XXVI - SEGUNDA PARTE

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Odio llorar.

Me hace sentir tan débil, tan patética, tan infantil por no poder controlar mis sentimientos. Llorar es la prueba perfecta de que somos vulnerables y nos pueden hacer daño, lo cual, es algo muy humano. Pero es aún más humano tratar de ocultarlo.

Cuando era pequeña, no era de las niñas que lloraban mucho. Si tenía una rabieta, era mucho más probable que le aplicase la ley del silencio a mis padre, con tan solo cuatro años. Y luego llegó mi adolescencia, donde tampoco lloraba mucho, pero durante las veinticuatro horas del día, tenía esa necesidad de romperme, de admitirme a mí misma que no estaba bien; que no me sentía querida.

Y actualmente, es la época donde más estoy llorando. Quizá es por la madurez, pero no lo creo, pues, si yo fuera lo suficientemente madura, no me tomaría este hecho como una avolución de mi personalidad "fuerte".

Yo no era fuerte, en lo absoluto. Era una niña consentida, con la vida resuelta, de sangre pura y con muchas chicas tratando de ser mis amigas. No llorar no significa ser fuerte, porque no sirve de nada no derramar lágrimas cuando eres capaz de tumbar tus morales y tus principios con tal de encajar; cuando le tienes tanto miedo a quedarte solo, que estás dispuesto a hacer cualquier cosa, incluso reírte de los sangre sucia o dejar de hacer las cosas que te gustan solo porque si no, eres un rarito. 

Yo estaba cansada de fingir ser fuerte. Cansada de tener que ver como uno de mis amigos era capaz de mirarme a la cara, viendo lo mal que lo estaba pasando, y no tener ningún tipo de reacción, como si yo nunca le hubiera importado.

Quizá ese era mi karma por haber sido tan mala persona en mi pasado. Quizá me lo merecia, me merecía sentirme y estar sola.

En unos días, había vuelto al punto de partida; estaba sola, fumando en los baños de Hogwarts, apretando la mandíbula para no hacer ruido mientras que las lágrimas caían y caían.

Recaer es tan sumamente fácil, que a veces, ni te das cuenta.

¿Por qué de un día para otro todo fue tan mal? ¿Toda la falsa preocupación, cuando vino a recogerme después de pelear con Theodore la semana pasada, solo era por un poco de sexo? Y aun teniendo eso en cuenta, ¿todas las tardes en su dormitorio junto con Enzo, charlando y riéndonos, también era actuado?

¿Cómo era posible que a él le diese completamente igual y a mí me importara tanto?

Otra lágrima de rabia se deslizó por mí mejilla al darme cuenta de lo ingenua y tonta que había sido. ¿Qué narices me estaba pasando? Dos meses atrás, él estaría llorando por mí, no yo por él. ¿De verdad merecía la pena seguir aquí, perdiendo el tiempo, cuando estaba claro que yo no era más que otra de su lista de chicas a las que habrá conquistado?

Con ese pensamiento en mente y llena de ira, de ese regusto amargo que deja la traición, me limpié las lágrimas y tiré la colilla por el retrete.

Salí del baño y me eché un poco de agua en la cara, negandome en rotundo a verme tan miserable, y cuando tuve mejor aspecto, volví a los pasillos. Tenía que recoger los libros para la siguiente clase, pues me había propuesto que mi máximo fuera saltarme dos clases a la semana... Si no, acabarían llamando a mis padres y eso sí que no lo quería.

Estaba terminando y cerrando la taquilla cuando sentí la presencia de alguien a mi derecha. No Reconocí ningún olor a particular que me advirtiera de quien era, así que me llevé una grata sorpresa cuando descubrí que era Potter.

Me pregunté qué hacía él aquí, esperando para hablar conmigo, pero recordé el favor que le iba a hacer.

—Hola, Thalia —me saludó, su hombro apoyado en una de las taquillas de delante de mí—. ¿Nos toca defensa contra las artes oscuras juntos?

Smoke Curtains {Theodore Nott}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora