Capítulo 7

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Maritza y Elena regresaron a la recámara, Maritza con una cinta de medir colgada al cuello y unas telas en la mano, aunque bien sabía que no necesitaba confirmar las medidas de Ketzaly; se las conocía de memoria. Al entrar al vestidor, encontraron a Ketzaly frente al espejo, observándose de pies a cabeza en la camisa blanca y los pantalones de mezclilla azul, que se ajustaban a su figura, resaltando su delgadez y las curvas justas en los lugares adecuados.

Las dos mujeres intercambiaron una mirada en silencio mientras Ketzaly seguía sin despegarse del espejo, sin decir palabra alguna. Elena no preguntó directamente, y Ketzaly entendió de inmediato el motivo: había alguien más en la recamara. Apenas unos segundos después, un hombre joven entró detrás de ellas. Su andar, su ropa y su actitud alegre delataban que era gay, pero eso a Ketzaly, le resultó indiferente.

—¿Ella es la novia? —exclamó el hombre — ¡Maritza, nunca me habías invitado a un evento de "socialite" donde los novios fueran tan guapos!

—Sí, Joshua, ella es —respondió Maritza sonriendo—. Necesito que la dejes perfecta, más hermosa de lo que ya es. Ricardo también aprobó que la arregles tú, así que quiero ver tu magia en ella.

Ketzaly se sintió más tranquila al saber que su padre ya estaba informado de que quien la arreglaría era Joshua. Le preocupaba que, al ver que era gay, pudiera reaccionar con un mal gesto o incluso correrlo, pues aún mantenía esa mentalidad anticuada de discriminar a las personas homosexuales, algo que a Ketzaly le parecía profundamente hipócrita. En misa solían repetir que Dios amaba a todos por igual, que no veía diferencias ni siquiera de razas, pero, por supuesto, también decían que amar a alguien del mismo sexo no era amor. Incluso los sacerdotes más ancianos seguían predicando que la mujer debía servir y ser sumisa ante el hombre. A ella misma le habían inculcado esa creencia, haciéndole pensar que así debía vivir, hasta que empezó a ver la vida de sus amigas, sus relaciones, y hasta la dinámica de sus propios padres. Debía reconocer que la independencia y carácter que veía en otras mujeres le gustaban; estaban tan alejados de la realidad de su madre, quien siempre permanecía en silencio ante las órdenes de su padre.

—Bien, cielo, ¿cómo te llamas? —la voz de Joshua la sacó de sus pensamientos.

—Ketzaly —respondió ella, simplemente.

—Encantado, Ketzaly. Soy Joshua —dijo, girando para mostrar su atuendo con un movimiento exagerado, lo que provocó una risa espontánea de Maritza. Entonces, Joshua la miró atentamente, inclinándose un poco para analizar su rostro de cerca y sosteniéndola suavemente del mentón. —¡Qué piel tan hermosa! —comentó, entusiasmado—. ¡Tersa y saludable! Debes hidratarte bien y cuidarte del sol. No sabes cuánto me encantas ya... —añadió, antes de notar la ligera hinchazón bajo sus ojos—. Supongo que esta pequeña hinchazón es de llorar de la emoción, ¿verdad?

Ketzaly intentó sonreír, pero el gesto se sintió débil.

—Sí, un poco —contestó, manteniendo la sonrisa.

—Vale, vamos a cuidar esos ojitos. Tienes una tez clara preciosa, y aunque puedo ocultar un poco el enrojecimiento, llega un momento en que ni el mejor corrector hace magia —murmuró, acercándose un poco más—. Pero esos ojos... ¡Son espectaculares! ¿Sabes que muy poca gente tiene este tipo de heterocromía? Me encanta que arriba sean azules y la mitad inferior sea miel. Y lo mejor es que... ¡el novio los tiene igual! ¿Se dieron cuenta?

Maritza y Elena se miraron entre sí, sin saber qué decir.

—¡No puede ser que tu hija se case y ni siquiera lo hayas notado! —bromeó Joshua.

—Yo sí lo noté —respondió Ketzaly con un tono apenas audible, su sonrisa más apagada.

—¿De verdad, hija? —preguntó Elena, confundida.

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