Capítulo Treinta y Uno

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Isaac & Sky

Convivir juntos fuera del orfanato fue difícil. Estar solos los dos era algo nuevo, divertido muchas veces, hasta que dejaba de serlo. Ethan era objetivo, aplicado y recto. Miraba fijo hacia sus metas y trabajaba muy duro por ellas. Isaac era más "especial". Ejecutaba las órdenes de Ethan a su manera y le hacía creer que las cumplía al pie de la letra, logrando que lo viera como un chico fácil de manipular. Ethan era inteligente, pero Isaac lo era más porque en verdad, él era el rey de la manipulación.

Su primera víctima humana fue un tipo al que le quitó un cuchillo en un mercadillo. Iba solamente a robarle, pero terminó apuñalando al dueño en el forcejeo, detonando otra vez su gusto reprimido por acabar con los débiles, por hacer daño. Llevaba muchísimo tiempo sin hacerlo, pero ese día levantó esas ganas dándose cuenta de que una vez más, él podía conseguir lo que fuese. No era difícil, no para él.

Golpeaba a mucha gente en su día a día, mientras se acercaba cada vez más a la mansión de los Davies mediante aquella chica de voz aguda que tanto le fastidiaba: Mia.

Isaac la detestaba, pero era bueno fingiendo que le atraía sexualmente. Estaba siguiendo el plan de Ethan por esa parte exactamente como era, excepto por el detalle de que en el camino intimidaba al hermano de ella, guardando el temor del chico como una carta que jugaría más tarde, así como la verdad sobre Killian, el chico del orfanato.

Isaac convivía con Mia mientras Ethan investigaba en su computadora. Ambos reunían datos sobre los campamentos, pero en especial aquel que antiguamente se llamaba Campamento "Davies" y desde el "nacimiento" de la heredera había comenzado a llamarse "Sky".

La había visto en fotos, era una chica preciosa. Y era cuestión de poco tiempo el que fuera totalmente suya.




(...)

Su relación con Ethan funcionaba mientras las cosas salieran bien para ambos. Tenían en común la misma sed de perfección, aunque afrontaban las derrotas de distintas maneras. Isaac por ejemplo, se volvía violento, agresivo cuando perdía o algo le salía mal. Odiaba perder su orgullo, pasar vergüenza, odiaba que le llevaran la contraria o no entendieran sus puntos de vista.

En su mente todo funcionaba, ¿por qué nadie podía verlo como él?

—Solo es un maldito concurso de mierda, Isaac.

Pero no era solo un concurso para él. Como parte del plan ambos debían presentarse delante de un público en aquel festival, llamar la atención de algún cazatalentos para entrar al juego. Sabían que había que destruirlo de raíz, y aunque para Isaac iba más allá de destruir un imperio y revelar la crueldad de una familia de sádicos o buscar justicia, se había acatado una última vez al plan de Ethan, un último paso hasta que ya no lo necesitara más.

Ya sabía todo, ya sabía cada cosa posible. Conocía cada dato de los Davies que se podía encontrar en internet, buscando incluso en páginas prohibidas. Ethan le había proporcionado tal información, cambiando sus noches de insomnio por su trabajo físico. Mientras él dejaba de dormir mucho tiempo por estar frente a la computadora, planeando el acercamiento a los Davies y el plan hasta su culminación, Isaac se adentraba al espacio del enemigo, y robaba algunas cosas en el muelle, como aquella motocicleta que ahora poseía gracias al par de armas blancas que anteriormente había conseguido para chantajear al dueño.

Tenía un don para ello, tenía muchos en realidad. Pero aquel día en el muelle, gracias a Ethan, dudó de su talento musical, al ser totalmente opacado por ese que creía, era su amigo.

Ethan no le había dado importancia, pero él sí, muchísima. Y le había molestado el hecho de que todos alabaran la voz del chico, obviando el sonido de su batería mientras él lo daba todo. En casos como ese Isaac dudaba de su autocontrol, porque sentía cómo quemaba algo dentro de su cuerpo, y sus ganas de hacer daño resurgían como fénix, sentía emoción al triple de intensidad.

Era demasiado fuerte, desbordaba todo aquello que guardaba y su mente se nublaba; se volvía impulsivo. Y entonces tomaba decisiones al azar. Como aquella de romper el esquema que con tanto cuidado Ethan había trazado para ambos, para evitar posibles caídas y/o daños. Para salvarlos.

—Lo siento mucho... —aquella dulce voz femenina era justo lo que él necesitaba para cesar su dolor en ese momento.

Antes de romper el trato con Ethan y acercarse a ella antes de tiempo, delante de los Hayashi y de manera totalmente errónea según el plan de su amigo, Isaac caminó por el muelle de manera desesperada, intentando opacar su llanto, apretando sus puños y maldiciendose a sí mismo por su debilidad. No quería ser débil. Odiaba llorar, y que lloraran. Pero Ethan lo había herido muchísimo.

Y ella era justo el blanco más fácil para aliviarse, al fin.

—No te preocupes —sonrió, ella realmente era bonita.

Pensó que ojalá no notara que detrás de sus hoyuelos estaba su total caos. Su corazón teñido de negro y su alma gritando que ya no podía más.

Ella no lo notó, al menos nunca dijo nada. En cambio aceptó quedarse con él y pasar la tarde. Y a Isaac no le podía importar menos que justo al lado de ella había una chica rota por él, sufriendo por aquel repentino momento que no se había planeado, al menos no así.

Ese día Isaac y Sky se conocieron en persona, y entre ellos fluyó una química inmediata que para bien o para mal, los hizo sentir. A ambos.

—¿No te gusta el chocolate?

—No... —Sky sonrió al escucharlo y mordió aquel dulce que él había comprado para ella.

Bastaron pocas palabras. Sky se conformaba con mirarlo a los ojos y perderse en esa oscuridad. Con verlo sonreír y marcar sus hoyuelitos. Había quedado prendada de ese chico misterioso, y cuando él la dejó en su casa le había hecho prometer que se volverían a ver.

Isaac entonces confirmó una vez más su poder, y se dijo a sí mismo que ya era hora de comenzar a aplicar su propio plan. Mucho mejor que el de Ethan si a él le preguntaban. Pero Ethan no pensaba igual, por eso no podían seguir juntos.

Se separaron el día que Isaac convivió con Sky. Isaac se fue de aquella casa que compartían, a vivir a un pequeño apartamento que apenas y pisaba. Tomó una segunda decisión por impulso recordando solamente algo: tendría ventaja con respecto a su antinguo amigo.

Se escabulló al orfanato una madrugada para sacar a Killian. El chico tomaba muchas medicinas que él no conocía así que lo hizo robar en una bolsa toda la despensa cercana a su habitación.

Lo llevó a vivir con él y lo cuidó como pudo, dedicándole el tiempo que podía mientras lo mantenía encerrado y drogado cuando él no estaba. Y casi nunca estaba. Desde entonces pasaba todo el tiempo con ella. Y se juraba que todo lo tenía bajo control.

Aquel Último Verano Donde viven las historias. Descúbrelo ahora