Al día siguiente, Adele llegó al hospital acompañada por Izzie, quien ya se sentía mucho mejor y estaba al tanto de todo lo que había sucedido el día anterior. Ambas caminaban juntas por los pasillos, hablando de los eventos recientes.
—Gracias por estar conmigo, Izzie —dijo Adele con una sonrisa sincera.
—Siempre, Adele. Para eso estamos las amigas, ¿no? —respondió Izzie, devolviéndole la sonrisa antes de darle un fuerte abrazo—. Ahora, tengo que ir a Cardiología. Nos vemos luego.
—Nos vemos —contestó Adele, observando cómo su amiga se alejaba.
Izzie, al llegar a Cardiología, escuchó a un par de enfermeras conversando en voz baja cerca de la estación de trabajo.
—¿Te diste cuenta que la doctora Adkins llegó ayer con la misma ropa del día anterior? —murmuró una de las enfermeras—. ¿Será que estará saliendo con alguien? ¿Será alguien del hospital?
Antes de que pudieran continuar, Izzie se acercó a ellas con una expresión seria.
—Oigan, dejen de chismear y estar pendientes de la vida ajena. Aquí venimos a trabajar —dijo en un tono firme—. Pongan más cuidado en su trabajo, porque por andar inventando cosas se pueden salir pinchando con las agujas.
Las enfermeras se quedaron en silencio, sorprendidas por la repentina intervención de Izzie, quien luego se alejó con una expresión de desaprobación en su rostro.
Mientras tanto, Adele recorría las diferentes habitaciones del hospital, revisando el progreso de los pacientes. Finalmente, llegó a la habitación 502, donde estaba su hermana. Dudó por un momento antes de entrar, pero sabía que tenía que cumplir con su deber.
—Buenos días —dijo al abrir la puerta, entrando con una mezcla de profesionalismo y cautela.
La niña, que estaba sentada en la cama con su madre al lado, la miró con curiosidad.
—Buenos días, doctora —respondió Christyn, con una sonrisa tímida.
Adele se acercó, leyendo el nombre en la parte inferior de la camilla: *Christyn Blue Adamson*.
—Christyn, qué hermoso nombre —dijo Adele, sonriendo mientras sacaba su estetoscopio—. Te voy a hacer un chequeo. ¿Te parece bien?
—¿No me va a doler? —preguntó la niña con cierta aprensión.
—No, ni siquiera un poco —aseguró Adele con suavidad.
Mientras revisaba los signos vitales de Christyn, se dio cuenta de que la madre de la niña, Helen, la observaba atentamente. Christyn, en tanto, seguía con los ojos llenos de curiosidad, como si intentara descubrir algo más allá del rostro de Adele.
—¿Cómo se llama, doctora? —preguntó de repente Christyn, mirándola con atención.
—Soy la doctora Adele Adkins —respondió con una sonrisa.
—Te llamas como la otra hija de mi papá —dijo la niña, de manera inocente—. Un día vi una foto de ella en su billetera. Tiene el pelo rubio y ojos verdes como los míos. Se parece un poco a ti.
Adele sintió un nudo en el estómago al escuchar las palabras de la niña. Sabía que Christyn no la reconocía, pero la mención de su existencia en la vida de su padre la dejó momentáneamente sin palabras.
—Christyn, mi amor, no le hagas tantas preguntas a la doctora. Déjala hacer su trabajo —intervino Helen, con una sonrisa amable.
Adele continuó con el chequeo en silencio, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Al terminar, le dio un caramelo a Christyn y se dispuso a salir de la habitación, pero Helen la detuvo.