Capítulo Diecinueve

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Daniel Harris

Otra noche, otra fiesta. Una vez más siendo el anfitrión de la nada, forzado a sonreír. Era tan malo para ser falso, que sus sonrisas parecían doler ante los ojos de extraños; eran muecas, disgustaban.

—Por favor señorito, necesito terminar de maquillarlo.

Su criada suspiraba diez veces por minuto, sentada en aquel mueble, rodeada de objetos que cubrirían a como diera lugar los tonos color violeta en su rostro. Él terminaba su quinto cigarro desde que la fiesta había comenzado, ella debía dejarlo impecable y listo para cumplir su papel.

Debía borrar con "magia" la evidencia de que aquella casa de muñecas, por detrás del telón, era una casa de cartas. Débil, armada sobre papel. Un soplido, una mala coartada, un mal trabajo de una criada a la que habían obligado a aprender a maquillar, y todo se iba a la mierda. La casa volaba, las cartas se regaban, las muñecas maquilladas lloraban.

Y las muñecas no podían llorar. El protagonista de la fiesta no podía verse lastimado.

¿Era él una muñeca?

Maquillaje... su padre odiaba el maquillaje cuando él se lo ponía por placer, pero abogaba rápidamente por este cuando era por necesidad. Para ocultar sus delitos menores.

Golpear a un hijo por no aceptarlo como es tendría que ser un delito, pero a Daniel no se le permitía llorar. Y a su padre nadie lo iba a condenar. Él era el rey, los demás, sus siervos.

—¿Quiere una servilleta? —le ofreció como siempre en esas situaciones su criada. Las manos le sudaban muchísimo.

La ansiedad era una mala compañía, pero era la única constante.

—Una raya mejor —la joven chica que lo veía como un hermano menor negó con la cabeza y le regaló una expresión triste.

—No es bueno que consuma drogas en un momento así.

—Ah, ¿y en otro sí? —se encontró riendo junto a ella, permitiéndose disfrutar de los últimos minutos de paz antes de la asfixiante guerra.

Guerra de miradas, guerra de sonrisas, guerras de "estoy bien, estoy feliz por mi próximo compromiso".

"Si, este cumpleaños ha sido sin duda mejor que el anterior".

"Claro que sí, me encantaría conocer más a su hija".

Tocaron a la puerta y la joven dio un último retoque con aquella mota empavesada en la sustancia que logró por su bien un color muy semejante al de la pálida piel del chico sobre la parte lastimada.

—Suerte, señorito Harris. Y feliz cumple...

—Gracias, ya puedes ir a descansar, Mary.

Daniel acababa de ponerse el disfraz invisible de la personalidad que debía tener aquella noche. No quería escuchar esa horrible frase hipócrita de cada año. Al menos no de ella.

El papel que debía interpretar era el del hijo de un banquero y una doctora, dueños de varios terrenos y casas tan grandes como vacías, justo como esa por la que ahora caminaban sus pies con pesar. Tenía que sonreír no solo con la boca, sino también con sus ojos.  Aguantar el traje y los zapatos que tanto odiaba, el cabello negro y engomado hacia atrás. Sin accesorios, sin ganas de vivir.

Detestaba aquel lujoso sitio con el candelabro gigante en medio, un salón de su hogar. Uno explotado en personas, "reinas y reyes" de la alta sociedad, atentos a una mala respiración para hacer de aquello un escándalo. Daniel perdió la cuenta de cuántos pares de ojos tenía encima antes de bajar las escaleras, y se sintió mareado no por tanta carga directa, sino por no tener algún incentivo.

Su incentivo principal para seguir viviendo estaba arriba, en su habitación, en su mesita de noche y en su computadora. Su propia fiesta privada comenzaba a las dos de la mañana y por su cabeza solo pasaba la idea de quemar toda la casa menos su cuarto y encerrarse a solas a disfrutarla.

—Tardaste mucho. Al menos tu criada hizo un buen trabajo. —Lástima que su incentivo estuviera tan lejos en ese momento, y de su suministro de heroína quedara muy poco, porque había sido cortado por su padre al descubrirlo inhalando. Tenía que demostrar desinterés ante el viejo con las cosas que le quedaban buenas para no morir en el intento de vivir, o de otra forma también le cortaban el oxígeno por ese lado, y debía encontrar otra forma rápido o su cerebro explotaría por no poder llorar, ni vivir—. Ahora vas a ir a la mesa de los Densin, y vas a presentarte como te enseñé. Vas a sacar a su hija a bailar al medio del salón y te vas a arrodillar para pedirle matrimonio con este anillo —el hombre le extendió de manera rápida la pequeña caja, en el rincón donde se encontraban fuera del ojo de todos.

—Pero, no la conozco.

—Sí la conoces. Ha venido a las últimas tres fiestas, pero como estás tan distraído no la notas. Ella será tu esposa, pero ¿ves allá en la mesa de los Gordon? ¿La chica morena y delgada que parece asustada? Como tú, tienen mucho en común, ¿ves? Pues a esa enamórala también, necesitamos una inversión por parte de sus abuelos.

Su padre no le dio tiempo a responder, a reclamar o a rehusarse. Aunque eso último no era una opción. No si quería mantener su cara sin más golpes, su vista perfecta para las dos de la mañana en la intimidad de su cuarto; su cuerpo sin marcas, sano para sus próximos tatuajes. Iba a matarlo cuando lo viera tatuado, pero no podía quitárselos a golpes, así que se los haría igual. Su padre no era más fuerte que él.

—Buenas noches, señores. Señorita... ¿me concede su grata compañía y si no es mucho pedir, un pequeño baile? —sonrió de forma encantadora, acompañó con sus blancos y perfectos dientes su tono de voz suave pero firme, y sus ojos gatunos posados directamente en la joven heredera, cosa que hizo a los padres apreciarlo, sumado obviamente a las anteriores largas charlas de los suyos halagándolo como el mejor pretendiente de la alta sociedad de Columbia Británica. Ese tipo de gente que lo rodeaba disfrutaba mucho de las fiestas y estilos de vida con temática de época victoriana. Se metían mucho en el papel.

Mientras la chica tomaba su brazo sonriendo y caminaba a su lado, Daniel dedicó una fugaz mirada a la mesa de los Gordon, pero no a la morena que debía conquistar, sino a su hermano.

Aquel Último Verano Donde viven las historias. Descúbrelo ahora