➸ O8

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La noche caía sobre Konoha, envolviendo la aldea en una brisa fresca que arrastraba el susurro de las hojas. Madara estaba sentado en lo alto de una colina, el lugar donde solía encontrarse con Aisuru. Era un sitio apartado, alejado del bullicio de la aldea, donde ambos compartían momentos de extraña camaradería.

Ocho meses habían pasado desde que conoció a la pequeña Uzumaki. La pelirroja, con su risa despreocupada, comentarios mordaces y espíritu vivaz, habían logrado algo que pocos podían: romper las defensas de Madara y hacerse un hueco en su vida.
Una relación inusual para alguien tan reservado como él, pero, de alguna manera, natural.
El Uchiha observaba el cielo estrellado, recordando las primeras veces que la niña de grandes ojos ámbar se le acercó sin miedo, con esa mezcla de ingenuidad y determinación que le resultaba tan exasperante como intrigante. Una niña Uzumaki, tan pequeña pero con un espíritu que parecía no quebrarse ante nada ni nadie. Con el tiempo, lo que comenzó como una simple curiosidad se transformó en un vínculo que el azabache no había previsto ni deseado, pero al cual ahora no estaba dispuesto a renunciar.

El viento soplaba suavemente, agitando las hojas de los árboles y trayendo consigo un olor a humedad y tierra. Madara cerró los ojos por un momento, dejando que sus pensamientos se desvanecieran. Sin embargo, algo perturbaba la quietud de la noche, un presentimiento que le hizo abrir los ojos de golpe. Había una tensión en el aire, una sensación de que algo estaba mal.

-Está tardando demasiado -murmuró para sí mismo, con el ceño fruncido.

Aisuru solía ser puntual, casi siempre llegaba antes que él, con una sonrisa radiante y un comentario ingenioso que dejaba entrever su naturaleza astuta. Pero esa noche, la espera se hacía más larga, y la inquietud comenzó a crecer en su pecho.

De repente, sus instintos se activaron. A lo lejos, divisó una figura corriendo hacia él a toda velocidad. El moreno se puso de pie, sus ojos oscuros brillando con un tenue resplandor mientras analizaba la situación. La figura se volvió más clara; era un mensajero de Hashirama, jadeante y visiblemente agitado.

-Madara-sama... -el joven ninja apenas podía hablar, su respiración era errática, y una mezcla de miedo y urgencia se reflejaba en su rostro-. Kirigakure... han invadido la aldea. Hashirama-sama lo necesita de inmediato.

Madara permaneció inmóvil por un instante, asimilando la noticia. Una chispa de ira cruzó sus ojos al pensar en el peligro que esto representaba, no solo para la aldea, sino también para Aisuru. Sin embargo, su expresión se mantuvo fría y calculadora.

-Dile a Hashirama que estoy en camino -respondió con voz firme mientras avanzaba al otro lado.

El mensajero asintió rápidamente y se fue de inmediato, dejando al Uchiha en una mezcla de pensamientos oscuros y una calma tensa. Sin más demora, se encaminó hacia el cuartel general. Su paso era seguro y constante, pero su mente estaba llena de interrogantes y una creciente preocupación por la pequeña Uzumaki.

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El cuartel general estaba en caos. Shinobis iban y venían, llevando órdenes, suministros y reportes de los combates en las afueras de la aldea. La atmósfera era de tensión absoluta, con el temor latente de que Konoha pudiera sufrir daños irreparables si Kirigakure no era detenido a tiempo.

Madara atravesó los pasillos con una calma que contrastaba con el frenesí a su alrededor. Finalmente, llegó a la sala de estrategia, donde Hashirama y Tobirama ya estaban inmersos en la planificación de la defensa. Al verlo entrar, Hashirama levantó la vista, y aunque su expresión era de alivio, sus ojos revelaban la gravedad de la situación.

-Madara, gracias por venir tan rápido -dijo Hashirama, sin perder tiempo en saludos innecesarios-. La situación es crítica. Kirigakure ha logrado infiltrarse en varios puntos de la aldea.

Rojo Escarlata ➸ Madara ; TobiramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora