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Madara se encontraba en su habitación, recostado en una de las puertas que daban al patio trasero de la villa Uchiha, con la mirada perdida en el cielo estrellado. La noche era tranquila, casi demasiado para su agitada mente. El viento movía levemente las hojas de los árboles, pero lo único que resonaba en su cabeza eran las palabras de Hashirama.

¿Estás dispuesto a verla casarse con otro? — había preguntado el Senju, con esa maldita sonrisa que siempre tenía, como si todo fuera tan fácil, como si entendiera lo que estaba en juego en el corazón de Madara.

Madara cerró los ojos con fuerza, apretando la mandíbula. ¿Qué sabía Hashirama de lo que era amar a alguien como Aisuru? De lo que significaba tener que elegir entre su vida solitaria a cargo del clan y… ella. La imagen de Aisuru vino a su mente como un relámpago: su cabello rojo ondeando al viento, sus ojos llenos de vida, esa sonrisa descarada que siempre lograba irritarlo y a la vez, sin quererlo, hacerlo sentir vivo. La odió en ese momento, y no porque le hubiera hecho algo malo, sino porque lo había debilitado.

Cuando pensaba en su futuro, siempre se había visto liderando al clan Uchiha, solo, sin distracciones, cumpliendo el sueño que alguna vez compartió con Hashirama: una aldea unida, fuerte, donde la paz reinara. No había lugar en ese cuadro para una esposa, una familia. Y aun así, Hashirama, con su estúpida noción de familia, había plantado la semilla de la duda. Madara no podía dejar de pensar en cómo sus hermanos, especialmente Izuna, lo habían mirado cuando eran niños, confiando en él, buscando su protección. Y entonces, la idea de una familia propia, una que no estuviera formada solo por sus hermanos, comenzó a formarse en su mente, arrastrándolo a una sensación de calidez que lo incomodaba.

—¿Sería capaz de ver a Aisuru casada con otro?— Se hizo la pregunta en voz baja, con un amargo sarcasmo, porque en el fondo ya conocía la respuesta.

No, no sería capaz. La idea de verla con Tobirama, de que otro hombre compartiera con ella lo que Madara secretamente anhelaba… le revolvía el estómago. La furia lo invadió, esa ira tan característica suya, pero que esta vez tenía una tonalidad diferente: desesperación.

¡Despreciable Uzumaki! —pensó, con rabia que apenas podía contener. La odiaba tanto como la amaba, porque había logrado lo imposible: había entrado en su corazón y lo había desestabilizado.

Se levantó con brusquedad, caminando hacia el centro de la habitación como un león enjaulado. Su orgullo le gritaba que no, que no podía rebajarse, que no podía mostrarse vulnerable. Y sin embargo, en el fondo sabía que ya lo había hecho. Aisuru lo tenía desde el primer momento en que volvieron a verse, cuando ya no era la niña que alguna vez lo desafió con ese carácter tan salvaje, sino una mujer. Una mujer que, con cada mirada y palabra, lo empujaba hacia el abismo.

Recordó el último rechazo que le lanzó, un rechazo que había sido calculado para destruir cualquier esperanza que ella pudiera tener de acercarse a él. Un rechazo cruel, letal, porque sabía que si la dejaba entrar más, sería su perdición. Pero ahora, por primera vez, sintió el peso del arrepentimiento. ¿Qué demonios había hecho?

El dolor en su pecho se hizo insoportable, pero también era una dulzura extraña, una confirmación de lo que había estado negando por tanto tiempo: la amaba. Sí, la amaba, tanto que dolía. Y ese dolor, irónicamente, era la única verdad en su vida que parecía tener sentido en ese momento.

Madara se detuvo y respiró hondo, intentando calmarse.

Tengo que recuperarla —pensó con una firmeza que comenzó a apoderarse de él.

Contra viento y marea, contra su propio orgullo y sus dudas, sabía que tenía que hacerlo. Aisuru era suya, lo había sido desde siempre, desde que sus caminos se cruzaron. Incluso después de cinco años separados, cuando ella regresó convertida en una mujer tan fuerte y hermosa que casi lo desarmó por completo, supo que ella era la única con la que podía imaginarse un futuro. Ya no quedaba nada de esa pequeña niña salvaje que solía retarlo en todo momento; lo que veía ahora era a la mujer con la que deseaba pasar el resto de su vida.

Rojo Escarlata ➸ Madara ; TobiramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora