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El cielo de Konoha estaba adornado con un sinfín de farolillos que colgaban entre los árboles, como si la propia aldea hubiera decidido vestirse de gala para la boda del año. La boda de Hashirama Senju y Mito Uzumaki. La música tradicional y las conversaciones animadas flotaban en el aire, pero para Madara, la atmósfera festiva era más una molestia que un motivo de celebración.

Con pasos lentos pero decididos, Madara se deslizaba entre los asistentes, su expresión tan gélida como siempre.

Debo estar aquí por cortesía —se decía a sí mismo, como si intentar convencerse de ello fuera a eliminar esa molesta sensación que lo carcomía desde hacía rato.

Y claro, había un motivo en particular que lo mantenía en la boda, más allá de su sentido del deber hacia Hashirama. Ese motivo tenía nombre, rostro y, para su desgracia, un kimono rojo que atraía miradas de todos lados.

Aisuru.

Madara, desde su rincón de sombras, intentaba no parecer que la observaba con demasiada atención, aunque estaba fallando miserablemente. Aisuru, esa niña que una vez le parecía un torbellino desastroso, se movía ahora con una elegancia tan refinada que casi lo hacía gruñir de frustración. ¿Cuándo se había vuelto tan... llamativa? ¿Y por qué demonios le importaba tanto?

Tobirama, como un mal necesario, no dejaba de acercarse a ella. Vestido con un hakama azul oscuro, el hermano menor de Hashirama parecía estar en su propio juego, acercándose a Aisuru con una facilidad que irritaba al Uchiha.

¿Qué hace?  —pensó el Uchiha, tensando la mandíbula. —¿Y por qué está tan cerca de ella?"

Justo en el clímax de su irritación silenciosa, una voz familiar irrumpió en sus pensamientos.

—¡Madara! —exclamó Hashirama, apareciendo como si fuera la encarnación del buen humor—. No me digas que estás perdido en tus pensamientos en plena fiesta. Eso sería un récord.

El azabache giró la cabeza lentamente, clavando su mirada en su amigo de infancia. Hashirama, con un kimono blanco y dorado, sonreía como si no existiera preocupación en el mundo. Su despreocupación era contagiosa para muchos, pero no para Madara, a quien esa actitud le hacía hervir la sangre.

—No estoy perdido en nada —respondió Madara con su tono helado característico, lanzando una mirada rápida a Aisuru antes de volver a enfocarse en Hashirama.

—Claro, claro, porque el gran Madara nunca se distrae, ¿verdad? —dijo Hashirama, con una sonrisa burlona mientras se cruzaba de brazos, sentía un apice de alcohol en su aliento—. Aunque me da la impresión de que tus ojos siguen a alguien en particular... ¿o me equivoco?

Madara lo fulminó con la mirada. No podía haber sido más transparente, y eso lo irritaba aún más.

—No sé de qué hablas —espetó, tajante.

Pero Hashirama, como siempre, no tenía intención de dejarlo ir tan fácil. Le dio una palmada en el hombro, el equivalente de un golpe de mazo para Madara.

—Vamos, Madara, a estas alturas ya no puedes engañarme. He visto cómo miras a Aisuru toda la noche. No es un crimen, sabes.

—No la estoy mirando —respondió Madara con un tono que podría haber congelado el agua.

—Ah, claro, claro —Hashirama sonrió, pero su mirada era más astuta de lo que solía ser—. Solo estás asegurándote de que Tobirama no se acerque demasiado, ¿verdad?

El silencio de Madara fue su única respuesta, pero su mandíbula tensa lo delataba. Hashirama, claramente disfrutando de la situación, se inclinó ligeramente hacia él, como si compartiera un secreto.

—Es divertido, ¿sabes? Pensar que el gran Madara Uchiha podría estar celoso.

Eso hizo que Madara casi se girara y se fuera, pero Hashirama no había terminado.

—Es natural, todos tenemos a alguien que nos importa más de lo que queremos admitir —continuó con ese tono de sabiduría inesperada—. Incluso tú, amigo.

—No seas ridículo —Madara casi escupió las palabras, tensando las manos a los costados—. Aisuru es solo una aliada, nada más.

Hashirama sonrió con esa molesta expresión de te conozco mejor de lo que crees.

—Ajá, una aliada, claro. —bromeó Hashirama, encogiéndose de hombros con una sonrisa cómplice—. Solo recuerda, Madara, que lo que intentamos mantener en las sombras es, a menudo, lo que más nos importa.

Madara permaneció en silencio mientras veía a Hashirama alejarse, sintiendo que cada palabra de su amigo se le quedaba atascada en la mente, como un mal sueño del que no podía despertar. Hashirama tenía esa molesta habilidad de decir justo lo que no quería escuchar. Y aunque prefería ignorarlo, no podía negar que algo lo estaba afectando.

Sus ojos volvieron a posarse en Aisuru. Ella reía suavemente ante un comentario de Tobirama, y por alguna razón, eso fue suficiente para encender una chispa de celos que lo hizo apretar los puños.

Ridículo —pensó, intentando calmar la tormenta interna. Pero por más que quisiera convencerse de lo contrario, sabía que las palabras de Hashirama habían dado en el blanco.

Madara, con su orgullo intacto pero tambaleante, decidió que ya había tenido suficiente de esa fiesta. Su lugar no era entre las risas y las luces. No. Él pertenecía a las sombras, lejos de todo aquello que pudiera hacerlo vulnerable.

Pero mientras se alejaba, con el sonido de la fiesta a su espalda, una pregunta seguía rondando en su mente: ¿Cuánto tiempo más podría seguir negando lo que sentía?

Y esa pregunta, maldita sea, no lo dejaría en paz.

Rojo Escarlata ➸ Madara ; TobiramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora