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El amanecer rompía con su luz tenue, filtrándose a través de las cortinas de la habitación. El silencio era casi absoluto, solo perturbado por el leve sonido del viento que susurraba entre las hojas afuera. En la cama, Aisuru yacía inmóvil, sus ojos cerrados y su rostro pálido, marcando los estragos de los días de inconsciencia. Habían pasado días desde que la rescataron, días en los que su cuerpo luchó por mantenerse firme mientras su mente permanecía atrapada en la oscuridad.

Sus párpados, finalmente, comenzaron a temblar ligeramente. Con un esfuerzo agotador, Aisuru abrió los ojos, encontrándose con una luz cegadora que la obligó a parpadear varias veces. El dolor en su cabeza era intenso, como si la estuvieran perforando desde dentro. Intentó moverse, pero su cuerpo estaba rígido, pesado, y una sed abrasadora la atormentaba, haciendo que apenas pudiera susurrar una palabra.

-Agua... -murmuró, su voz apenas un hilo.

El sonido fue débil, pero suficiente para que Tobirama, que había estado sentado en la habitación desde el momento en que la trajeron, se levantara de inmediato. Con pasos rápidos pero silenciosos, el Senju se acercó a ella. Durante días, no se había apartado de su lado, vigilando con una preocupación que rara vez mostraba hacia nadie. Aunque su rostro permanecía imperturbable, sus ojos reflejaban una profunda inquietud que no podía ocultar.

Tomó un vaso de agua de la mesita junto a la cama y se inclinó hacia Aisuru. La miró con detenimiento mientras sostenía el vaso cerca de sus labios temblorosos. Su mano, firme pero cuidadosa, la ayudó a sostenerlo mientras ella bebía con dificultad. Aisuru trató de tomarlo por sí misma, pero su debilidad era evidente, y Tobirama, sin decir una palabra, continuó sosteniendo el vaso con delicadeza, asegurándose de que no se derramara una gota.

Mientras el agua calmaba su garganta, Aisuru levantó la mirada, encontrándose con los ojos de Tobirama. Había algo en su expresión, algo que nunca antes había notado. El siempre estoico y reservado Tobirama tenía una mirada cargada de preocupación, una que reflejaba un sentimiento profundo y casi protector. Desde que era una niña, él había sido una figura sólida en su vida, un faro de fortaleza y control. Pero ahora, esa mirada revelaba algo más. Aisuru, convertida en una mujer fuerte y hermosa, despertaba en él emociones que nunca antes había sentido, aunque jamás lo admitiría en voz alta.

-Tobirama... -susurró ella con voz débil.

El simple sonido de su nombre en los labios de Aisuru fue suficiente para que Tobirama sintiera un estremecimiento. Por un instante, su control habitual se desmoronó, revelando una vulnerabilidad desconocida para él. Sin embargo, rápidamente recuperó la compostura, aunque su tono fue más suave de lo habitual cuando respondió.

-No hables más, Aisuru -le pidió con firmeza, pero con una calidez que rara vez mostraba-. Necesitas descansar. Recupera tus fuerzas, todo lo demás puede esperar.

Aisuru asintió levemente, sus párpados volviendo a cerrarse bajo el peso del agotamiento. El esfuerzo de estar despierta la había dejado exhausta. Tobirama permaneció a su lado unos momentos más, asegurándose de que estuviera cómoda antes de volver a sentarse. Mientras lo hacía, no pudo evitar que sus pensamientos divagaran. Aisuru ya no era la niña que solía conocer, y los sentimientos que surgían en él cada vez que la miraba, cada vez que pensaba en ella, eran complejos y desconocidos. A pesar de la confusión, sabía que no podía permitir que esos sentimientos nublaran su juicio. Ella necesitaba su protección, y eso era lo único que importaba.

El suave sonido de la puerta abriéndose rompió el silencio de la habitación. Hashirama y Madara entraron juntos, sus rostros marcados por la preocupación. Hashirama, con su habitual energía y optimismo, fue el primero en hablar, llenando el espacio con su voz cálida.

Rojo Escarlata ➸ Madara ; TobiramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora