Capítulo Diecisiete

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—¿Lo prometes?

Isaac presionaba su cabeza contra la almohada mientras la penetraba con fuerza desde atrás. Gruñía en su oído y temblaba cuando ella apretaba su interior para que él terminara. Todo el cuerpo de la chica estaba marcado por sus dedos, por las palmas de sus manos. Mucha gente los acababa de ver teniendo sexo de manera salvaje. Lo habían visto desnudo a él, la habían visto desnuda a ella.

Sky había pasado el último límite de cordura que le quedaba.

—Lo prometo.

—Dime que me amas —exigió Isaac en un susurro para que solo ella pudiera escuchar su súplica.

—Te amo... te amo mucho, Isaac —ella estaba temblando. Tenía miedo, tenía ganas de hundirse en esa cama y deshacerse.

Quería que el tiempo se detuviera ahí mismo y que fuera de verdad ese Isaac que le mentía. Quería dejar de ser una imbécil por intentar creerle, por buscarle el lado bueno a lo evidentemente malo. Sabía lo que él había hecho, sabía que con esas mismas manos que la acariciaba había matado gente, él mismo lo había confesado. Pero entonces, ¿por qué ella le había prometido que se mantendría a su lado? ¿Por qué había aceptado escuchar su propuesta? Su plan para salir de ahí solo los dos... ¿qué pasaba con Ethan entonces? Necesitaba hablar con él urgentemente.

—Ven, vamos al baño —Isaac interrumpió sus pensamientos y tomó su mano.

Su dualidad era tan obvia que Sky se desconocía por dejarlo gustarle de esa manera tan desbordante. Ella simplemente se justificaba con que... no quería volver a estar sola.

Siempre odió la soledad. Le acompañó durante todas sus noches desde la muerte de su abuela. Los monstruos que su cabeza creaba salían en la oscuridad silente que inundaba su habitación cuando todo se cerraba, cuando todos se callaban. Le invadían los miedos cuando Mía se iba a su casa con su familia en las tardes, cuando tenía que cenar sola porque sus padres no llegaban.

Había días en los que le temía hasta al amanecer, y aunque sonreía cuando la mamá de Mía, su nana, llegaba junto a ella y a Riki, ella se seguía sintiendo sola. Más que nunca, porque ellos tenían una familia y ella no. Su familia nunca estaba y cuando estaba, era para ser estrictamente neutral.

Nunca hubo un excedente en la muestra de sentimientos de sus padres hacia ella. Su padre a veces se salía del molde al traerle algún regalo y acariciar su cabeza, pero era una mirada de su madre y este retrocedía en su intento de paternidad normal.

Al menos lo que se espera, es que los padres quieran a sus hijos... pero su madre nunca la quiso, y encima nunca dejó que su padre la quisiera tampoco.

Sky intentó convencerse de que aquello estaba bien cuando era una adolescente, mientras iba a fiestas con su amiga y se divertía sin preocuparse de tener un horario de llegada establecido, o un regaño al tomar un poco de alcohol. Aunque lo cierto era, que ella anhelaba eso. Deseaba que al menos pelearan con ella, que le reclamaran por salir mal en la escuela, que le impidieran ir al muelle o a los festivales de música, que le dijeran qué hacer. Necesitaba que al menos le prestasen una pizca de atención.

Cuando cumplió dieciséis lo conoció a él, y entonces, dejó de necesitar a nadie más.

—Llevo mucho tiempo pensando en el plan —susurró Isaac en su oreja mientras ambos se bañaban en la tina—, pero necesito que confíes en mí, Sky... no puedes volver a dudar.

Ella no había dejado de dudar, pero, ¿cómo se lo decía? ¿Cómo le decía a la persona que amaba que ya no confiaba en él? Que le temía por momentos y que quería alejarse. ¿Cómo decidía entre sus ganas de volver a ser la de antes y darle otra oportunidad o simplemente, dejarlo solo y estrellándose? Las facetas de Isaac que había conocido ahí jamás aparecieron antes, y Sky pensó que quizás por eso lo había idealizado como el chico perfecto.

Isaac llegó a ella para cubrir cada uno de sus vacíos. Era como si supiera exactamente dónde dolía, y por eso se dedicaba a aliviarla. Sus padres no lo interrogaron la primera vez que lo vieron a su lado aquella noche, cuando llegaron riendo con un maletín lleno de billetes, efectivo que gastarían en algún club posteriormente. Ella recordaba a su padre asintiendo despacio y aceptándole a Isaac el gesto educado de estrechar la mano. Su madre solo lo miró de arriba a abajo, para luego seguir su camino sin dirigir palabra alguna hacia él, o ella.

Aquel Último Verano Donde viven las historias. Descúbrelo ahora