XXXV

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—Pues la verdad es que me parece bien que no estés con ellas más —dijo Cho, dando su "humilde" opinión—. No es por ser mala, pero son unas zorras.

Asentí con la cabeza, prestando atención a dos cosas a la vez. La primera, a la conversación, para no dejar a Cho hablando con el aire. La segunda, a nuestros alrededores, pues estábamos siguiendo el estrecho camino hacia una de las entradas escondidas hacia el bosque prohibido.

Me sorprendía bastante que los profesores aún no hubiesen descubierto esa entrada. Me preguntaba cuánto tardarían en cerrarla.

Girando otra vez mi cabeza y pasando a revisar nuestros lados, añadí, pendiente a cada mínimo movimiento:

—Dime con quién te juntas y te diré quién eres... —respondí, descontenta con la persona que era en el pasado.

Cho soltó una exhalación a manera de risa irónica, también fijándose en las sombras de los árboles delante nuestra.

—Quién eras —me corrigió.

—Yo no estaría tan segura de eso —contesté al instante, sin pensar bien mi respuesta debido al excelente trabajo que estaba haciendo protegiendo a Cho de las criaturas...

No obstante, mi concentración se esfumó de un momento para otro cuando Cho me pisoteó fuertemente el pie, haciéndome soltar una retahíla de insultos, que fue interrumpida por las palabras fuertes y firmes de mi compañera de cuarto:

—No hables así de mí amiga.

Abrí la boca para contestar por impulso, pero me callé al procesar lo que había dicho.

Relajé el ceño y una sonrisa nostálgica creció en mi rostro, dándome una sensación extraña pero muy agradable. No sabía que a Cho le cayera tan bien como para considerarme su amiga, pero era una muy grata noticia.

Sin embargo, el ser fantástico más horrendo que jamás había tenido el disgusto de presenciar hizo acto de aparición justo delante de nuestras narices.

Solté un chillido de sorpresa y comencé a retroceder sobre mis pasos, viendo cómo la criatura se quedaba mirándome con la cabeza ligeramente torcida y una mirada de curiosidad en su horrenda cara.

—¿Qué haces, Lia? —soltó Cho, sobresaltada por mi reacción.

—¿¡Qué narices es eso?!

Mi amiga miró a la dirección donde yo tenía la mirada posada, sin entender porque estaba tan asustada y retrocediendo.

—¿Estás bien?

—¿Qué? —La miré a la cara sin poder creerme que me acabase de preguntar eso.

¿Acaso no lo veía o qué? Estaba a solo dos metros de ella, y había aparecido prácticamente de la nada.

Entonces, Cho abrió los ojos como platos y su mandíbula también cayó al suelo. Apuntó al sitio donde yo tenía la mirada clavada, y, muy confundida, dijo:

—No me digas que tú también ves cosas.

—¿Cosas? ¡Hay un puto... No sé, no sé qué es eso y ha aparecido de la nada delante de ti!

Cho rodó los ojos, cruzándose de brazos y negando con la cabeza, como si estuviera exagerando.

—Es solo un thestral, Lia. Son inofensivos.

—¿Cómo coño sabes eso si no puedes verlos? ¿Y por qué me mira cómo si la fea fuese yo?

Al ver que el Thestral empezó a caminar hacia a mí justo después de decir eso, con una actitud desafiante, rápidamente me corregí a mí misma:

—Oye, oye, que era broma, amigo. No hay que ponerse violentos...

Al final, el caballo amorfo se detuvo justo cuando estuvimos cara a cara, mirándome por encima del hombro. Un hombro figurado, claro, ni que tuviera uno. Creo.

Tragué saliva mientras que le sostenía la mirada, sin entender qué era eso, por qué solo yo era capaz de verle, y cómo entendía lo que yo decía... Si soy sincera, parecía un ser muy inteligente, y eso me daba mucho miedo.

No obstante, la voz de Cho interrumpió el extraño duelo de miradas:

—Luna me ha hablado un poco de ellos. Traen mal presagio y esas cosas porque solo los que han visto la muerte con sus propios ojos pueden verlos.

Me giré a mirar a Chang, aún más confusa que antes de que me lo explicara, con más incógnitas aún.

Yo no había visto morir a nadie jamás, y doy las gracias por ello. Empero, ¿por qué era capaz de verlos?

—Sí, pues dile a Luna que revise sus fuentes de información...

Cho me miró como si yo fuera una marciana por decir eso y entornó la cabeza, comenzando a entender por donde iban los tiros.

—Nadie se ha muerto en mi presencia. 

—Seguro que sí —me interrumpió ella, negándose a creer mi punto de vista—. Quizá eras sólo un bebé...

—No, Cho. En ese sentido, he tenido una vida muy tranquila. Nadie cercano a mí ha muerto.

Repasé en mi memoria algunos de los eventos más violentos de mi infancia y mi adolescencia, y a pesar de que sí que había bastante sangre, no había ninguna muerte.

Hasta donde yo sé, tampoco había tratado de suicidarme, así que no tenía sentido que pudiera estar tocando la cabeza del Thestral frente a mí, con el que había hecho las paces telepáticamente.

—Pues tengo que preguntar a Luna, entonces, si también cuenta ver a gente estar a punto de morir —Eso sí que tendría más sentido.

Al borde la muerte, había visto a mis dos abuelos y a... A Enzo.

Ahora que me detenía a pensarlo... Dimos por hecho muy rápidamente que Berkshire no había muerto, aunque la palidez en su rostro y la rigidez de su cuerpo decía todo lo contrario.

Pero no podía ser cierto que hubiera pasado al otro lado por unos minutos, porque eso significaría que fuimos capaces de traer a una persona de vuelta a la vida con una maldición la cual no tenía ni idea de dónde había salido y por qué eran tan dolorosa y efectiva.

Los tres juntos no teníamos el poder suficiente de traer a Berkshire de vuelta ni aunque esa maldición fuese mega poderosa.

—Sí estaría bien —Afirmé, asintiendo con la cabeza y por fin alejándome del Thestral—. Busquemos mi varita lo primero, y ya investigaremos después...

Sin embargo, antes de que pudiera terminar la oración, aquel ser fantástico señaló con su cabeza de manera muy brusca a una parte del camino, como si nos estuviera indicando por donde teníamos que ir.

Cho y yo fruncimos el ceño, muy extrañadas, pero decidimos ir al sitio que nos había apuntado... Y ahí estaba mi varita.

Sin poder creerlo, me giré sobre mí misma para mirar al Thestral, sin entender cómo me había entendido o por qué sabía donde estaba mi varita. Pero cuando miré el lugar donde le había dejado, él ya no estaba allí.

—Cho... —Empecé a decir, preocupada, pero ella se me adelantó.

—Sí, vámonos ya. Mañana hablaremos con Luna.

Yo sabía que, como mañana teníamos que ir al baile, probablemente se nos olvidara, pero preferí no darle más vueltas al asunto e intentar enseñar un poco de transformaciones a mi amiga durante esa noche...

¿A quién podría haber visto morir como para ser capaz de presenciar un Thestral?

Smoke Curtains {Theodore Nott}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora