La mañana había comenzado tranquila, con un sol brillante colándose por las ventanas, Me desperté con una energía inusual creo que todos los notaron cuando cruce las puertas del hospital.
—Te ves increíblemente feliz esta mañana —dijo mientras se acercaba a mí y me rodeaba con sus brazos por la cintura.
—Es que lo estoy —le respondí, girándome para plantarle un beso suave en los labios—. No sé, solo me siento bien, tranquila.
—Me encanta verte así —murmuró, apoyando su frente en la mía—. Ojalá todos los días fueran así de buenos.
—Bueno, ya veremos qué nos depara el día, ¿no?
No sabíamos lo que estaba por venir.
Todo parecía en orden mientras caminábamos por los pasillos, saludando al equipo. Miranda, Tony, Jhony y Maggie estaban ya listos para comenzar la jornada, y el ambiente era tan relajado que me sentí un poco confiada. Pero entonces, sucedió. De repente, el sonido de las sirenas de ambulancias rompió la calma del hospital, y una llamada por el altavoz nos alertó de un accidente masivo en la autopista.
—Atención, todo el personal médico. Se solicita refuerzo inmediato en la sala de emergencias. Llegada de múltiples pacientes en situación crítica. —La voz en el intercomunicador resonó por todo el hospital.
El caos había comenzado.
Richard y yo nos miramos, sabiendo que los momentos tranquilos habían llegado a su fin. Sin decir nada, ambos nos dirigimos apresuradamente a la sala de emergencias. A medida que los minutos pasaban, el equipo se movilizaba rápidamente.
Cuando llegamos, el lugar estaba lleno de actividad frenética. Camillas y pacientes por todos lados, enfermeras corriendo de un lado a otro, haciendo su mejor esfuerzo por mantener todo bajo control. Richard y yo nos pusimos manos a la obra.
—¡Vamos a necesitar refuerzos en trauma! —grite mientras atendía a un paciente con heridas graves en la cabeza.
—Maggie y Tony, tomen esos dos casos —dije señalando dos camillas en lados opuestos de la sala.
Me acerqué a la primera camilla, una chica joven, tal vez de unos 25 años. Su expresión era de desesperación, y antes de que pudiera siquiera hacer una pregunta, comenzó a hablar rápidamente.
—No puedo... no puedo parar... ¡Es vergonzoso! —gritaba entre jadeos.
Fruncí el ceño sin entender de qué hablaba, pero pronto lo comprendí cuando la joven empezó a explicar que no podía controlar los orgasmos. Intenté mantener la compostura, pero la situación era tan surrealista que tuve que morderme los labios para no reír.
—Vamos a hacer lo posible para ayudarte —dije, desviando la mirada mientras la chica se retorcía en la camilla.
En ese momento, Richard se acercó para revisar sus signos vitales y hacer una evaluación más detallada.
—¡Tú eres demasiado guapo para ser doctor! —le dijo la paciente de repente, lanzándole un piropo en medio de su excitación.
—Cierto, yo opino lo mismo —Dije en un tono burleton.
No pude evitar soltar una pequeña carcajada antes de intentar recuperar la seriedad. Richard me lanzó una mirada divertida, pero se mantuvo concentrado.
—Gracias, pero vamos a enfocarnos en lo que te está sucediendo, ¿de acuerdo? —le respondió con calma.
Mientras él continuaba con la evaluación, me dirigí a la siguiente camilla. Un hombre de unos 37 años que parecía haber sufrido un golpe fuerte en la cabeza. Estaba delirando, murmurando cosas sin sentido, y su respiración era agitada. Me acerqué para evaluarlo y ver el alcance de su herida, pero de repente, el hombre se inclinó hacia mí y, sin previo aviso, intento besarme.
—¡Oye! —exclamé, sorprendida y retrocediendo inmediatamente.
El hombre seguía fuera de sí, su mirada perdida, mientras murmuraba algo sobre haberme confundido con su esposa. Richard, que había visto el incidente, se acercó rápidamente y apartó al paciente con delicadeza, mientras yo lo medicaba.
—¿Estás bien? —preguntó, con una mezcla de preocupación y diversión en su voz.
—Sí... sí, estoy bien. Solo un poco... impactada —le respondí, tratando de ocultar la incomodidad del momento.
El caos continuaba a nuestro alrededor, pero seguíamos adelante, atendiendo a cada paciente lo mejor que podíamos. A pesar del agotamiento, nuestro equipo funcionaba de maravilla, cada uno sabiendo exactamente qué hacer y cuándo.
Después de horas de trabajo ininterrumpido, finalmente comenzamos a ver un poco de calma. Los pacientes más graves habían sido estabilizados, y el equipo médico, aunque exhausto, había logrado controlar la situación.
—No sé cómo lo hacemos, pero siempre salimos de esto —dijo Maggie mientras se apoyaba contra una pared, secándose los guantes de sus manos.
—Es porque somos un equipo increíble —le respondí con una sonrisa, aunque por dentro sentía el cansancio terrible
Richard se acercó a mí, con un buen café cargado ya el sol se estaba ocultando y era momento de descansar.
—Buen trabajo chicos, su turno terminó, intenté descansar —pronuncie suavemente.
Todos nos dijimos a la sala de descanso y a nuestros locket por nuestras pertenecias para salir del hospital, cómo jefa de área antes de irme debía dejar todo en orden y recibir los del turno de la noche, e indicarles todo lo relacionado con los pacientes.