Al día siguiente, Adele se encontraba frente al espejo, acomodando los últimos detalles de su vestido casual para la fiesta de cumpleaños de Christyn. Richard la esperaba en la sala, listo para acompañarla. Estaba radiante y, al verla bajar las escaleras, no pudo evitar sonreír.
—Estás hermosa —dijo él, extendiendo la mano para tomar la suya.
Adele sonrió tímidamente, aún con los pensamientos del día anterior rondando en su cabeza. Había hablado con su padre, pero la relación entre ellos era complicada. A pesar de eso, había decidido asistir al cumpleaños de Christyn, pues la niña significaba mucho para ella.
Llegaron a la casa de Hellen, la madre de Christyn, y desde la puerta, Adele ya podía escuchar la risa y el bullicio de los niños. Christyn, al verlos llegar, corrió emocionada hacia Adele, abrazándola con fuerza.
—¡Sabía que vendrías! —dijo la niña, con una sonrisa que iluminaba su rostro.
Adele, con una expresión de ternura, se agachó para abrazarla de vuelta.
—Por supuesto que vendría —respondió, sacando de su bolso un regalo cuidadosamente envuelto—. Feliz cumpleaños, esto es para ti.
Christyn, emocionada, tomó el regalo y corrió hacia su madre, Hellen, quien la recibió con una sonrisa. Adele y Richard caminaron hacia el jardín, donde los demás invitados ya estaban reunidos. Al entrar, Adele saludó cortésmente a Hellen y a su padre, Mark, quien la miró con una expresión seria pero cortés.
—Adele, me alegra que hayas venido —dijo su padre, en un tono que mezclaba gratitud y algo de incomodidad.
—No me perdería el cumpleaños de Christyn por nada del mundo —respondió Adele con una sonrisa tensa, intentando mantener la cordialidad.
El ambiente en la fiesta era alegre. Los niños jugaban, y los adultos charlaban relajadamente entre ellos. Adele se sintió un poco más tranquila al ver que, al menos por el momento, todo parecía estar bien.
Adele intercambió varias palabras con Hellen, quien parecía más relajada de lo habitual.
—Gracias por estar aquí, Adele. No sabes lo feliz que está Christyn de verte —dijo Hellen, mientras observaba a su hija desde lejos.
—Es una niña maravillosa. No me extraña que haya logrado lo imposible —respondió Adele, sabiendo bien a qué se refería Hellen.
—Sí… —suspiró Hellen—. Quién diría que Christyn sería el lazo que nos uniría de nuevo a todos.
Adele asintió, sintiendo una mezcla de gratitud y melancolía. Sabía que Christyn había sido un puente en una relación rota, pero aún había mucho que sanar.
Cuando volvió a donde estaba Richard, este la observaba con una sonrisa. Adele se acercó y le preguntó en tono juguetón:
—¿Te estás aburriendo?
Richard negó con la cabeza, aunque su expresión lo delataba. Adele se rió suavemente.
—No tienes que mentir.
—Estoy bien, de verdad. La estoy pasando mejor de lo que pensaba —respondió Richard, aunque sus ojos brillaban con una pizca de humor.
Adele se rió nuevamente, pero esta vez se inclinó y le dio un beso en los labios, un poco más largo de lo usual. Justo en ese momento, su padre apareció detrás de ellos.
—Adele… ¿Podemos hablar un momento? —dijo Mark, con una expresión seria.
Adele se apartó de Richard rápidamente, algo avergonzada, y asintió.