Capítulo Veintiuno

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Hayashi Riki

Familia pequeña, casa pequeña. Riki nunca hubiera tenido problemas con los tamaños de no ser por las comparaciones.

—¡Llegué! —el sonido de la puerta vieja de madera, el del teclado del teléfono de su hermana y la voz cansada pero alegre de su madre constituían una rutina a la que estaba felizmente adaptado.

—¿Qué trajiste? —siempre era lo mismo.

Cada día a las siete de la noche su madre llegaba cargada de bolsas y algún que otro objeto. Su padre llegaba dos horas después, luego de estar todo el día conduciendo el auto de su jefe. Su hermana corría a ver qué había en las bolsas de ambos. Riki al contrario de Mía, sí se preocupaba por su madre y por su padre. Incluso por ella. Su melliza. Su hermana a la que adoraba, aunque fuera totalmente diferente a él.

Entendía de cierta forma que viviera su vida como si todo fuera una fantasía, pero no compartía su afinidad por fingir conformidad. Eso nunca. Riki nunca se iba a conformar con las migajas de otros.

—Sky casi ni lo tocó. Esa niña ha bajado mucho de peso desde que murió su abuela. Mía, ayúdame a calentar todo, tuve que esperar que se fuera a dormir para guardarlo en los recipientes.

Mía ayudaba con una sonrisa a guardar toda la comida que los Davies dejaban. Aquella ocasión no era la peor, solo se había cocinado para la chica y como comía muy poco o no comía, gracias a la magia de su madre los alimentos se veían como si fueran de ellos.

Pero no eran de ellos.

Nada en su vida era realmente de ellos, ni siquiera sus secretos. Todo era de los Davies.

La pequeña casa donde vivían, justo al lado de la mansión. Las camas con los colchones que les sobraban. Los muebles, el inodoro, el televisor, los teléfonos, las alfombras, la ropa, los zapatos, los perfumes, la comida... todo era de esa familia a la que Riki tanto repudiaba.

Mal agradecido, así le llamaba su padre cada que se quejaba cuando rechazaba algo que el señor Davies mandaba para él. Los Hayashi habían llegado a la ciudad bajo contrato de trabajo desde Japón. Riki y su hermana habían nacido ahí, en Columbia Británica. Y era la discreción de sus padres lo que los había mantenido "privilegiados" durante tantos años, aunque más que un beneficio, la presencia de los famosos Davies para el chico era un castigo.

Su padre conducía el auto del señor, y a veces llevaba a la señora a algunos sitios. Su madre limpiaba, cocinaba y cuidaba de Sky, velaba más que nada por que cumpliera las órdenes y reglas impuestas por sus padres. Su madre era la criada de los Davies, y su padre el chófer. Mía y él simplemente los niños, los hijos de unos pobres empleados inmigrantes, nunca más que eso.

Gracias a los Davies "iban a una escuela decente, vestían ropa decente y comían comida decente". ¿Se suponía que debía dar las gracias? ¿Conformarse con lo "decente"?

—Riki... dios, estás en las nubes de verdad. Ven, vamos a comer.

Él comía, hacía caso a su madre. Y reía con su padre en las noches viendo alguna película de comedia. A pesar del cansancio, ellos siempre tenían tiempo para dedicarle a sus hijos. Su padre le había armado una batería improvisada al escucharlo decir que se interesaba por la música. Tocaban juntos los fines de semana, cuando los señores de la casa se iban de viaje. Riki, en esos instantes, se sentía pleno. Todo quedaba atrás cuando eran solo él, los sonidos y su padre.

—Estoy conociendo a alguien —soltó su hermana manteniendo su típica sonrisa boba de enamorada, pero a Riki no le hacía gracia la facilidad con la que caía con cuatro palabras bonitas de cualquier chico en un chat.

—Desde que te dieron ese teléfono no paras de conocer gente —dijo buscando una respuesta de ella, pero Mía solo asintió sonriendo mientras seguía chateando.

La habitación era compartida por los dos. Sus camas una al lado de la otra y a pesar de pelear todo el tiempo, encontraban rápido la paz y hablaban bastante. Riki se sentía a gusto con ella, y ella a gusto con él. Eran buenos hermanos después de todo.

—¿Quieres verlo? Toca la batería, como tú —la chica mordió su labio inferior mirando la pantalla y Riki negó con la cabeza suspirando. Hundió su cara en la almohada mientras pensaba una vez más antes de dormir en cómo sería su vida si todo fuera diferente.

Si no le hubiera tocado nacer en una familia pobre, rodeándose de ricos. Si su hermana fuera menos ingenua y él más mayor para poder ayudarlos a todos. Crecía lento para sus deseos, el tiempo pasaba con poca prisa y él tenía mucha. Quería trabajar para que ellos no tuvieran que hacerlo, y sacarlos de ahí cuanto antes para que la sombra de los Davies solo fuera eso, una sombra, y dejara de opacar el sol que debía alumbrar sus vidas, porque mientras ese apellido y esa chica estuvieran de por medio, los Hayashi nunca iban a poder ser personas. No de verdad. No como se debía. Solo eran esclavos... esclavos de unos reyes que ocultaban muchísimos secretos. Secretos que él pensaba descubrir para demostrar que la perfección era solo un espectro, que también tenía sus manchas y que incluso las personas como Sky y sus padres, tenían su propia sombra.



Aquel Último Verano Donde viven las historias. Descúbrelo ahora