Be Mine

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¿Qué tan difícil era sanar el corazón de alguien más? Bueno no era como reparar un vehículo averiado; tampoco era como remplazar un jarrón que se ha roto o no era como curar y cuidar un simple resfriado; el sanar un corazón era bastante difícil; por no decir que imposible.

Los días del pelinegro eran grises; aún teniendo a su chico, era como tener a un gorrión que no cantaba; como si el sol saliera pero no brillara, todo estaba mal en su mundo. Porque Jimin era su mundo y no estaba bien.

El ver a su bebé pasear por su casa como un fantasma sin emoción alguna era un recordatorio de lo idiota que fue.

Y ahí estaba de nuevo; la hora de la cena, en ese inmenso comedor, solo, y su bebé parado a su lado sin moverse, sin hacer ruido; ni siquiera sentía esa calidez que antes emanaba su dulce chico.

Ya no soportaba escuchar los gritos por las noches de su bebé, en más de una ocasión entró corriendo a la habitación solo para ver que este lloraba entre sueños; era un monstruo que atormentaba al amor de su vida incluso cuando dormía.

El silencio en esa maldita casa lo estaba volviendo loco.

Ya no había sonrisas ni miradas tiernas, en lugar de su bebé tenía un maniquí que se parecía a él, tan perfecto y hermoso pero sin vida.

Se odiaba con el alma; él era el único responsable de destruir él hermoso hogar que Jimin le brindaba.

No lo soporto más, y de un rápido movimiento tomó la mano de su bebé y lo jalo hacia el, haciendo que esté cayera sobre su regazo, esta vez no le daría la oportunidad de escapar; no, de eso ya había tenido bastante; ese juego del gato y el ratón lo estaba desquiciando, no poder hablar  de su terrible comportamiento y no tener oportunidad de pedir perdón, ya habían jugado bastante con su cordura y conciencia.

Siempre  que quería hablar de ello, su bebé se las ingeniaba para alejarse; y los primeros días lo entendió pero las siguientes semanas fueron dolorosas y los meses que le siguieron fueron una tortura.

Sin contar las constantes visitas de Seokjin a su casa para verificar que no le habían hecho daño otra vez a su delicado cisne; el constante acoso de su primo y ni hablar lo persistente que estaba el abuelo de su chico; estaba a dos suspiros más de matar a alguien.

Por otro lado, estaba el cerdo de Kim que lo presionaba para que siguiera la estúpida tradición de hacer la demostración del adiestramiento de su sumiso; bueno, ya se había librado de aquello bastante tiempo, su padre ya no lo podía cubrir.

Sentía como el menudo cuerpo temblaba sobre el suyo: el quería hacerlo temblar, pero de placer y no de miedo.

Quería que esos ojos lo miraran con deseo y amor, no con terror.

Como si sus manos tuvieran vida propia acunaron el rostro ajeno y su pulgar retiro con delicadeza las lágrimas que corrían traviesas por las casi inexistentes mejillas de un ojeroso Jimin.

—Jimin; si pudiera regresar el tiempo y evitar todo ese dolor que te cause y que te sigo causando, lo haría sin dudar; si alguien me dijera que para borrar lo que te hice tendría que morir, lo haría sin rechistar; ya no llores  Jimin, una alma tan pura como la tuya no debería llorar por nada del mundo más sin embargo,  yo, te lastime, yo soy el causante de  que tan bello ángel haya caído del paraíso y haya descendido hasta al infierno; Jimin daría todo lo que tengo y mas por ver de nuevo ese brillo especial en ti, te extraño con toda mi alma, te necesito con cada célula de mi cuerpo, se mio de nuevo Jimin, se mio de la manera que quieras y que necesites, pero se mio otra vez, dame otra vez esa oportunidad bebé—

Señor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora