Capítulo 4 - Confesión

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Azrael regresaba de la universidad, y a lo lejos pudo ver a su padre conversando con alguien frente a la cochera. Aceleró el pedaleo, curioso. A medida que se acercaba, reconoció a su tío Ezequiel, el único hermano de su padre. Cuando llegó, dejó la bicicleta a un lado del césped. Notó que ambos hombres habían dejado de hablar tan pronto como él apareció, pero no le dio mucha importancia, "cosas de adultos", pensó.

—¡Hola, tío! —saludó animado.

—¡Azrael! Cada vez te ves más grande —dijo Ezequiel, abrazándolo con fuerza—. Mira nada más este muchacho. ¿Tu padre ya te ha llevado de caza? ¿Ya estrenaste la pistola que te regalé?

—Claro que no la ha estrenado, ni la estrenará —interrumpió su padre, serio—. No sé ni por qué no se la he quitado todavía.

—Porque mi sobrino es muy listo, ¿verdad, Azrael? —Ezequiel sonrió, guiñándole un ojo—. Heredó de mi la inteligencia, la altura y lo guapo. —Lo miraba con profundo cariño y admiración—. Míralo, cada día te pareces más a mí.

Azrael soltó una carcajada. Pues era verdad, Azrael era casi la viva imagen de su tío Ezequiel. No solo compartían la misma altura —un imponente metro con noventa y dos centímetros—, sino que también ambos poseían una piel apiñonada y un cabello negro azabache. Pero lo que más destacaba en ambos eran sus ojos: una heterocromía fascinante que mezclaba el verde esmeralda en la parte superior con un tono miel en la parte inferior. Era como si la misma genética hubiera esculpido a dos hombres idénticos en generaciones diferentes. Ezequiel, a su vez, era una copia exacta del abuelo de Azrael, un reflejo de la herencia familiar.

Azrael había heredado también la buena constitución corporal de su tío. Mientras su padre, Nicolás, tenía un físico más bien común, sin grandes atributos físicos, tanto Ezequiel como Azrael parecían haber sido bendecidos con una genética que facilitaba el desarrollo muscular. Ambos tenían cuerpos que respondían bien al ejercicio, marcándose con facilidad. Sin embargo, Azrael había llevado esto más allá. Con el tiempo, había pulido su físico a base de entrenamientos constantes, moldeando un cuerpo atlético y trabajado que destacaba por su condición física, fruto de años de práctica deportiva.

La genética nunca se equivocaba, misma que los conectaba a través de generaciones, con esa mezcla de encanto y peligro que siempre acompañaba a los hombres de su familia.

—Eso suena bien —dijo, recordando cómo su tío siempre había sido considerado un hombre apuesto, un verdadero seductor que conseguía lo que quería, incluidas las mujeres que deseara.

—Solo le pido a Dios que no heredes todo de mí —dijo Ezequiel, revolviéndole el cabello.

Azrael rió de nuevo, pero su padre observó la escena con cierta preocupación.

—¿Te vas a quedar, tío? —preguntó Azrael.

—Vine con tu padre porque necesitamos resolver algunos asuntos en la delegación sobre mi libertad condicional. Arreglamos eso y volvemos para la comida, ¿vale? Mientras tanto, ve adentro y ayuda a tu madre con la comida. Está con Citlali, pero no queremos otro accidente con los cuchillos.

—Sí, nos vemos más tarde —respondió Azrael, girando y entrando a la casa.

Ezequiel lo siguió con la mirada hasta que lo perdió de vista.

—¿Ya les has hecho una revisión médica a tus hijos? —preguntó Ezequiel, repentinamente serio.

—Solo a Citlali, y lo que hemos podido pagar. Los gastos son cada vez más pesados, pero ninguno de los dos ha mostrado síntomas de nada —respondió Nicolás, con un dejo de cansancio en la voz.

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