Capítulo Seis

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Nigel Ray

Nacer no se escoge, como tampoco se escogen un montón de cosas en la vida. La vida no se escoge. Ni la familia. Ni los sentimientos. Eso él lo tenía claro, aunque no por su propia percepción. Sus hermanos habían dedicado diecisiete largos años a enseñárselo de la manera más cruda posible.

No tenía derecho a reclamar nada, solo era uno más en aquella putrefacta familia, a la que su noble y blando corazón de nacimiento no dejaba odiar del todo. Su madre yacía postrada en una cama sin haberle dicho una sola palabra en toda su vida más que su nombre cuando tenía diez años: Nigel Ray.

Un nombre muy bonito, como él. Aunque su panorama de hogar se alejaba muchísimo de la belleza. En aquella diminuta casa a veces no cabían los cuatro. Uno de los barrios más pobres de Columbia Británica, dos hermanos mayores, figuras paternas, varoniles y fuertes. Rudos, apáticos, fríos. Consumían más cocaína y productos para agilizar el crecimiento de sus músculos que alimentos. Pero claro, ¿qué alimentos? Apenas y alcanzaba con lo que donaba la iglesia por la condición de su madre, y ellos no aportaban nada a la casa.

—¡Te dije que tengo hambre! —Un solo golpe en la cabeza provisionado por su hermano mayor, Louis, bastaba para que Nigel entendiera sus obligaciones.

A veces se le olvidaban. A veces se perdía en su mente por mucho tiempo. Cuando se quedaba a solas con su madre, acariciaba sus débiles manos con las suyas, aún más débiles, y la observaba detalladamente. Sus arrugas prematuras. Su piel seca y la manera en que esta dejaba casi perfectamente reflejada la forma de sus huesos. Su rostro en cualquier circunstancia ajena podía parecer tétrico, causar miedo, lástima... pero a Nigel le parecía hermoso. Cuidaba de ella a diario, era el único que lo hacía. La bañaba, la perfumaba y le daba de comer aquello que había aprendido a cocinar solo, a base de golpes. Reinaban el silencio y la paz cuando solo eran ellos dos. Por eso Nigel amaba los días y odiaba las noches. Porque en las noches llegaba Louis.

Henry, su otro hermano, se iba cada día a vender cocaína y no regresaba hasta la madrugada, dormía y roncaba mucho. Eso era todo. Henry era como un fantasma cuando estaba, aunque Nigel de cierta forma agradecía eso, ser invisible la mayor parte del tiempo para su hermano del medio.

Por desgracia, con Louis era otra historia. Cada noche al llegar sudoroso del gimnasio, drogado hasta las trancas y con muchas ganas de descargar su furia acumulada por el mísero sueldo que ganaba en sus trabajos mediocres, lo despegaba a empujones de su madre. Con sus grandes y ásperas manos apretaba las frágiles muñecas de Nigel al punto de dejarlo muy adolorido, y lo sacaba de la habitación aun cuando él se rehusaba a salir.

—¡Ni se te ocurra llorar! ¿Qué eres? ¿Una niña? ¡Piérdete de mi vista! —le gritaba y tiraba la puerta de aquel cuarto en el que, a partir de esos segundos, la paz se transformaba en guerra.

De pequeño Nigel no entendía el por qué su hermano hacía esos sonidos al entrar al cuarto de su madre, ni el por qué cerraba la puerta y lo dejaba afuera, aun sabiendo que podía ver todo por uno de los espacios que quedaban en las roturas de sus propios golpes. Tampoco entendía el por qué su madre se quedaba inmóvil mientras su hermano la golpeaba una y otra vez, y arremetía contra ella, desnudo y llorando.

Nigel dejó de llorar a los doce años, pero cada vez le dolía más ver aquellas escenas casi todas las noches. Cada vez crecía más, y cada vez hacía menos por ella. Se sentía culpable por ser débil. Por no poder enfrentarse a sus hermanos y defender a su madre. Por limpiar la sangre seca de las heridas de ella, en vez de evitar que él se las hiciera. No tenía músculos. Era un chico pálido y enfermizo que ni siquiera sabía el por qué estaba ahí. ¿Por qué seguía vivo si no aportaba absolutamente nada al mundo?

Dolía. Dolía mucho y ese dolor fue justo lo que lo llevó a buscar la vía más fácil para aliviarlo.

Un día, dando filo antes de cocinar al único y pequeño cuchillo que había en su casa, Nigel tuvo la fugaz idea de acabar con su vida. Temía dejar a su madre sola, pero de todos modos ella de seguir así no aguantaría mucho más. Quizás en algún golpe nocturno su hermano hacía el único acto bondadoso en su vida: matarla. Entonces él se encontraría con ella en el cielo y serían solo los dos, para la dulce eternidad.

Caminó hacia el baño y se encerró para tener una privacidad con la que no contaba casi nunca en casa, por las visitas sociales y diarias de vecinos preocupados, o personas de asociaciones de ayuda que prometían ayudar y nunca ayudaban. En la escuela había escuchado algo que hacían las chicas en los baños. Levantaban sus faldas y en la piel interna de sus muslos dejaban pequeños cortes que según ellas aliviaban el dolor que se desbordaba de sus almas. Nigel no era una chica, pero estaba seguro de que ninguna de ellas tenía más dolor que él. Ninguna de ellas tenía una gran posibilidad de ser hija de su hermano, producto de violación; víctima de abuso familiar. Todo a la vez.

Se vio en el espejo. Admiró las marcas en su cuerpo y su cabello dorado. Su delgadez estaba llena de moretones y cosidas de puntos. Muchos "accidentes" habían ocurrido en su hogar en sus cortos años y todo seguía igual. El mundo seguía avanzando, la gente seguía riendo en las calles y su hermano seguía llegando cada noche a hacerle atrocidades a su pobre madre y a él. Si se perdía una insignificante vida como la suya, ¿quién lloraría? Su madre ni siquiera lo notaría. Ella ni lo veía a los ojos cuando él le cantaba y pasaba la esponja por su piel seca y amarillenta para hidratarla un poco. Ella no notaba cuando sus hermanos lo golpeaban en la cabeza o cuando reían y lo obligaban a darse duchas frías en la madrugada, luego de tener pesadillas y orinarse en la cama. No tenía noción del infierno que vivía a diario ese pequeño niño al que le dio la vida por inercia, porque sino reventaba.

Nigel suspiró, desnudo frente a su reflejo magullado, tomó aquel objeto afilado por él mismo y sonrió cuando hizo el primer corte en sus muslos. Incluso buscó comodidad en el pequeño espacio, sentándose sobre el inodoro y suspirando cada vez más fuerte según la sangre brotaba de sus varias heridas. De alguna manera el dolor era soportable, y hasta agradable. No desaparecía lo que lo atormentaba por dentro, pero por instantes su mente se nublaba, se concentraba en lo rojo y en la ardentía de su clara piel. Todo lo demás pasaba a segundo plano.

Desde que descubrió esa manera de aliviarse dejó de pensar en morir. Dejó de tener ese latir fuerte a causa del miedo por lo que su hermano Louis le podía hacer al llegar en las noches. Dejó de importarle lo que le hacía a su madre o la manera en que su otro hermano no hacía nada para intervenir. Ya no sentía ese dolor de estómago por el hambre, o esos dolores de cabeza por el insomnio. Ya no sentía los quejidos de Louis contra el cuerpo de su madre. Ya no lloraba a escondidas o sufría por dentro. Sus culpas las pagaba haciéndose daño, y así al otro día en las mañanas, en la escuela, podía sonreír.

Dejó de coser y ocultar sus propias heridas, ahora él también se rompía la piel y ya comenzaba a acostumbrarse, a encontrar bonitas sus roturas. Mientras tocaba el piano de la escuela, pensaba en lo acorde que era el ritmo de la música a su ritmo cardíaco. Llenaba sus mejillas y sonreía cuando las heridas de sus piernas y su abdomen latían reflejando también ese ritmo. No dañaba sus brazos, ni sus manos. No podía perder la oportunidad de entrar al campamento "Sky". Aquel leve rumor de que habría cazatalentos escondidos entre las gradas el día del festival de música, era su única esperanza para ir al lugar de sus sueños.

Sabía que sus hermanos eran espectadores, pero no lo dejaban a él ver porque era menor de edad. Aunque Nigel sabía también que aunque fuera mayor, sus hermanos nunca le iban a dar el privilegio de darse un gusto, de ser feliz. Él era un estorbo, ese era su único lugar.

Pero entonces, luego de que el festival le resultara mediocre, y terminara haciéndose unos ligeros cortes por primera vez en el interior de sus muñecas por la rabia (tapándolos malamente luego con gasas y algodón), un atisbo de esperanza se creó dentro de su cuerpo al escuchar a escondidas en su casa, una conversación entre su hermano Louis y un señor de traje negro al que él jamás había visto antes.

—¿Y sobre lo que hablamos por teléfono? ¿Está usted de acuerdo con todo, señor? Como tutor legal de Nigel Ray es responsable de él.

—¿Y soy yo quien tendrá acceso a...?

—Sí. Será todo suyo mientras que comprometa la absoluta participación de Nigel y su presencia en el campamento a más tardar el día 17 de junio, una excepción especial otorgada a ustedes por los dueños debido a sus... condiciones de vida.

—Ahí estará, me aseguraré de ello.

Nigel sonrió por primera vez de verdad al escuchar aquello. No prestó atención a los detalles, solo ocupó gran parte de su cerebro con las cosas que quería hacer en el campamento de sus sueños. Había escuchado tantas cosas sobre él, sobre el talento de todos ahí, sobre las clases y los perfectos veranos que vivía cada privilegiado que asistía. Y ahora él era uno de ellos.

En la escuela se corrió el rumor y Nigel se volvió popular durante esos quince días donde estuvo esperando sin mucha paciencia para partir. Apenas tomó pertenencias, algunas chicas le contaron que habían escuchado que ahí dentro daban todas las comodidades, y que la comida era estupenda.

Nigel era popular con las chicas, pero a él no le interesaban. Ni los chicos. Ni nadie más que él, la música y sus cortes. Jamás había dado un beso, jamás le había gustado alguien y mucho menos había cruzado por su mente la posibilidad de tener sexo. Su estómago se llenaba de vómito queriendo ser expulsado al exterior solo de pensar en el sexo. Lo repudiaba. Le daba asco, miedo. Las imágenes de todas sus noches siendo espectador de ese circo íntimo de horror lo llenaban y solo quería volver a cortarse para aliviar el malestar.

Pero ya no. Nigel se había dejado de cortar desde la noticia. Había dejado atrás un poco de dolor y decepción, para reemplazarlo por esperanzas y deseos. Por ganas. Por primera vez tenía ganas de vivir, incluso había sonreído el día de su cumpleaños, cuando faltaban cinco días para irse al fin de casa. Encontró en aquella oportunidad una vía de escape de su realidad no deseada. Aunque fuera solo por un verano, aquello iba a cambiarlo todo, Nigel tenía ese presentimiento.

Por una vez sería feliz...

No tenía idea de que sus hermanos tenían claro que podía morir ahí dentro. De que a Louis nadie le había ocultado nada de información y aún así firmó el acuerdo. Su madre seguiría siendo violada cada noche. Su padre y hermano a la vez sería el encargado de mantener exactamente iguales las cosas afuera, recogería todo el dinero que ganara Nigel y no le dejaría ni un centavo para cuando saliera. La vida de Nigel seguiría siendo un infierno, dentro o fuera del campamento, pero, ¿no es en el desconocimiento del presente alterno y el futuro incierto, donde está la verdadera felicidad?

Nigel fue feliz durante su viaje. Admiró los paisajes y hasta vio bonito el color púrpura de las líneas que limitaban las áreas del campamento. Sonrió y se emocionó de verdad hasta entrar a recepción y conocer a algunos de sus compañeros, la mañana siguiente luego de su entrada nocturna el día 16 de junio.

El mismo día que entró Sky, unas horas después entró él. Llegó tarde, se acostó en la cama de una cabaña temporal que le asignó un hombre que hablaba poco en la entrada, quien lo recibió.

Y fue hasta que vio todas las reglas y que ese chico, Benjamin, le contó de lo que iba verdaderamente el campamento, que Nigel entendió todo. Entendió por qué estaba ahí. Para qué. Y entendió que, para las personas como él, la felicidad era totalmente una ilusión.



(...)

Se había limitado a seguir a su nuevo líder en silencio durante el camino, hasta que el pequeño grupo de chicos paró frente a una cabaña.

—Te quedarás aquí. Compartirás habitación con Johnny, quien no tengo idea de dónde está.

—Yo puedo ir a buscarlo y regañarlo por ti, líder —soltó ese chico del piercing, Jordan.

En los escasos minutos que llevaba junto a "Blockbuster" Nigel había notado varias cosas. Una, Ethan March actuaba de manera muy diferente cuando estaba delante de la otra banda. En realidad, era un chico calmado y bastante amable, al menos lo había sido con él. Dos, algunos de sus miembros no le hacían un mísero caso. Hunter se había desviado a algún sitio sin pedir permiso. Jordan y Jackson, como se habían presentado los gemelos, se mantenían junto a líder, pero solo por curiosidad, por conocer más del miembro nuevo, o sea él. Riki se había encerrado en su cabaña, que compartía con Hunter, y ese tal Johnny no aparecía por ningún sitio. Nigel notó también el desinterés de Ethan hacia los miembros de su banda. El chico parecía mucho más enfocado en el líder enemigo y en esa chica nueva, Sky. La hija de los dueños del campamento.

Pensó en que después de todo, sí había gente afortunada por ahí. De seguro ella estaba de vacaciones, por pura diversión.

—Puedes acomodarte ahora, en la tarde tenemos ensayo, pero antes iré a entrenar.

—¿Puedo ir contigo, líder? —el resto se marchó y a Ethan aquella petición repentina se le hizo extraña. Después de todo ese chico no lo conocía de nada.

Nigel aprendía rápido a respetar. Se debía a su condición desde pequeño de sentirse siempre seguidor y no seguido. Ser siempre la sombra, el ciervo, el débil. De todos en el campamento, Ethan le había dado la mejor impresión, y Nigel desde el inicio notó los músculos en formación del chico, músculos de manera natural, no inyectados como los de su hermano Louis, por lo que quiso darse un chance de intentar hacerse fuerte como él y de paso agradecerle por incluirlo en la banda. Visto lo visto, ahí dentro debía resistir.

—Claro —Ethan habló bajo y pausado—. Pero no estorbes, no soy entrenador, y no tienes ni una gota de músculo, debes empezar desde lo menos.

—Está bien —el chico comenzó a caminar junto al líder hacia el gimnasio, luego de dejar sus cosas en la cabaña asignada por este—. ¿Puedo preguntarte algo?

—Hablas mucho, ¿no crees Nigel? —el menor bajó la cabeza ante el tono repentino de Ethan, pero este solo sonrió un poco y le dio una palmadita en la espalda para que no se lo tomara tan en serio, notando de paso las leves cicatrices rosa en sus muñecas. No dijo nada, ya imaginaba lo que era.

—¿Sabes si existe alguna posibilidad de evitar que ellos tomen mi dinero?

—¿Con ellos te refieres a...?

—Mis hermanos.

—Te metieron aquí engañado, ¿no?

—Siempre quise entrar, pero al ver las reglas de beneficios entendí el por qué actuaron amables por una vez.

—Ganar o perder dinero será la menor de tus preocupaciones en cuanto empiecen los juegos y batallas. Tu vida —Ethan desvió sus ojos de los de Nigel y miró por dos segundos sus muñecas lastimadas—, es la que tienes que cuidar.

—Pero, ¿existe alguna manera?

—Ahora mismo ellos quizás estén viendo y escuchando esto —el líder de "Blockbuster" señaló varios puntos de cámaras muy cerca de ellos, incluso una pequeña arañita colgando de una planta justo al lado del rostro de Nigel—. No las toques. Nos sancionan si las rompemos. Hay muchas reglas además de esas que tienes en el folleto de mierda que te dieron. Te las explicaré durante los ejercicios.

—Gracias.

—Y sí, sí hay forma. Todo es posible, pero tienes que confiar en mí, ¿ok?

¿Confiar? Nigel jamás había puesto en uso aquel término. Pero por alguna razón, Ethan March le había trasmitido algo muy cercano a la confianza, y no tenía demasiadas opciones. Le venía bien un amigo, así que al menos, iba a intentarlo.

Aquel Último Verano Donde viven las historias. Descúbrelo ahora