Capítulo 3

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Jacqueline sostenía la ficha de inscripción en sus manos, leyéndola una y otra vez. Acababa de inscribirse en una nueva licenciatura y sabía que su madre la mataría cuando se enterara de las horas extra que tendría que hacer. Sin embargo, confiaba en que, si le contara la situación en la que estaba metida, al menos sentiría un poco de orgullo por ella. Se estaba preparando para ayudar de la única manera que se le ocurrió.

—¡Linne! —Escuchó que alguien la llamaba a lo lejos. Cerró el folder y levantó la vista. Alma la saludaba desde la jardinera de enfrente. Jacqueline dudó un segundo, miró a ambos lados de la calle, y cruzó el estacionamiento interno del campus.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Alma al llegar frente a Jacqueline, mirando primero la carpeta en sus manos y luego a ella.

—Estoy esperando a Ketzaly. Maldita sea... mira —Jacqueline hizo un gesto con la cabeza hacia el área de bicicletas y motos—. Recuerda que ahí deja su bici ese hijo de puta. No quiero que se la encuentre y le provoque otra crisis.

—¿Otra crisis? —preguntó Alma, preocupada.

—¿No te diste cuenta? Ayer estaba bien, platicaba como siempre, pero cuando lo vimos durante el receso, fue cuando empezó a tener náuseas y terminó vomitando. Solo por ver a ese desgraciado...

—No lo vi, la verdad ni siquiera noté su existencia.

—Yo sí —dijo Jacqueline, mirando hacia la entrada donde accedían los autos—. Yo lo vi de lejos. Estaba tan idiota que pensé en coquetearle, pero luego vi cómo se le quedó mirando a Ketzaly. Fue justo después cuando ella salió corriendo al baño.

—Bueno, si yo viera al maldito que abusó de mí, también me daría asco.

—Y hablando de malditos, mira —señaló Jacqueline.

Alma volteó y vio a Azrael caminando junto a su bicicleta, charlando tranquilamente con una chica.

—Me pregunto si sus amigos sabrán el tipo de psicópata que es.

—Claro que no lo saben. No creo que sea tan idiota como para contar que es un violador —Jacqueline desvió la mirada hacia la derecha, donde el March blanco de Ketzaly se acercaba—. En cuanto Ketzaly baje del coche, nos vamos rápido. No es necesario que lo vea.

Ambas se movieron del lugar de estacionamiento y caminaron junto al lado del conductor, cubriendo a Ketzaly de la vista de Azrael. Alma miró de reojo hacia las ventanas de la universidad, que funcionaban como un espejo improvisado. Vio que Azrael se alejaba con la chica después de haber atado su bicicleta.

—Se fue —dijo Alma en voz baja a Jacqueline.

—Perfecto. ¿Puedes encargarte de Ketzaly? Tengo que ir a la salida para que mi mamá me firme unos papeles —explicó, agitando el folder.

—¿Papel de qué?

—Ah, es que me metí a otra carrera.

—¡¿Qué?! —Alma la miró, sorprendida.

—A Psicología Clínica. Ketzaly no va a querer que nadie la ayude con lo que le pasó. La conocemos desde hace años y sabemos que sus padres tampoco van a hacer nada. Así que quiero prepararme para acompañarla, para ayudarla de la mejor manera posible —respondió Jacqueline, casi corriendo—. ¡Ya vuelvo!

Justo en ese momento, el motor del coche de Ketzaly se apagó y la puerta se abrió de golpe. Ketzaly salió del coche empujando la puerta con fuerza. Alma la observó, notando lo pálida que se veía. Su piel clara hacía que las ojeras debajo de sus ojos se marcaran aún más. Aunque había intentado peinarse con unos broches, su aspecto era desaliñado. Seguía llorando y se notaba agotada.

PenitenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora