y asignando tareas.

—Doctora Adkins, el paciente de la camilla tres necesita ser trasladado a cirugía de inmediato —gritó una enfermera por encima del ruido.

Adele asintió y se dirigió rápidamente a la sala de operaciones, donde procedió a realizar una compleja cirugía en uno de los maestros gravemente herido. El tiempo parecía detenerse mientras trabajaba, su mente enfocada solo en salvar vidas.

Horas más tarde, exhausta pero satisfecha con el éxito de la cirugía, Adele salió de la sala y se dirigió a la sala de emergencias. Allí encontró a Richard, quien le dio un informe detallado sobre cómo iban las cosas.

—Hemos estabilizado a la mayoría de los pacientes críticos —informó Richard, su voz profesional pero con un toque de calidez—. Los niños están siendo atendidos por pediatría y los maestros por los especialistas correspondientes.

—Gracias, Doctor Paul —respondió Adele, sintiendo un alivio momentáneo—. Necesito asegurarme de que todo esté bien en los diferentes pisos y verificar cómo están manejando las cosas los residentes.

Richard asintió y, sin más palabras, se unió a ella en su recorrido por el hospital. Ambos médicos, a pesar del caos, trabajaban en perfecta sincronía, complementando las habilidades y conocimientos del otro.

A medida que avanzaba el día, la situación comenzó a estabilizarse. Adele y Richard no se separaron en ningún momento, coordinando esfuerzos y brindando apoyo donde más se necesitaba. Mientras se desplazaban por los distintos pisos, Adele no podía evitar sentir una creciente admiración por Richard. Su calma bajo presión y su capacidad para manejar situaciones críticas la impresionaban cada vez más.

En un breve respiro en la sala de descanso, Adele se dejó caer en una silla, cerrando los ojos por un momento. Richard se sentó a su lado, ofreciéndole una botella de agua.

—Gracias —murmuró Adele, aceptando la botella—. No sé qué habría hecho sin tu ayuda hoy.

Richard sonrió, su expresión suavizándose.

—Estamos en esto juntos, Doctora Adkins. Además, tú has sido una líder increíble. Ver cómo manejas todo esto... es realmente inspirador.

Adele abrió los ojos, encontrándose con la mirada de Richard. Por un momento, el bullicio del hospital desapareció y solo quedaron ellos dos, compartiendo un entendimiento profundo y silencioso.

El siguiente turno fue una repetición de la frenética actividad. Adele y Richard continuaron supervisando las operaciones, asegurándose de que cada paciente recibiera la atención necesaria. A medida que la noche avanzaba, ambos comenzaron a mostrar signos de fatiga, pero no disminuyeron su ritmo.

En un momento de tranquilidad, mientras caminaban juntos por uno de los pasillos, Richard se volvió hacia Adele.

—Debo decirlo, Adele... —comenzó, usando su nombre de pila—. Eres una médica excepcional y una líder aún mejor. Ha sido un honor trabajar a tu lado hoy.

Adele se detuvo y lo miró, sorprendida por la sinceridad en su voz.

—Gracias, Doctor. Lo mismo puedo decir de usted. No sé cómo habríamos manejado esto sin tu experiencia y tu calma.

Richard sonrió, y durante un breve instante, la tensión del día pareció disiparse. Ambos compartieron una mirada que decía más que mil palabras.

Al finalizar su turno, el hospital finalmente comenzó a calmarse. Los pacientes estaban estabilizados y los equipos médicos se tomaban un merecido descanso. Adele y Richard se encontraron nuevamente en la sala de descanso, esta vez en silencio, pero con una conexión más profunda.

—Hoy ha sido un día largo —dijo Richard, rompiendo el silencio.

—Sí, lo ha sido —asintió Adele—. Pero lo logramos.

—Lo hicimos —respondió Richard, su tono cargado de algo más que simple profesionalismo.

Al salir del hospital, ambos caminaron juntos hasta el estacionamiento. La noche era fresca y tranquila, un marcado contraste con el caos del interior.

—Gracias por todo hoy, doctor Paul—dijo Adele, deteniéndose junto a su coche—. Realmente lo aprecio.

—No tienes que agradecerme —respondió Richard, acercándose un poco más

Adele sonrió, sintiendo un calor en su pecho.

—Lo sé.

Se miraron en silencio por un momento más antes de despedirse.

Anatomía de un deseo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora