VII

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Si mi yo de septiembre le contara a mi yo de diciembre que Matheo Riddle se iba a sentar a mi lado a la hora de comer, le hubiera pedido que nunca probara el tabaco.

No daba crédito a lo que estaba pasando, sobre todo cuando le pidió a una de mis compañeras de cuarto, Cho Chang, que se moviera para poder sentarse a mi lado.

Pero es que eso no fue lo más surrealista de todo: Matheo Riddle me pasó un brazo por los hombros, y con la mano de ese brazo, me mostró un recopilatorio de las fotos que habían estado sacando durante la semana y las que sacaron esa misma anoche.

—Eres una genia —me dijo mientras yo cogía las fotos de sus manos.

Para este punto ni siquiera me esforzaba en disimular el rojo de mis mejillas, y traté de simplemente mirar las fotos para evitar recordar que tenía al chico más atractivo de Hogwards sentado a mi derecha, abrazándome de lado. Y comiendo de mi desayuno.

En las fotos, unas formas oscuras pero de ojos amarillos fosforitos protagonizaban el panorama. En cada una eran diferentes, y a decir verdad, eran muy pero que muy perturbadoras.

Evidentemente, yo tenía un poco de cabeza y no les acompañé en sus excursiones al Bosque Prohibido porque, en primer lugar, no me gusta arruinar mi horario de sueño (creo que lo he dejado bastante claro ya). Y en segundo lugar, aún le tenia un poco de cariño a mi vida como para no querer ir a un lugar lleno de monstruos letales.

—Doy por hecho que sí le temen a la luz... —dije al examinar las fotos, con el tono más neutral que pude encontrar.

—No sólo le temen... Les hace daño. —respondió, sujetando las pruebas a la vez que yo, haciendo que nuestras manos se rocen.

Me extraño bastante que Matheo hiciera todo eso en público, y más sabiendo que sus amigos estaban a unas mesas de distancia, observando toda la escena.

Por eso siempre había sido el más atractivo del grupo: le daba completamente igual lo que pensaran de él, y como ni a él le importaba, ¿por qué le iba a importar a los demás?

Mi mirada se cruzó con la de los Slytherin, que no prestaban atención. Inevitablemente, también busco la de Theodore, que nos tenía justo delante y miraba a cualquier otra parte excepto a nosotros.

Era extraño: me había acostumbrado a su corta e insoportable presencia bastante rápido, pero ahora llevábamos una semana sin intercambiar una palabra, y no podría estar más agradecida. Pero, al mismo tiempo... no sé, ahora le faltaba movimiento a mi vida.

—Vendrás a la fiesta de Slytherin, ¿verdad?

—¿No le tocaba a mi casa este finde? —contesté, escéptica. Nuestras caras estaban a centímetros de distancia y la tensión estaba en el aire.

Decidí confrontar su mirada, aunque me costó bastante, y me topé con el par de ojos negros más bonitos que podría encontrar en cualquier sitio del planeta.

—Os tocaría si de vez en cuando ganarais al Quidditch... —respondió, con sorna.

Le dediqué una sonrisa sarcástica, y al no obtener respuesta por mi parte, volvió a hablar.

—Ven a las nueve a mi cuarto. Si no, iré yo al tuyo. Pero vas a venir a la fiesta.

—¿Con qué amigos? —Le dije, recordándole que en ese momento estaba al fondo de la pirámide social.

—¿Con Berkshire y conmigo? —me respondió como si fuera algo demadiado obvio, con la boca llena de mi comida.

Esta última semana me había estado reuniendo con ellos en la torre de astronomía para discutir sobre qué avances obteníamos de los bichos esos y a qué zona podía pertenecer cada uno. Aunque siempre acabábamos fumando. Bueno, Matheo y yo fumababamos, Enzo se encargaba de que no hiciéramos mucho ruido para que no nos pillaran.

Smoke Curtains {Theodore Nott}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora