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Theodore Nott

La castaña caminaba en círculos, con la máscara de pestañas totalmente corrida y el pelo hecho un desastre, como si se hubiera agarrado de él con mucha fuerza. Tenía un vestido negro de seda puesto, como si en un principio si que hubiera pensado en ir a la fiesta, y sus manos temblaban tanto que podrían caer al suelo en cualquier momento.

Vi cómo de pronto se sentaba y se agarraba del pecho en la zona donde estaría su corazón, su respiración yendo aún más rápido, como si el órgano más importante de su cuerpo estuviese a punto de fallarle.

Ella estaba tan metida en sus pensamientos que ni siquiera supo que estaba allí hasta que me senté a su lado, agarrándola de las manos para que sintiera que no estaba sola.

Ámber se sobresaltó mucho cuando se dio cuenta de que tenía compañía; tanto, que ni siquiera me miró a los ojos cuando gritó desde adentro de su alma, aterrorizada. Apartó sus manos de las mías y se echó hacia atrás en su cama, intentando huir de mí.

Ante esa reacción, no supe qué hacer excepto intentar convencerla de que la persona que estaba junto a ella no era otra que yo.

—Ámber, soy yo, Theo. No te haré nada... —dije, sin poder creer lo que tenía delante de mí.

Respeté que necesitase más espacio, sin moverme ni un centímetro más.

—Ámber, mírame —la ordené, intentando que entrase en razón.

Ella no se giró, así que me moví yo. Me senté en la cama de delante suya, y por fin me reconoció.

Sin embargo, eso no paró lo que fuese que le estaba pasando. Solo hizo que se confundiera más y que su respiración empeorase.

—Escucha, voy al grano, ¿vale?

No sabía cómo ni por qué, pero yo sabía que me estaba escuchando. Tenía la mirada perdida y le temblaba cada dedo de sus manos, pero quise creer que podía oírme dentro de todo el ruido que había en su cabeza en ese momento.

No quise perder más tiempo, y despacio, para que me escuchara, empecé a asegurarle, cada vez acercándome un poco más.

—Todo es una broma que te han hecho tus amigas. Es una mentira; quieren verte mal y que no fueras a la fiesta.

No obstante, tampoco hubo resultado. Seguía mirando a sus rodillas y con su mano en el pecho, su espalda subiendo y bajando frenéticamente al ritmo de su respiración.

Pero no me rendí. Hinqué una rodilla en el suelo a su lado, y le apoyé solo una mano en su pierna, sin querer agobiarla aún más.

Pensé en probar con frases más cortas y concisas, para que el mensaje le llegase más rápido al cerebro y lo pudiera procesar mejor.

—Tu padre está bien, Ámber, no le han pillado.

Tuve que hacer mi mayor esfuerzo por no perder la calma y ceder ante el miedo que me estaba dando saber que yo no podía hacer nada para que esto parase, porque no tenía ni idea de qué se debe hacer en estos casos o cómo actuar. 

Entonces se me ocurrió traer aquí a Matheo o a Enzo, quienes seguro que sabían lo que se hacía en estos casos mucho mejor que yo, porque estaba claro que no era capaz de hacer esto yo solo.

Ya estaba poniéndome de pie cuando la mano de Ámber se estampó con fuerza sobre la mía, impidiendo que me moviera; no quería que me fuese, no quería estar sola.

Cuando sentí su tacto, un gran peso se me quitó de encima; tan mal no lo estaba haciendo si quería que siguiese allí, ¿no?

—Lo siento, nunca he hecho esto antes —susurré, entre tanto llanto—. No sé qué hacer.

Smoke Curtains {Theodore Nott}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora