➸ Especial O1

34 8 2
                                    

Azusa caminaba de regreso a casa, los músculos tensos y el polvo de la misión aún pegado a su piel. No era del tipo que se quejaba del cansancio, pero en ese momento, su cuerpo rogaba por descanso. Mientras avanzaba por el pasillo de entrada, su agudo olfato captó un aroma que logró hacerle olvidar por un instante la pesadez de sus extremidades. El inconfundible olor de la comida de su madre llenaba el aire, una mezcla perfecta de especias y carne que parecía darle la bienvenida incluso antes de que cruzara la puerta.

Al entrar, el familiar murmullo de su familia cenando le recibió. Su padre, sentado al extremo de la mesa, tenía su típica postura erguida, sus ojos oscuros pasando de la comida al pergamino que leía, sin perder el control de su entorno ni por un segundo. Su madre, con una sonrisa leve pero firme, servía con delicadeza mientras Izuna hablaba animadamente. El rostro de Izuna se iluminó en cuanto lo vio.

—¡Nii-san! —exclamó Izuna, poniéndose de pie de inmediato y casi corriendo hacia él—. ¿Cómo te fue en la misión?

Azusa, como siempre, no dejó que su agotamiento o el leve alivio que sentía por estar de vuelta se reflejaran en su rostro. Hizo una pequeña reverencia hacia su padre, un gesto que había aprendido a realizar con precisión y respeto desde que tenía memoria. Después, caminó hacia su madre, quien lo saludó con una mirada suave, y él asintió en reconocimiento antes de tomar asiento.

—La misión fue sencilla —comentó Azusa, su tono estoico mientras recogía un bol de arroz con tranquilidad—. Nada fuera de lo común.

Aisuru, quien ya había terminado su porción y se encontraba con los brazos cruzados sobre la mesa, lo observó con una sonrisa traviesa que no auguraba nada bueno.

—¿Y cómo te fue con Kawarama? —preguntó con su tono burlón característico, como si ya supiera la respuesta pero quisiera escucharla de sus labios.

Azusa soltó un bufido antes de responder. Se inclinó ligeramente hacia atrás, dejando que el cansancio comenzara a aflorar en su cuerpo, pero mantuvo el rostro inexpresivo.

—Kawarama es un idiota —respondió Azusa con una frialdad que nadie en la mesa tomó como sorpresa—. Además de fastidioso, tiene esa maldita personalidad que ilumina todo a su alrededor como si fuera el centro del universo... Y luego, en un abrir y cerrar de ojos, está tan deprimido como si se tratara de un eclipse total de Sol. Habla tonterías idealistas todo el tiempo.

Aisuru rió con ganas, disfrutando del sarcasmo en las palabras de su hijo mayor, mientras Madara soltó un leve suspiro. Su mirada se perdió en la mesa por un segundo, como si hubiera algo familiar en la relación entre Azusa y Kawarama.

—Es como tú con Hashirama —murmuró Aisuru, todavía riendo.

Madara desvió la mirada, pero una sonrisa fugaz, casi imperceptible, cruzó su rostro. Claro, como Hashirama, pensó. Kawarama, con su entusiasmo interminable y su disposición a creer en lo imposible, no era tan diferente.

—¿Y qué piensas de Rouran? —preguntó Izuna de repente, con la típica inocencia que solo él podía tener. Azusa levantó una ceja, sin entender del todo por qué su hermano menor sacaba ese tema en ese momento.

—¿Rouran? —repitió Azusa, arrugando el ceño—. Es una niña fastidiosa y caprichosa, igual que el idiota de su hermano.

Izuna, sin perder el entusiasmo, se inclinó un poco más sobre la mesa, bajando la voz como si estuviera a punto de revelar un gran secreto.

—Rouran está enamorada de ti —dijo, como si fuera la cosa más natural del mundo.

Azusa se quedó paralizado por un segundo. Tenía el vaso de agua en la mano, y fue en ese momento que su cuerpo, normalmente tan controlado, falló. El agua que estaba bebiendo bajó mal, y de repente se encontró tosiendo, atragantado. Los ojos de Izuna se agrandaron y sus manos revolotearon alrededor de Azusa, sin saber si debía ayudar o reírse.

—¿Qué...? —Azusa dejó el vaso a un lado con fuerza, aún recuperándose del ataque de tos. Se giró hacia Izuna con una mirada fulminante, como si fuera a regañarlo, pero su hermano menor ya estaba sonriendo.

—Es cierto —insistió Izuna, con una sonrisa de oreja a oreja—. Te lo cuento. El otro día, cuando tú y Kawarama vinieron a buscarnos a la academia, Yue Hyuga estaba saliendo con su hermana menor y se acercó a saludarte. Cuando le devolviste el saludo, Rouran se puso roja como un tomate, y luego te gritó idiota antes de salir corriendo.

Aisuru se reía en su esquina, disfrutando demasiado de la escena. Azusa, por su parte, frunció el ceño con desagrado. La idea de que alguien se enfadara o se avergonzara por algo tan trivial le parecía ridícula.

—No entiendo por qué alguien se enojaría por semejante estupidez —respondió, con la voz teñida de desprecio—. No me interesan personas que se dejan llevar por esas emociones tan absurdas.

Izuna, sin embargo, no perdió el ritmo.

—¿Y si alguna vez te interesara alguien? —preguntó, su tono más curioso que nunca—. ¿Qué tipo de persona te gustaría?

Azusa se detuvo un momento. La idea de enamorarse o interesarse por alguien le parecía tan lejana como inverosímil. Si había algo en lo que siempre había creído, era en la racionalidad y el control. Pero si tenía que dar una respuesta…

—Si alguna vez me interesara alguien —empezó lentamente, mientras los ojos de todos en la mesa se fijaban en él—, cosa que dudo mucho, sería una mujer con el carácter de nuestra madre. Firme. Fuerte. No alguien que se altera por tonterías.

Aisuru sonrió ampliamente, aunque intentaba no hacerlo demasiado evidente. Había algo en la respuesta de Azusa que le divertía, como si viera una contradicción en sus palabras que él mismo no notaba.

Madara, quien hasta ese momento había mantenido su atención en su lectura, levantó la vista de reojo hacia Azusa. En su mirada había un destello de entendimiento, como si reconociera en su hijo mayor algo que también existía en él. Una pequeña sonrisa casi imperceptible cruzó su rostro, antes de que volviera a centrarse en el pergamino frente a él.

—Con el carácter de tu madre, ¿eh? —murmuró Madara, sin dirigir la pregunta a nadie en particular, pero su tono no pasó desapercibido para Azusa.

La cena continuó sin mayores interrupciones, aunque la atmósfera había cambiado ligeramente. Aisuru seguía sonriendo como si guardara algún chiste interno, e Izuna, aunque menos animado, todavía lanzaba miradas curiosas a su hermano mayor. Azusa, por su parte, mantuvo su habitual expresión estoica, pero algo en sus ojos había cambiado. Tal vez una pequeña chispa de irritación, o tal vez, una reflexión más profunda sobre las palabras que había dicho.

El cansancio que había sentido antes de entrar seguía presente, pero ahora había una sensación adicional: la incomodidad de haber sido puesto bajo el escrutinio de su familia, y el eco de una confesión que, aunque hecha con frialdad, parecía haber revelado más de lo que quería.

Rojo Escarlata ➸ Madara ; TobiramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora