09: Ayúdame

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Capitulo 09: Ayúdame

Ophelia Cappellari.


Frunzo los ceños mirando como agarra mi brazo, no entiendo a ese hombre, estamos aquí hablando como dos personas normales, para que de repente empiece actuar de esa manera.

— ¿Qué te pasa? — Intento alejar mi mano; Sin embargo, no me da la oportunidad de soltarme.

— Lo haces a propósito. ¿Verdad? —pregunta y no entiendo nada. — Ese maldito gesto… —Detiene sus palabras, dudando en continuar hablando.

— ¿Qué diablos te pasa? — Alejo mi mano para ver la marca de su agarré grabado en mi muñeca. — Acaso no sabes lo que es ser gentil, eres como una bestia incapaz de controlarse. — Me quejo enojada, aunque no parece estar escuchando mis palabras. — Oye, me estás escuchando. —Lo observó fijamente y parece por fin reaccionar.

— Olvídalo, no es nada. — Ahora me deja más confundida de lo que ya estaba.  Ahora me doy cuenta: ese hombre es más extraño de lo que parece. — ¿Estabas por decir algo que es? — cambia de conversación y me hace recordar lo que estaba a punto de decirle.

Acepté ser su secretaria por seis meses; Sin embargo, ahora entro en cuenta que no tengo idea de lo que hace una secretaria. Tal vez sí le diga pueda ayudarme.

— Sé que acepté ser tu secretaria. — Paso mi mano detrás de mi oreja nerviosa, dudando de si pedirle ayuda o no después de lo que acaba de pasar, pero soy consciente de que, si no pido ayuda, no seré capaz de cumplir mi parte. — Pero no tengo idea de lo que hace una secretaria. — Me acerco a él. — ¿Crees que podrás ayudarme? — preguntó y nuestros ojos se cruzaron en el proceso.

— ¿Ayudarte? — pregunté y asiento nerviosa. — ¿Qué me darás a cambio si te ayudo? — Toma mi mano, alejándolo de mi oreja, mirándome fijamente.

— ¿Darte? — preguntó, confundida, que podría darle yo, y lo más importante que querrá él de mí. Sin contar que le estoy pidiendo ayuda para ayudarlo. Un idiota tenía que ser. Sabe aprovechar cuando le conviene y cuando me tiene en la palma de su mano.

— ¿Qué quieres a cambio? —cuestionó insegura; sin embargo, no dice nada para jalarme hacia su cuerpo, causando que ambos terminemos de caer sobre la cama. Para mi mala suerte, terminé de caer sobre él y casi nuestros labios se tocaron si no fuera porque puse mi mano en su hombro alejándome.

— ¿Qué crees tú que puedas darme? — Pienso sus palabras por unos segundos.

— Nada. — Fruncí los ceños, confusa. — No tengo nada que pueda darte. — Trato de levantarme, pero él me lo impide envolviendo su mano en mi cintura.

— Te equivocas, si tienes algo que puedas darme. — Observó su mano libre que se dirige a mi rostro, apartando mi cabello, pasándole tras mi oreja.

— ¿Qué cosa? — Digo confundida. ¿Qué podría darles yo? Me pregunté a mí misma; sin embargo, su rostro acercándose al mío me hace reaccionar.

— ¿En serio no lo sabes? — Trago seco cuando sus labios rozan con los míos mirándome fijamente.

— Tú… Estás loco. — Caigo en cuenta, y sonríe reteniéndome en la nuca, abro los ojos, sorprendida cuando nuestros labios se juntan, se apodera de mis labios, dejando mi mente en blanco sin ser capaz de reaccionar.

El beso fue tan repentino, dejándome con la guardia baja, pero logré reaccionar a tiempo y abro mi boca y sin dudarlo clavo mis dientes en su labio inferior, pero de nada sirve porque no se aleja a pesar de estar mordiéndolo, sigue con el beso sin importarle. Finalmente, lo empujó enojada tocando mis labios para encontrar sangre; no era nada más que su sangre.

— Eres… — Me limpió los labios, mirándolo enojada, pero solo sonríe, sentándose en la cama, tocándose el labio. — Un maldito pervertido.

— Tu mordida no es tan mortal como parecía. — Se toca los labios mirando la sangre en su labio.

— Habíamos quedado que jamás me tocarías, ni menos me besarías, estás rompiendo las reglas del trato. — Lo miro enojada, algo que no parece interesarles.

— ¿Y quién te dijo a ti que cumpliría esas absurdas reglas que pusiste? — siento que me hierve la sangre con sus palabras.

Me está dando entender que jamás tomó mis reglas en serio, desde el principio.

Maldito hijo de puta.

— Eres un mentiroso de lo peor. — Me levanto enojada.

— Pensé que ya te habías dado cuenta, gatita. — Sonríe como si nada; algo que me enfada más y trato de controlar mi furia para no perder el control de mí misma.

— Ten en cuenta que también no haré caso a tus absurdas reglas. ¿Recuerdas lo que dije? — le recuerdo. —Si rompieras una de mis reglas, yo también tengo derecho de hacerlo.

— No te atrevas. — Gruñe y levantó la cabeza mirándolo abajo.

— Pues veamos. — Ahora soy yo quien tiene una sonrisa en los labios mientras que el suyo se va borrando.

Fue por algo que había puesto esa condición, un idiota como él, sin importar que hay un contrato al medio no se puede confiar porque en cualquier momento rompería sus palabras, no soy tan estúpida como para confiar en un hombre que actúa como una bestia.

— Parece que olvidas algo. — Se levanta acercándose quedado justo frente de mí, y trago seco levantando la mirada, porque soy yo quien levanta la mirada, el idiota se hubiera quedado sentado en la cama. Se inclina mirándome fijamente, con sus ojos azules que siempre me intimidan cuando quiero enfrentarlo. — Ese es el precio que pagaste; a cambio te ayudará. ¿No? Por lo tanto, no tienes derecho de romper ninguna de mis reglas. — Me toma de la mandíbula.

— Eres un… — Su dedo tocando mis labios me hace callar.

— ¿Quieres mi ayuda o no? — cuestiona con una sonrisa. El muy hijo de puta sabía que había ganado en esa batalla y sí que lo había hecho.

Sabe cómo jugar sus cartas y, a diferencia de mí, él es un profesional. Mientras que yo no soy más que una simple novata al lado de una bestia como ese maldito hombre.

— Te odio. — gruñó furiosa

— Quieres mi ayuda o no.

— ¿Me ayudarás? — le devuelvo la pregunta rechinando los dientes.

— No tengo ninguna opción. ¿No?

— De acuerdo. — Quito su mano de un manotazo. — Necesito que me enseñes que tendré que hacer siendo tu secretaria y cuáles eran los conocidos de mi hermana, estoy segura de que si cometo un solo error me atraparán y soy yo quien saldrá perdiendo. 

— Cada día me sorprendes más gatita.

— No me llames así.

— Gatita. — Repite a pesar de mis palabras.

— Contigo, no se puede. —Me dirijo al escritorio que está en la habitación y me sigue.

— Primero haré que traigan algunas cosas para que veas. — A penas sus palabras, el mayordomo entra con unos documentos en la mano, es un señor que aparenta no más de cuarenta y cinco años, con algunos cabellos blancos y algunas canas en el rostro.

Con solo dejar los papeles se retira dejándonos solos nuevamente.

— Bien, entonces comenzamos. — Asiento ante sus palabras.

En Los Brazos De La Bestia [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora